Misericordia en tiempos inciertos - Alfa y Omega

Misericordia en tiempos inciertos

No sabemos si Europa permanecerá unida o si una bomba nos espera a la vuelta de la esquina. Hoy parece un sarcasmo la proclamación del fin de la historia

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Foto: AFP Photo/Boris Horvat

El goteo de atentados en los últimos días –algunos obra de yihadistas, otros simplemente de perturbados– acrecienta la sensación de miedo en un tiempo de profundos cambios en todos los órdenes de la vida que generan grandes dosis de incertidumbre y ansiedad. No sabemos si Europa permanecerá unida, si la robotización industrial dejará a millones de trabajadores en la calle o si una bomba nos espera a la vuelta de la esquina. A la vista del auge de los populismos en Occidente parece un sarcasmo el recuerdo de cómo, hace 20 años, se proclamaba el fin de la historia, considerando inexorable el triunfo de la democracia liberal. Si esta generación quiere dejar como legado a la siguiente un mundo mejor tendrá que esforzarse a fondo, porque no existe una ley que asegure que la humanidad progresa hacia una Arcadia feliz.

Llega en estos momentos la JMJ de Cracovia para ofrecer, en palabras del Papa, «un nuevo signo de armonía, un mosaico de rostros diferentes, de tantas razas, lenguas, pueblos y culturas, pero todos unidos en el nombre de Jesús, que es el Rostro de la Misericordia». El pueblo polaco, duramente probado en los últimos siglos, ha irradiado a todo el mundo la devoción a la Divina Misericordia, que –como decía el cardenal Ratzinger en las exequias de Juan Pablo II– constituye el límite que Dios ha impuesto al mal. La respuesta a Auschwitz está en Jesús en la cruz, que transforma en amor «todo el peso de nuestros pecados, todas las injusticias perpetradas por cada Caín contra su hermano», según las palabras de Francisco en el vía crucis de 2014.

La misericordia tiene otra faceta más activa. Dar de comer al hambriento, acoger al extranjero… son acciones con el potencial de cambiar el mundo. Los grandes problemas no desparecen de un plumazo, pero se genera, siquiera de forma fugaz, la visión de un mundo nuevo construido según los parámetros del Reino, y el poder que ejerce esa visión es extraordinario. Francisco quiere que los jóvenes tomen conciencia de ello. Claro que habrá además que prepararlos para la perseverancia ante un futuro en el que no faltarán momentos oscuros, de duda y de desaliento.