Campos de refugiados - Alfa y Omega

Hace unas semanas un amigo, gran conocedor de la realidad mozambiqueña, me comentaba cómo estaban las cosas por allí. Me sorprendió escuchar hablar de violencia, de amenazas, de gente desplazada o de inseguridad cuando por aquí esas cosas no se hablan. A los pocos días, en una reunión de religiosas, pegunté a las hermanas que trabajan cerca de la frontera y lo que me contaron coincidía con lo que había escuchado.

Malawi es un país tranquilo, se convive y se acepta al otro, a los que vienen de diferentes tribus. Los problemas políticos, que afectan a toda la población, se resuelven a otra escala. Escuchar que la paz se resquebraja en Mozambique me lleva a pensar en tanta gente que intentará salvar su vida huyendo de lo impredecible; hombres y mujeres que buscarán cruzar una frontera inexistente, marcada por una simple carretera, para salvar sus vidas como hicieron muchos otros en los tiempos de la guerra.

Conozco un campo de refugiados en Malawi, Dzaleka, en el distrito de Dowa, no lejos de nuestra misión de Chezi. Más de 20.000 refugiados, procedentes de Ruanda, Burundi, Congo y en menor medida Etiopía y Somalia, malviven en ese recinto de casas iguales al que llegaron huyendo, en la mayoría de los casos, de guerras y matanzas. Intentan sobrevivir en un país donde tienen que aprender la lengua, el chichewa, y evitar reproducir las situaciones que ya vivieron y de las que huyeron.

Entre estos refugiados muchos cuentan con estudios académicos: médicos, enfermeras, ingenieros… conozco varios médicos que ejercen su profesión con verdadera dedicación. Uno de ellos trabaja en uno de nuestros hospitales. Le ha perseguido el drama de su pueblo, Ruanda, en tierra extranjera al ser él de una tribu y su mujer de otra. Aún en la distancia, los odios se desatan y no perdonan hasta desequilibrar y llevarse por delante lo que parece sólido.

Como él, muchos ruandeses y burundeses han intentado reconstruir sus vidas, pero pocos son los que consiguen salir del campo de Dzaleka y vivirla. En realidad, ven cómo se les va de las manos sin esperanza, perdidos entre las ayudas que reciben y la penuria en la que se encuentran, sin posibilidad de conseguir el bendito pase que les permita irse o aspirar a conseguir el pasaporte.

La palabra refugiado es siempre controvertida, y más en este momento en que está en boca de todos, en especial en Europa. Cuando se conoce a alguien, cuando escuchamos su historia, nuestra mente cambia y nuestro corazón se abre para acoger y acompañar.