Si no lo veo, no lo creo - Alfa y Omega

Si no lo veo, no lo creo

Ya desde las catacumbas los cristianos bebían de las imágenes para entender los acontecimientos centrales de nuestra fe. El siglo XXI no es muy diferente: el mundo audiovisual se impone, en no pocas ocasiones, frente a la palabra. Dos historiadoras del Museo del Prado aprovechan esta tendencia para acercar a los visitantes a la vida de Jesús a través de la colección de arte sacro de la pinacoteca madrileña

Cristina Sánchez Aguilar
La adoración de los pastores (detalle), de Juan Bautista Maíno. Foto: Museo del Prado

La adoración de los pastores, del pintor español Juan Bautista Maíno, mide tres metros de alto por casi dos de ancho. No pasa desapercibido cuando el visitante recorre la sala del Museo del Prado donde descansan las grandes obras de la escuela española del siglo XVII. Lo que quizá no sepa el observador es que Maíno fue uno de los pintores más importantes de la época, pero su herencia se vio ensombrecida a la luz de otras figuras contemporáneas como José de Ribera o Diego Velázquez. Es posible incluso que el espectador lo confunda con uno de sus maestros, el italiano Caravaggio, de cuyo naturalismo tenebrista bebió el español durante su visita a Italia.

El siglo XVII se había estrenado con la Contrarreforma. Terminado el Concilio de Trento, la Iglesia se afanó en renovarse y evitar así el avance de la Reforma luterana. El arte, fuertemente ligado a la evangelización, se adaptó a la nueva corriente y los pintores empezaron a acercar la imagen al espectador, para hacer el culto más comprensible. «Se dejó de idealizar a los personajes, de forma que no se ocultaban ya sus defectos, sino que se escogían entre los habitantes de la ciudad, con rostros curtidos, arrugados e incluso con los pies descalzos y sucios», explica Alicia Pérez Tripiana, del área de educación del Museo del Prado y coautora del libro Jesús en el Museo del Prado, editado por PPC.

Reivindicación de san José

Esta adoración de Maíno es un claro ejemplo de esta ruptura de barreras entre imagen y observador. «Los pastores del cuadro son gente del pueblo, tienen rostros cotidianos y hasta las uñas de los pies rotas», señala. Los ángeles también han dejado de ser rostros irreales rodeados de luz. «Si se observa la cara del ángel más cercano a la Sagrada Familia, se puede ver al típico pilluelo que rondaba las calles de España en aquella época».

Otro rasgo destacado es la representación de san José, un personaje casi anecdótico hasta entonces en la iconografía religiosa. «Fue a partir de la Contrarreforma cuando la figura del padre terrenal de Jesús es reivindicada. Maíno refleja esta nueva tendencia en el cuadro, porque es José quien coge la mano de Cristo y la besa».

Maíno no fue un autor cualquiera. Este cuadro, que formaba parte del Retablo de las cuatro Pascuas (Natividad, Epifanía, Resurrección y Pentecostés), fue un encargo del convento de San Pedro Mártir de Toledo, en el que profesaría un año después de haber terminado la obra para su altar mayor. Él, más que nadie, supo «ofrecer a través de la pobreza de unos pastores frente a lo sagrado una imagen con la que cualquier creyente podía fácilmente identificarse», afirma Pérez.

El Bautismo de Jesús, de El Greco. Foto: Museo del Prado

Ruta sobre Jesús por la pinacoteca

La adoración de los pastores es uno de los 30 cuadros que las historiadoras Alicia Pérez Tripiana y Mª Ángeles Sobrino López eligieron para ilustrar la ruta sobre Jesús en el Museo del Prado, una selección de obras de arte que terminaron formando parte de su libro, cuya primera edición se publicó en 2009 –van por la cuarta–, y se convirtió en un imprescindible en las mesillas de los profesores de Religión y Arte de toda España. «Estamos en la era de la imagen, y a través de los cuadros los chicos recuerdan perfectamente el mensaje, la historia y el texto», afirma Pérez. La novedad de este libro-guía es que no se limita a hacer un relato pictórico de los capítulos de la vida de Cristo, sino que ofrece las claves bíblicas del mismo y contextualiza su significado en la época en la que fueron pintados.

La disposición de las obras es cronológica. Todo comienza con la Anunciación, de Fra Angélico. Le siguen, entre otros, La visitación, de Rafael; el Nacimiento de Jesús, de Hans Memling, y La adoración de los pastores de Maíno. Para arrancar con la etapa del ministerio público de Jesús, que según los evangelistas comienza con el Bautismo en el Jordán, las autoras de la ruta han escogido El Bautismo de Jesús en la versión de El Greco «por su profunda espiritualidad», admite Pérez Tripiana.

El interés por el mundo espiritual

El objetivo de Domenicos Theotocopoulos al pintar este retablo, con el que inició la fase final de su carrera, fue «desvincular la escena de las concepciones tradicionales del arte de la pintura e introducirnos en un mundo de intensa espiritualidad, donde el hombre es redimido del pecado por la gracia de Dios a través de Cristo», señala la coautora del libro.

El Greco pintaría esta escena por un encargo de 1596, el único que recibe en Madrid, para la iglesia de la Encarnación, perteneciente a la Orden Agustina. La acompañaban otros seis lienzos con escenas como la Anunciación, la adoración de los pastores o Pentecostés. Tras el reinado de José I Bonaparte el retablo se despiezó, y cuadros como La adoración de los pastores pasaron por diversas manos. El último dueño de ese lienzo fue Carlos I, rey de Rumanía, motivo por el que hoy podemos admirarlo en el Museo Nacional de Arte de dicho país. Las otras cinco obras fueron recuperadas por España y forman parte de la colección del Museo del Prado.

Si continuamos el periplo llegaremos al monte Tabor. Giovan Francesco Penni, discípulo de Rafael, pinta La transfiguración del Señor. El Veronés muestra la maestría de su pincel en Jesús y el Centurión. Tras el Lavatorio de pies de Tintoretto y La última cena de Juan de Juanes finalizaremos la ruta con las escenas de la Pasión. Van Dyck, Velázquez, Van der Weyden Tiziano o Sebastiano del Piombo reflejan con sus pinceles el tormento y la gloria del acontecimiento central de nuestra fe.