El Papa Francisco en Auschwitz - Alfa y Omega

Auschwitz es imagen de una Europa en extravío total, alienada, caótica y autodestructiva. En cambio, la ofrenda humilde y generosa de Edith Stein es la imagen presentida en Auschwitz de la Europa que, paradójicamente y pese a todas las apariencias, puede redescubrir allí el alma de su unidad y grandeza, mirar al futuro con esperanza y ser ella misma un signo de esperanza para todos pueblos

Este viernes, durante la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, el Papa Francisco visitará y permanecerá dos horas en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, el icono de un mundo sin misericordia. Icono de los abismos en que los hombres pueden caer ya en la tierra cuando se olvidan de la sabiduría y amor del Dios Creador y Redentor, se ponen en su lugar y se arrogan el derecho a decidir sobre el bien y el mal, la vida y la muerte.

Francisco sigue la estela de sus predecesores. De Juan Pablo II se ha llegado a escribir que su vocación sacerdotal nació y se consolidó en Auschwitz, de donde luego fue obispo. Lo visitó en 1979, el año siguiente a su elección como Papa. Comenzó diciendo: «He estado aquí muchas veces… Y muchas veces he bajado a la celda de la muerte de Maximiliano Kolbe y me he parado ante el muro del exterminio y he pasado entre las escorias de los hornos crematorios de Birkenau. No podía menos que venir aquí como Papa. Son seis millones de polacos los que perdieron la vida durante la II Guerra Mundial: la quinta parte de la nación».

Benedicto XVI lo hizo en 2006. Evocó la visita de su antecesor: «Juan Pablo II estuvo aquí como hijo del pueblo que, juntamente con el pueblo judío, tuvo que sufrir más en este lugar. Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán, sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación».

Benedicto XVI, teólogo él, se preguntó en aquel infierno: «¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?». Se detuvo ante las lápidas en diversos idiomas concluyendo ante la lápida en lengua alemana: «Allí emerge ante nosotros el rostro de Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, judía y alemana, que juntamente con su hermana murió en el horror de la noche del campo de concentración nazi alemán; como cristiana y judía, aceptó morir junto con su pueblo y por él. Los alemanes que entonces fueron traídos a Auschwitz-Birkenau y que murieron aquí eran considerados Abschaum der Nation, la basura de la nación. Sin embargo, ahora nosotros los reconocemos con gratitud como testigos de la verdad y del bien, que en nuestro pueblo tampoco habían desaparecido. Damos gracias a estas personas porque no se sometieron al poder del mal y ahora están ante nosotros como luces en una noche oscura».

Juan Pablo II en el mismo lugar en 1979. Esta semana lo visitará Francisco. Foto: AFP Photo/Vincenzo Pinto

Silencios elocuentes

El Papa Francisco, maestro en gestos de amor y misericordia, se reunirá mañana con algunos supervivientes de Auschwitz. Ha anunciado que no pronunciará ningún discurso allí. Pero sus gestos y sus silencios serán más elocuentes que las palabras: una caricia sacramental del amor de Dios. Pondrán de relieve la necesidad de la misericordia y el amor de Dios en un mundo como el nuestro donde florecen las divisiones, la violencia y los nacionalismos extremos. Será una prolongación en silencio de lo que se atrevió a poner en boca de Dios Padre dirigiéndose al hombre cuando visitó en 2014 el Memorial del Holocausto en Yad Vashem (Israel): «Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco. ¿En qué te has convertido? ¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? ¿Quién te ha convencido de que eres dios? No solo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios. Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad. Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad».

Pero el Papa podrá descansar su mirada en signos de esperanza que nos orientan al cielo desde los abismos de Auschwitz. Orará privadamente en la celda del padre Kolbe, que se ofreció a morir en lugar de un padre de familia. Y podrá serenar su pensamiento con la figura de Edith Stein, asesinada también allí en una cámara de gas, y que se preguntaba un año antes: «¿Quién expía por lo que sucede al pueblo judío en nombre del pueblo alemán? ¿Quien convierte esta culpa terrible en bendición para ambos pueblos?». Ella misma se respondía. Y en la respuesta expresa su disposición a orar y expiar por los perseguidores alemanes y convertir así su odio en la última oferta de la gracia y unión para ambos pueblos: «Los que no dejan que las heridas abiertas por el odio engendren nuevo odio, sino que, aun cuando estén entre sus víctimas, cargan sobre sí el sufrimiento de los odiados y el sufrimiento de los que odian. El odio no debe tener nunca la última palabra en el mundo. Tiene que ser posible enfrentarse con el odio orando y expiando por él de modo que el padecer este odio pueda convertirse en una última gracia para los que odian».

Edith Stein, copatrona de Europa, es memoria viva de la tragedia de Europa y símbolo de la esperanza para el mundo. Los constructores de Auschwitz son la imagen de una Europa en extravío total, alienada, caótica y autodestructiva. En cambio, la ofrenda humilde y generosa de Edith Stein –que unida a Cristo ora e intercede ante el Padre implorando misericordia para todos, incluso para sus verdugos– es la imagen presentida en Auschwitz de la Europa que, paradójicamente y pese a todas las apariencias, puede redescubrir allí el alma de su unidad y grandeza, mirar al futuro con esperanza y ser ella misma un signo de esperanza para todos pueblos.