«Más grandes que las Torres» - Alfa y Omega

«Más grandes que las Torres»

Seguimos asombrados, estupefactos, atónitos, aterrados…, con un asombro que no pasará en muchísimos años, por la tragedia que nos ha tocado a todos y que nos ha herido tanto

Colaborador
Atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001

Con los criminales atentados contra las Torres Gemelas de nuestra Ciudad de Nueva York y con la destrucción de parte del edificio del Pentágono, no sólo han sufrido los directamente afectados por la tragedia y sus familiares y amigos, sino que sufrimos todos los que habitamos esta ciudad, los que habitamos esta nación y todos los hombres y mujeres de buena voluntad que detestamos toda clase de violencia, de odios, de divisiones entre los seres humanos, aquí o en cualquier rincón del planeta. Estos atentados han herido a la Humanidad entera, porque tocan y afectan a los más profundos valores cultivados y logrados por la Humanidad en tantos siglos de tarea por la civilización de los hombres. Porque no sólo se atentó contra la vida de muchos seres humanos ni contra símbolos del poderío militar o la grandeza económica de nuestra nación, sino que -y sobre todo- se atentó contra valores universales tales como el respeto a la vida, a la libertad y a los más elementales derechos de todo hombre.

Me correspondió ser testigo de esta inconmensurable tragedia, estar cerca y presente en el momento justo de la hecatombe, del caos, de ese Apocalipsis imborrable. Y quiero dejar aquí mi testimonio: la certeza de que, si bien fue enorme el horror y la muerte causados por la violencia, más grande y más imponente que aquellas Torres Gemelas fue la cadena de solidaridad humana que inmediatamente se registró en el lugar dantesco de los fatídicos acontecimientos; si bien unos pocos causaron tanto daño, más grande y más elocuente fue el bien que millones empezaron a hacer y hacerse los unos a los otros en medio del clamor, del llanto, de la humareda, de las explosiones, del derrumbe, del polvo, de la huida, de la desesperanza, de la desolación, de tantas pérdidas, de la nada.

No olvidaremos los aviones, el fuego, las columnas de humo, los gritos de terror, el pánico, el ruido de las sirenas, las carreras, el desastre… Imposible olvidar tanto horror, tanto miedo… Pero será más provechoso y más aleccionador para la memoria de esta nación y para la posteridad y generaciones venideras que no olvidemos el bien causado por tantos y tantas que arriesgaron u ofrendaron efectivamente sus vidas por salvar vidas de hermanos desconocidos, pero al fin y al cabo ciudadanos de la misma patria y de un mundo en el que todos tenemos un destino común. Mundo en el que todos nos afanamos y peregrinamos queriendo ser felices sin lograrlo del todo todavía. Mundo en el que vamos caminando transidos por los mismos sueños y con los mismos anhelos. Mundo en el que todavía somos capaces de ilusionarnos con la misma espera que es la espera de todos: una paz que brote del reconocimiento de que somos todos hermanos hijos del mismo Padre sin distingos de ideología política, raza, credo o nación.

Y entonces…, ¿cómo olvidar a los cientos de bomberos, policías, paramédicos, enfermeros y enfermeras, taxistas de todas las razas y naciones, representantes de comunidades civiles, políticas o religiosas corriendo en ayuda de otros hombres y mujeres sufrientes? ¿Cómo olvidar la bondad y la solidaridad, manifestadas en entrega inmediata y gratuita de agua y alimentos para sobrevivientes y transeúntes afectados todos por igual? ¿Cómo olvidar la bondad humana y todo lo mejor que hay de Dios en cada ser humano puesto en escena en medio del infierno, tanto en New York como en Washington?

Lo que ocurrió no es de Dios ni tiene nada de divino. Porque no es de Dios la maldad querida y ejercida por los hombres, que tuercen en su vida el deber de hacerse a imagen y semejanza de su Creador. Lo ocurrido es fruto de la intencionalidad y la mano humana puestas a funcionar con premeditación y alevosía. Lo divino es la cordillera de bondad humana puesta de manifiesto sin limites ni condiciones por parte de todos los que nos vimos implicados en medio de la tragedia.

Y si lo ocurrido es obra de los hombres, entonces hay que buscar y castigar a los culpables de este magnicidio, pero sobre todo hay que aprender las lecciones que esta catástrofe nos deja: que la violencia y la muerte no son y nunca podrán ser el camino para la solución de los conflictos nacionales o internacionales; que frente a lo vulnerable que resultó ser nuestra nación hemos de aprender que la grandeza americana no reside en el poderío de las armas que engendran más horror, más odio, más destrucción y muerte, sino que la grandeza de ésta y de todas las naciones de la tierra ha de consolidarse en el crecimiento de los valores espirituales de toda persona, en el respeto a la dignidad de los seres humanos y en la construcción decidida de la civilización del amor y de la cultura de la vida.

Grandes fueron las Torres Gemelas, pero más grande el amor de los que dieron y continúan dando su vida por los hermanos en el Distrito financiero neoyorkino y en tantos lugares del planeta. Que sean estas líneas también un homenaje a los hombres y mujeres que perdieron u ofrendaron sus vidas en esta tragedia y que, por su amor, resultaron ser más grandes que las Torres!

Mario J. Paredes

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«La Cruz es la única respuesta a toda esta locura»

Una lectora, Mónica Martinho, nos ha hecho llegar la correspondencia electrónica que mantuvo con una amiga neoyorquina el mismo día de los atentados

Mónica: Muchas gracias por tu bondad al pensar en nosotros. Estamos bien. Todavía no sabemos nada de todas las personas en los edificios de la ciudad y en los aviones. Es como un sueño horrible, nadie sabe lo que se debe hacer. La única cosa que se puede hacer ahora es donar sangre para toda la gente en los hospitales. Es muy posible que haya gente que aún no se sabía que trabajaba allí, pero pronto vamos a descubrir que están muertos. La ciudad es como una zona de guerra, y todavía nadie sabe, oficialmente, quién es el responsable.

Mira, la única cosa que aporta sentido ahora es rezar. Estuve en la iglesia antes y mucha gente —no necesariamente los habituales— han ido viniendo para rezar, llorar, tal vez solamente para sentarse en algún sitio donde pensar sobre todo esto.

Estoy pensando que la Cruz es la única respuesta a toda esta locura; ella muestra la solidaridad y la unión de Dios con todos los inocentes, matados por temor y poder. Ella soporta el sufrimiento de las familias que no saben qué hacer; es la única Misericordia que, todavía, se extiende a quienes han cometido este crimen de horror.

Gracias por todas vuestras oraciones. Estáis en mi corazón y en mis oraciones, en el corazón de Cristo,

Annie