Francisco: «Nuestra credibilidad depende del modo en que acogemos a los marginados» - Alfa y Omega

Francisco: «Nuestra credibilidad depende del modo en que acogemos a los marginados»

Durante el Vía crucis de la JMJ de Cracovia, el Papa les dice a los jóvenes Dios quiere hacer de ellos «una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad», en una época marcada por desafíos como el terrorismo, las guerras, la explotación infantil o la crisis de los refugiados

Redacción

«¿Dónde está Dios?» Al término de la jornada del viernes, durante el rezo del Vía crucis, el Papa hizo en voz alta la pregunta que llevaba flotando todo el día, durante sus visitas al campo de exterminio de Auschwitz y a un hospital pediátrico.

«¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio?», se preguntó Francisco. «¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto? ¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías? ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida? Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Solo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él. Y la respuesta de Jesús es esta: “Dios está en ellos”, Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno. Él está tan unido a ellos, que forma casi como “un solo cuerpo”».

El Papa hizo esta meditación final tras el rezo de las 14 estaciones escritas por el obispo auxiliar de Cracovia y responsable de Nueva Evangelización en la Conferencia Episcopal Polaca, monseñor Grzegorz Rys. Los pasajes estuvieron centrados en las obras de misericordias corporales y espirituales, presentadas como la respuesta a desafíos como el hambre, la pobreza, la falta de respeto a la vida, el sufrimiento o la muerte, escenificados por medio de danzas modernas, arte callejero o incluso la simulación informática.

La cruz fue portada por diferentes grupos de jóvenes pertenecientes a grupos como la Comunidad del Cenáculo o Ayuda a la Iglesia Necesitada. Pero el primer protagonismo lo tuvo un grupo de refugiados sirios acogidos en Roma por la Comunidad de Sant Egido, a quienes el Papa dirigiría después palabras especiales. «En esta tarde, Jesús –y nosotros con él– abraza con especial amor a nuestros hermanos sirios, que huyeron de la guerra. Los saludamos y acogemos con amor fraternal y simpatía», dijo.

Abundando en las obras de misericordia, eje central de esta JMJ de Cracovia, Francisco aseguró que esa es la vía para «configurarnos» con Jesucristo, lo que significa estar dispuestos a entregar la propia vida «para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles».

«Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno que se dice cristiano no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo».

En ese sentido, dijo, «estamos llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el protocolo por el cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos con él».

«Nuestra credibilidad como cristianos –añadió– depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el cuerpo y al pecador herido en el alma. En la acogida del emigrado que está herido en su cuerpo y en la acogida del pecador que está herido en el alma, se juega nuestra credibilidad como cristianos! ¡No en las ideas!».

El Papa les dijo a los jóvenes que «hoy la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes» que estén «dispuestos a entregar sus vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles. Dios «quiere hacer de vosotros una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que seáis un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para cumplir esta misión, él os señala la vía del compromiso personal y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz es la vía de la felicidad de seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo dramáticas de la vida cotidiana; es la vía que no teme el fracaso, el aislamiento o la soledad, porque colma el corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de la cruz es la vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a través también de los senderos de una sociedad a veces dividida, injusta y corrupta».

«La vía de la cruz –abundó– no es una actitud sadomasoquista: la vía de la cruz es la única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad y fe, da esperanza y futuro a la humanidad. Quien la recorre con generosidad y con fe, siembra esperanza. Y yo querría que ustedes fueran sembradores de esperanza».

Palabras completas del Papa

«Tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber,
fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis,
enfermo y me visitasteis,
en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).

Estas palabras de Jesús responden a la pregunta que a menudo resuena en nuestra mente y en nuestro corazón: «¿Dónde está Dios?». ¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto? ¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías? ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida? Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él. Y la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos», Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno. Él está tan unido a ellos, que forma casi como «un solo cuerpo».

Jesús mismo eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que sufren por el dolor y la angustia, aceptando recorrer la vía dolorosa que lleva al calvario. Él, muriendo en la cruz, se entregó en las manos del Padre y, con amor que se entrega, cargó consigo las heridas físicas, morales y espirituales de toda la humanidad. Abrazando el madero de la cruz, Jesús abrazó la desnudez y el hambre, la sed y la soledad, el dolor y la muerte de los hombres y mujeres de todos los tiempos. En esta tarde, Jesús –y nosotros con él– abraza con especial amor a nuestros hermanos sirios, que huyeron de la guerra. Los saludamos y acogemos con amor fraternal y simpatía.

Recorriendo el Vía crucis de Jesús, hemos descubierto de nuevo la importancia de configurarnos con él mediante las 14 obras de misericordia. Ellas nos ayudan a abrirnos a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de comprender que sin la misericordia no se puede hacer nada, sin la misericordia yo, tú, todos nosotros, no podemos hacer nada. Veamos primero las siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; acoger al forastero; asistir al enfermo; visitar a los presos; enterrar a los muertos. Gratis lo hemos recibido, gratis lo hemos de dar. Estamos llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el «protocolo» por el cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos con él (cf. Mt 25,31-46).

Después de las obras de misericordia corporales vienen las espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos. Nuestra credibilidad como cristianos depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el cuerpo y al pecador herido en el alma. En la acogida del emigrado que está herido en su cuerpo y en la acogida del pecador que está herido en el alma, se juega nuestra credibilidad como cristianos!¡No en las ideas: ahí!

Hoy la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como vosotros, que no quieran vivir sus vidas «a medias», jóvenes dispuestos a entregar sus vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles, a semejanza de Cristo, que se entregó completamente por nuestra salvación. Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo.

En esta tarde, queridos jóvenes, el Señor os invita de nuevo a que seáis protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de vosotros una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que seáis un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para cumplir esta misión, él os señala la vía del compromiso personal y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz es la vía de la felicidad de seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo dramáticas de la vida cotidiana; es la vía que no teme el fracaso, el aislamiento o la soledad, porque colma el corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de la cruz es la vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a través también de los senderos de una sociedad a veces dividida, injusta y corrupta.

La vía de la cruz no es una actitud sadomasoquista: la vía de la cruz es la única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad y fe, da esperanza y futuro a la humanidad. Quien la recorre con generosidad y con fe, siembra esperanza. Y yo querría que ustedes fueran sembradores de esperanza.

Queridos jóvenes, en aquel Viernes Santo muchos discípulos regresaron a sus casas tristes, otros prefirieron ir al campo para olvidar un poco la cruz. Les pregunto: pero respondan cada uno en silencio, en su corazón, en el propio corazón ¿Cómo deseáis regresar esta noche a vuestras casas, a vuestros alojamientos, a vuestras tiendas? ¿Cómo deseáis volver esta noche a encontraros con vosotros mismos? El mundo nos mira. Corresponde a cada uno de vosotros responder al desafío de esta pregunta.