El secreto de la Madre Teresa - Alfa y Omega

El secreto de la Madre Teresa

José Francisco Serrano Oceja

Un día, tan lejano como cercano, el mundo se rindió a sus pies. Claudicaron las cámaras de televisión, las portadas de los grandes semanarios, los escenarios de los premios más cualificados y prestigiados, y los aplausos cómplices de los galardonados en altísimas ciencias y honores: el saber, la paz, el nuevo orden internacional. Un día, no muy lejano, el mundo lloró porque había dejado de ser un poco menos de los hombres y un poco más de los sembradores del odio y de la iniquidad. Un día, aquel día, alguien recordó que el cielo no podía esperar. Y si el cielo no puede esperar, los hombres, tampoco. Aquel día se abrieron las nubes para que entrara por la puerta grande, que es la pequeña, la de los pequeños, una viejecita vestida de blanco y azul, revestida de la pureza de su mirada, sin más equipaje que la arrugada piel de su caridad y la sonrisa sabor esperanza de un futuro que es posible.

Un día, aquel día, 5 de septiembre de 1997, casi ayer, el mundo se preguntó -nos preguntamos- por el secreto de la Madre Teresa de Calcuta. ¿Cuál fue su secreto? ¿Cuál su arcano? Acaso su corazón de madre, de madre de todos. Pero, sobre todo, de los concebidos y no nacidos, de los huérfanos, de los maltratados. Sólo un madre podía prestar su voz a los hijos del silencio, ante aquellos relucientes Premios Nobel del año 1975: «En nuestros días, se mata a millones de niños antes de nacer y no decimos nada. Lo admitimos para conformarnos con el punto de vista de los países que han legalizado el aborto. Estas naciones son las pobres. Tienen miedo de los pequeños, tienen miedo del niño no nacido, y ese niño tiene que morir porque ellas no quieren alimentar a un niño más. (…) Hace algún tiempo recogí a una niña en la calle. Dios sabe desde cuánto tiempo no había comido nada. Le di un trozo de pan. La niña se puso a comerlo miga a miga. Cuando le dije: Come el pan, ella me miró y me dijo: Tengo miedo de comer el pan, porque me da miedo tener hambre de nuevo en cuanto termine de comerlo. Ésta es la verdad. No volver jamás la espalda a los pobres, porque al volverles la espalda, os alejáis de Cristo».

¿Cuál fue su pequeño gran secreto? Acaso su penetrante mirada. Acaso su profunda vida de oración: «Amad la oración -escribió la Madre Teresa-. Tomaos la molestia de orar. Orad. La oración os abre el corazón hasta que se vuelve tan ancho como para recibir y guardar a Dios. Tenemos que conocer a Jesús en la oración antes de encontrarle en los cuerpos rotos de los pobres. Pedid, buscad. Y vuestro corazón se hará ancho para recibirle y guardarle como vuestro. Entonces podremos dar más de Jesús, más de su amor a la gente que encontramos». Acaso su lenguaje, su sigiloso modo de hablar, de pedir perdón y de exigir amor, al mismo tiempo. O acaso la Congregación que puso en marcha, que hoy continúa su tarea, y que mantiene encendida la lámpara de su espíritu recordando lo que un día les dijo la Madre Teresa: «Ante todo, somos religiosas y no asistentas sociales, profesoras, enfermeras o médicas. Un hindú decía que la diferencia entre nosotras y las trabajadoras sociales es que unas actúan por algo y nosotras actuamos por Alguien. Nosotras servimos a Jesús en los pobres. Todo lo que hacemos, oración, trabajo, sufrimiento, lo hacemos por Jesús. Nuestras vidas no tienen ningún sentido, ninguna motivación fuera de Él. Servimos a Jesús las 24 horas del día».

Acaso todo esto y mucho más. El secreto de la Madre Teresa de Calcuta, por supuesto, no está sólo en la Madre Teresa de Calcuta. Hay que buscarlo más allá de sí misma, ultreya de su corazón. Hay que buscarlo en su amor a Cristo, el Señor, fuente de su santidad: «No temo decir que estoy enamorada de Jesús, porque Él lo es todo para mí. Se piensa que convertirse es cambiar de la noche a la mañana. Eso no es tan sencillo. Yo quiero que muchos aprendan a conocer a Dios, a amarle, a servirle, porques ésa es la verdadera alegría y quiero que todos puedan poseer lo que yo poseo».

Para los santos, los únicos secretos son los del amor. Pero los secretos del amor se proclaman a voces cada vez que pensamos que hay más satisfacción en dar que en recibir, o que todo lo que no se da, se pierde. Los secretos del amor no saben de diferencias, ni de épocas, ni de razas, ni de lugares. Los secretos del amor sólo saben y gustan de la verdad de cada uno; de la sinceridad con la que la conciencia se enfrenta al yo; y de la caridad con la que tratamos a los demás en nombre de Dios hecho hombre. Los santos saben que hacer la voluntad de Dios es su gran secreto. Y es la mejor forma de hablar hoy, de presentar la Buena Nueva del Evangelio. No nos engañemos. El problema del Evangelio no es de lenguaje, es de vida. El Evangelio en el corazón de los hombres pasa, no tanto por el cómo de la elocuencia, sino por el qué del amor, por la vida. Y, así, quien tenga oídos, que oiga; y quien tenga ojos, que vea. Son los secretos del corazón…, y el secreto de la Madre Teresa.