«Dar de comer a Cristo» - Alfa y Omega

«Dar de comer a Cristo»

La catedral de la Almudena, el pasado día 8, resultó insuficiente para acoger a los madrileños que quisieron participar en la Misa por la Madre Teresa de Calcuta presidida por el arzobispo de Madrid, monseñor Rouco Varela, quien dijo en su homilía

Antonio María Rouco Varela
Un momento del funeral celebrado en la catedral de la Almudena por la Madre Teresa

En la primitiva Iglesia, la de los mártires, fechaban el día de la confesión y oblación a Cristo sellada con la propia sangre como su dies natalis, como el día del verdadero y pleno nacimiento. A mí me parece que en la muerte de la Madre Teresa podemos repetir: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor!, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan . Las obras que acompañan a la Madre Teresa son obras de amor, de amor limpio, incondicional, crucificado, amor de Cristo. Son expresión inequívoca de ese Amor. Ya lo decía ella, con la sencillez propia de los santos: La ocupación principal de las Misioneras de la Caridad se centra en dar de comer a Cristo, que tiene hambre; en vestir y en ofrecer cobijo a Cristo, que padece… Hacemos esto dando de comer, vistiendo, cuidando y ofreciendo cobijo a los Pobres.

El amor de Cristo reclama la vida toda, y a todos. A unos, en el filo de la confesión de la Fe, aun a costa de la sangre; a otros, en el día a día de un gastarse y desgastarse por los hermanos. El estilo con que Madre Teresa se ha acercado a los pobres a través de una dilatada vida de servicio incesante, incansable e incondicional, prestado a los más necesitados en el cuerpo y en el alma con bondad inagotable y con exquisita cercanía maternal -en el que le imitan sus hijas, desparramadas por todo el mundo- ha brotado y brota de una fuente inagotable: el amor de Cristo, vivido hasta el límite de la completa inmolación de sí misma.

Amor, uno a uno

Se repetía en la historia íntima de la Madre Teresa la vivencia plena de la identificación con Jesucristo recibida por gracia singular, como en el caso de sus patronas de profesión a la vida religiosa: las dos grandes santas del Carmelo: En la Profesión elegí el nombre de Teresa. Pero no el de Teresa, la grande, la de Ávila. Yo elegí el nombre de Teresa, la pequeña: la del Niño Jesús, refiere ella con gracejo netamente teresiano.

La Madre Teresa amaba a los pobres uno a uno: Jesús habría muerto por un solo pobre. Tanto las hermanas como yo nos ocupamos de la persona, de una sola persona cada vez. No se les puede salvar más que de uno a uno. No se puede amar más que uno a uno. Pero, a la vez, los amaba a todos, con preferencia especial para los más humillados y despreciados: Son los pobres más pobres, cubiertos de suciedad y de microbios, los leprosos, los abandonados, los discapacitados físicos y psíquicos, los que carecen de hogar, los enfermos terminales de sida, los huérfanos, los moribundos, aquellos a quienes todo el mundo desprecia. Y los amaba en su verdad y en su dignidad inviolables: Los pobres son personas magníficas. Nos dan mucho más que nosotros a ellos, empezando por el inmenso gozo que nos dan al aceptar las pequeñas cosas que conseguimos hacer por ellos.

Y los amaba cuanto más impotentes e indefensos. Amaba a los niños con singular ternura, aun antes de nacer. El niño es un don de Dios -decía ella-. Tengo la sensación de que el país más pobre es el que tiene que asesinar al niño no nacido para permitirse más cosas y más placeres. ¡Que se tenga miedo de tener que alimentar a un niño más…! Y se dejaba amar por ellos.

Un momento del funeral celebrado en la catedral de la Almudena por la Madre Teresa

En verdad, no se encuentra ni un ápice de exageración en ese título de Madre de los pobres con el que la ha designado el Santo Padre; o, en aquél otro, que ella se atribuía a sí misma de representante de todos los pobres de la Tierra: Yo he asumido la representación de los pobres del mundo entero: de los no amados, los indeseados, los desatendidos, los paralíticos, los ciegos, los leprosos, los alcohólicos, aquellos que quedan marginados por la sociedad, las personas que no saben lo que es el amor y la relación humana.

¿Cómo no percibir en la Madre Teresa, con lo ojos de la fe y de la esperanza cristiana, que alienta hoy en toda la Iglesia y a la que ha dado expresión emocionada y autorizada la voz de Juan Pablo II, una de esas figuras a las que el corazón empuja a proclamar dichosa y bienaventurada, con la Bienaventuranza del Evangelio?

Celebramos esta Eucaristía por la Madre Teresa en Madrid, en la catedral de la Almudena, el día de la fiesta de la Natividad de María. La devoción filial de Teresa de Calcuta a la Virgen presenta todos esos matices de confianza, intimidad y trato diario, propio de aquellas almas abiertas sin reservas a la voluntad del Padre.

La herencia que nos ha legado la Madre Teresa a los cristianos y al mundo es la de un testimonio del Evangelio de Jesucristo como Evangelio de los pobres; un testimonio, claro como el agua limpia, y sencillo como los ojos de un niño, de tal manera que lo puedan oír y ver bien los hombres y la sociedad de este tiempo tan orgulloso de sí mismo y tan envanecido por su poder.

Que el ejemplo evangélico de la Madre Teresa, don extraordinario de la gracia de Dios para su Iglesia, prenda y fructifique en todos los surcos de la Iglesia, sobre todo, en el alma y el corazón de sus jóvenes.