Llévame a la Cruz - Alfa y Omega

Llévame a la Cruz

Llévame a la Cruz, que es salvación para los que yerran; sólo allí encuentran descanso los que están fatigados, y vida, los que están muriendo (San Ambrosio)

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

¿La cruz? La cruz…, yo no tengo conciencia de haberla vivido: hace apenas unos días que ha fallecido Marisol y de los labios de su esposo, Carlos, no sale más que una acción de gracias, una Eucaristía por todo lo bueno que ha sido el Señor con su familia, especialmente en el último año de la enfermedad de su mujer, cuando Dios la ha ido queriendo tener más cerca de Él.

Hace doce meses, a Marisol le diagnosticaron un tumor maligno, con un bajo índice de supervivencia. «No hay un manual sobre cómo vivir estas cosas -afirma Carlos-, pero las hemos ido tomando como han venido, con normalidad». En el último año, a medida que avanzaba la enfermedad, Marisol, Carlos y sus dos hijos han vivido momentos duros, pero también han podido percibir con asombro cómo Dios no se ha desentendido de ellos, y han podido conocer de cerca a una mujer que, poco a poco, se ha ido dejando modelar por la gracia. «Estaba contenta y feliz —cuenta Carlos—. Todo sucede por algún motivo, no por casualidad. La Divina Providencia nos ha ido llevando en este último año; la Virgen ha ido tirando de nosotros. Hemos vivido un año de enfermedad, pero no de alejarnos de Dios».

Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia Mí

Y no sólo no se han alejado de Dios, sino que Él se ha servido de Marisol para atraer a los demás. Participantes de la espiritualidad de Schoenstatt, Carlos recuerda que «muchos se han acercado a la fe gracias a ella, pues los invitaba a que la acompañaran al santuario —Mi sitio preferido, decía—, o les pedía que la acompañaran a Misa. Muchos amigos y compañeros de trabajo han quedado sorprendidos; me decían: No sé lo que habría hecho en tu lugar, no sé cómo puedes estar tan tranquilo. Todos nuestros amigos han visto un testimonio que no es normal, la gente no se lo creía. Ella quería llevar a la gente a la Iglesia para conocer a la Virgen, para encontrar a Dios, para que conocieran que la vida es más fácil de lo que creemos. Ha sido algo muy sorprendente para muchos».

Y si es verdad que los santos nunca van al cielo solos, lo cierto es que Marisol, antes de su último viaje, ha dado un buen empujón a muchos. Pero este empujón ha pasado, como no podía ser de otra manera, por el testimonio de la cruz.

«Marisol ha ido llevando su cruz con docilidad —confiesa su marido—, con momentos duros, pero siempre a gusto. ¿Abrazar la cruz? Por supuesto, pero Marisol la ha llevado de manera sencilla, con normalidad. Cuando te pasa una cosa así, te das cuenta de la alegría que da el tener familia, amigos y fe». Por eso, aunque tras la muerte de Marisol están viviendo unos días «con dolor, desgarro y vacío, lo estamos llevando con una alegría enorme».

Es la misma experiencia que tiene Pepita. A sus casi 80 años, esta mujer ha vivido el drama de perder a una hija, víctima de un cáncer, y lleva con paciencia la enfermedad de su marido, que sufre demencia senil. «Gracias a la confianza que tengo en Dios lo he ido superando todo. Yo lo venzo todo con la fuerza de Dios y de la Virgen. Hay momentos en que lo veo todo muy negro, pero todo se aclara poco después. Es la confianza en Dios lo que mantiene a esta familia unida. El que quiera seguirme, que coja su cruz y me siga, dice el Señor. Él, desde su Cruz, nos da fuerza a nosotros para llevar nuestra cruz».

No en vano, como afirmaba hace apenas una semana el sacerdote que pronunció la homilía en el funeral de Marisol, «Cristo nunca se baja de la Cruz, siempre se queda en ella. Él nos acompaña en nuestra cruz, va a nuestro lado y nos sostiene».