La ley de Cristina - Alfa y Omega

La ley de Cristina

Manuel Cruz
Foto: EFE/Mariscal

¡Caramba con doña Cristina! La presidenta de nuestra Comunidad de Madrid, por lo que puede colegirse de su flamante Ley de protección integral contra la discriminación por la diversidad sexual y de género –léase, para simplificar, ley contra la libertad de educación y contra la doctrina cristiana– ha decidido transformar el entrañable dicho ¡De Madrid al cielo! que da nombre a esta columna, por otro acaso más adecuado a los tiempos que corren: De Madrid… ¡al infierno!

Antes de seguir, habría que preguntarle a doña Cristina qué es el cielo y qué el infierno porque, últimamente, hay mucha confusión moral, mental, intelectual e, incluso, religiosa, sobre estos dos conceptos antagónicos. Primero, porque apenas se habla ya del infierno, y segundo porque tampoco es frecuente que se nos hable de pecado.

No olvido que estamos en el Año de la Misericordia y que no parece muy oportuno hablar de las calderas de Pedro Botero. Pero bien sé que los placeres de este mundo están reñidos con el esfuerzo de leer, explicar y aplicarse el Evangelio. ¡A quién se le ocurre hablar de pecado en estos tiempos de manga ancha!

Doña Cristina nos quiere decir que ancho es Madrid y que, para demostrarlo, basta con convertirlo en el paraíso de la ideología de género, la gran aportación que nos ha traído el neopaganismo feminista que aspira a cambiar el mundo. Para ello es necesario prohibir la enseñanza –¡pecado civil!– sobre la diferencia biológica existente entre varón y hembra, entre hombre y mujer, entre niño y niña, entre padre y madre.

Para Cristina Cifuentes, según su ley que será enseñada obligatoriamente en los colegios, solo existe un género: el que cada cual elija. Y quienes sugieran lo contrario, multa –¿también la cárcel, doña Cristina?– y oprobio civil. En adelante, el cielo será el que cada cual escoja según sus gustos, sin que nadie tenga derecho a decir que Dios nos creó a su imagen y semejanza, hombre y mujer. Pero, claro, eso no parece importar en absoluto a los ideólogos de la ambigüedad, es decir, del cielo terrenal que nos promete doña Cristina con su ley.

María Cristina nos quiere gobernar, como en la antigua canción. Pero un servidor, que se despide de ustedes, no le va a seguir la corriente… «¡No, no, no, no, María Cristina, que no, que no…!».