La ley que Dios obedeció - Alfa y Omega

La ley que Dios obedeció

Jesucristo, hijo de José, de la tribu de David y nacido en Belén hace 2019, es el primer ser humano del que tenemos constancia histórica de que nació con personalidad jurídica. Sucedió gracias al censo ordenado por el emperador Augusto

Juan Sánchez Galera

Roma y el cristianismo son la materia prima con la que se ha construido nuestra civilización. Está también la filosofía griega, bien es cierto, pero si la hemos conocido y ciertamente ha modulado nuestra forma de pensar y de comprender el mundo, es porque primero los romanos y después los grandes Padres de la Iglesia nos la han hecho llegar.

Y eso, precisamente, es lo que ahora vamos a celebrar, porque la Navidad, no lo olvidemos, no es sólo la gran fiesta de la religión cristiana, sino también de la filosofía griega y de la civilización romana.

Todo ello porque, como bien sabemos, nuestro Dios es un Dios que, siendo perfecto Dios, se hace también perfecto hombre, lo que se traduce en que Él no se contenta sólo con preparar su venida eligiendo a la Virgen y a san José como sus padres, para dejarnos la entrañable estampa de su llegada al mundo en el Portal de Belén, sino que, además, dispone de un entorno propicio con el que encarnarse en la Historia.

Sin entrar en mayores consideraciones, no es casualidad -entre otras cosas, porque la casualidad no existe- que el nacimiento de Jesucristo coincida con el máximo auge y difusión de la filosofía griega, que superando la vieja dialéctica mitológica de la creación por medio de mil dioses, semidioses, ninfas y sátiros, nos enseñó a usar lo que hoy conocemos como razón, y por medio de la cual afirmaron que el estudio de la naturaleza tangible de las cosas lleva a la conclusión de la existencia de un único y perfecto Dios, origen y fin de todo cuanto existe. Motivo por el cual hoy nuestra religión se conoce como cristianismo, y no mesianismo, ya que el término hebreo Mesías, en griego se traduce como Cristós, y fue precisamente entre esos hombres versados en la filosofía griega donde se produjo la primera y gran expansión de nuestra fe.

Pero lo que ya no es casualidad -ni de broma- es que Jesucristo, hijo de José, de la tribu de David, y nacido en Belén hace 2019 años -según el más aceptado cómputo histórico-, sea el primer ser humano del que hoy día tenemos constancia histórica de que nació con personalidad jurídica. Algo que, indudablemente, hoy todos damos por hecho; al fin y al cabo, todos los seres humanos del mundo mundial -por miserables que sean- nacen con una personalidad jurídica reconocida por una nación de la cual son ciudadanos de pleno derecho.

Derechos de todos los hombres

¿Y a dónde quiero llegar con todo esto? Muy sencillo. A todos nos suena, más o menos, haber leído en los evangelios que Jesús nació en Belén debido a que, «por aquellos días, salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo». Pues bien, ese edicto de César Augusto es, desde el más estricto punto de vista histórico y jurídico, el meollo de toda la civilización que hemos heredado de Roma. En primer lugar, porque, hasta ese momento de la Historia, sólo existían las ciudades-Estado de la antigüedad; sin embargo, el primer Censo de Augusto -29 a.C.- funda el concepto moderno de nación, al reconocer los mismos derechos y obligaciones que tiene la ciudad de Roma y sus habitantes, a todas las ciudades y habitantes de Italia.

Y en segundo lugar, el segundo Censo de Augusto -5 a.C., y valga la redundancia- obliga a «que se empadronase todo el mundo», tanto los ciudadanos romanos, como los que no lo son, y para los cuales se crea una nueva figura jurídica, los ingenuos. Hay, entonces, dos tipos de hombres, los ciudadanos, con derechos civiles y políticos, y los ingenuos, con derechos civiles -no plenos-, pero sin derechos políticos. De acuerdo que nos puede parecer hoy día una discriminación, pero, demonios, es que hasta entonces no eran nada. Y, de hecho, ese primer reconocimiento a la personalidad jurídica de los ingenuos, evolucionará hasta que, poco más de un siglo después, prácticamente todos los habitantes del Imperio tengan los mismos derechos.

Así que, desde el segundo Censo de Augusto, censo que inaugura nuestro Señor Jesucristo, todo el mundo cuenta por primera vez en la historia de la Humanidad. El ser persona y el pertenecer a una nación ya no es un privilegio reservado a unos pocos elegidos, sino a todos los hombres. ¿Y es que, acaso, eso no tiene nada que ver con la Nueva Alianza que inaugura nuestro Redentor, y por la cual el Pueblo elegido ya no es sólo Israel, sino todo el orbe?

Jesucristo no se contenta con ser perfecto hombre a título personal, sino que, además, nos da ejemplo al nacer obedeciendo una ley, pero no una ley cualquiera, sino que se hace hombre obedeciendo precisamente la ley que hizo hombres a todos los hombres, y a partir de la cual surgió nuestra civilización.

Jesucristo no se encarnó cogiendo un calendario cósmico y jugándoselo a los dados, no es la forma de proceder de un Dios creador y perfecto organizador de las leyes físicas que, de forma tan armónica, rigen el universo, sino que, antes bien, Dios debió de preparar de forma meticulosa ese momento histórico escogido, en el cual entrar a formar parte de la aventura humana. Y aquí sí que me empiezan a cuadrar ya las cosas, pues si Jesucristo fue perfecto Dios y perfecto hombre, no pudo haber escogido mejor momento.