«La Iglesia puede contribuir mucho frente a la crisis ecológica» - Alfa y Omega

«La Iglesia puede contribuir mucho frente a la crisis ecológica»

Ricardo Benjumea
Un momento del encuentro. Foto: María Pazos Carretero

Con Juan López de Uralde hablar del tiempo no es una formalidad para romper el hielo. «Me preocupa que estemos así a 7 de septiembre», dice el diputado a su llegada a San Dámaso, tras recorrer a pie los dos kilómetros que separan el Congreso de la universidad del Arzobispado de Madrid. «¿Sin Gobierno?», pregunta el decano de Teología. «A 40 grados. Estamos llegando a niveles críticos con el calentamiento global». «Estoy de acuerdo –responde Gerardo del Pozo–, pero como dice el poema de Hölderlin, “donde está el peligro surge también lo que salva”. Esta crisis nos ofrece la posibilidad de enderezar el rumbo».

Juan, eres el fundador de un partido, Equo, que surgió con el objetivo de conectar la cuestión ecológica con la social, justamente lo que hace el Papa en su encíclica Laudato si.

J. L. U.: Esto es clave. Nosotros siempre tratamos de explicar que la lucha ecológica no es solo es la defensa de los animales. Las víctimas principales de las crisis ecológicas son los más pobres. Y sobre todo la crisis ecológica es consecuencia de un modelo económico que busca el beneficio por encima de los derechos de las personas y del medio ambiente, que es una víctima más. Es un modelo económico insostenible porque se basa en un crecimiento continuado sobre una base física que es finita.

G. P.: Estoy de acuerdo. La cuestión ecológica no se puede separar de la justicia. Es una tesis central en la Laudato si. Ha habido críticas por el mandato en el Génesis de dominar la tierra y multiplicarnos…

J. L. U.: Sí, eso lo mantenemos. Esto ha estado en la base del pensamiento judeocristiano. Es un mensaje de explotación, con el ser humano como elemento dominante, en lugar de en convivencia con otros seres vivos.

G. P.: El mandato ha sido malinterpretado en la Edad Moderna como una legitimación del dominio absoluto. Pero no es la interpretación correcta según la Iglesia. Dios ha creado al hombre a su imagen y le ha encomendado una especie de señorío responsable, no para explotar la naturaleza a su antojo, sino para cuidarla como su casa o jardín.

J. L. U.: Jane Goodall, la famosa antropóloga que ha trabajado con chimpancés, sostiene que la tierra se va a recuperar entre otras razones porque el ser humano es inteligente y no va a aniquilar su propio hogar. Pero esto último está en duda ahora. Sabemos lo que está ocurriendo y no hacemos nada para frenarlo. ¿De verdad somos una especie inteligente?

G. P.: Yo creo que la humanidad en su conjunto acabará actuando con inteligencia para asegurar su propia supervivencia.

J. L. U.: A lo mejor estamos preparados instintivamente para reaccionar individualmente ante una crisis. Salimos por la ventana rápidamente si empieza a arder el edificio, pero colectivamente sabemos que la casa común tiene grietas y no reaccionamos.

Gerardo del Pozo (Valdeande, Burgos, 1951) es decano de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso. Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y miembro de la Academia Pontificia de Teología del Vaticano. Ha escrito un Manual de moral social cristiana.

En la crítica al modelo económico veo que hay sintonía, pero la cosa se complica si descendemos a las concepciones antropológicas. ¿Hablamos de las críticas al maltusianismo que hace el Papa en esta encíclica?

J. L. U.: El maltusianismo se equivocó en los plazos pero no tanto en el diagnóstico de un desbordamiento producido por un crecimiento de la población por encima de los límites del planeta. A día de hoy, si partimos del 1 de enero, la humanidad ha consumido ya en agosto todo lo que la biosfera produce en un año, y los plazos se van acortando, por lo que estamos generando una deuda ecológica que provoca por un lado que haya gente sin acceso al consumo, y por otro la destrucción del planeta.

G. P.: Tiene sentido preguntar cuánta población puede soportar la tierra. Pero hay que incluir variables como las posibilidades de desarrollo sostenible en los países pobres, la distribución más razonable de la población y el consumismo extremo por una parte de la población. Desde el punto de vista moral no se puede regular la natalidad atentando contra la libertad de la pareja en su paternidad responsable.

J. L. U.: Otro debate sería cuánto se necesita consumir para una calidad de vida aceptable. El consumo de energía de un americano medio es el doble que el de un europeo medio, sin que nuestra calidad de vida pueda considerarse inferior. Pero en general, cuando una sociedad necesita para sostenerse económicamente más y más consumo se genera una contradicción, a lo cual se une la disminución del papel de lo público. El ecólogo norteamericano Barry Commoner, en el libro En paz con el planeta, demuestra que las medidas ambientales más efectivas son las que han tomado los gobiernos y los acuerdos internacionales. ¿Pero qué ocurre? Los gobiernos cada vez mandan menos y las corporaciones cada vez mandan más. Eso explica también por qué avanzamos en un modelo que depende del consumo desaforado.

G. P.: El consumismo, como plantea Laudato si, se combate también con estilos de vida austeros. Si hablamos de la ecología solo como cuestión política, muchos se desentienden, aunque es cierto que las acciones individuales son insuficientes si no van acompañadas de políticas nacionales e internacionales.

J. L. U.: Esa fue la razón por la que di el paso de entrar en política. Si el debate sobre el cambio climático estaba en la sociedad, no tenía sentido que estuviera ausente del debate político. Las decisiones se toman en los ayuntamientos y en los parlamentos, así que vimos que había que estar ahí, sobre todo después de una experiencia compartida con otros movimientos que, en España, dieron lugar al 15M.

G. P.: Cuando llegué a Alemania hace casi 40 años, la cuestión ecológica se introdujo en la política a través de Los Verdes. Desde entonces, han pasado de un idealismo romántico y muy ideologizado a ser un partido de gobierno con planteamientos más pragmáticos.

J. L. U.: La llegada de Podemos al Congreso puede compararse a la entrada de Los Verdes en el Bundestag. Hay una foto en la que se ve al canciller Helmut Kohl mirando a un diputado verde, con su jersey y sus barbas, con la misma cara de estupor con la que Rajoy miraba a nuestro compañero Alberto Rodríguez con sus rastas.

G. P.: Lo que también he visto en Alemania es que la preocupación ecológica fue asumida por los demás partidos. Los primeros activistas del ecologismo procedían con frecuencia de familias conservadoras, aunque terminaron vinculándose más bien a la izquierda.

J. L. U.: Sobre eso yo tengo mi teoría: la sensibilidad hacia la naturaleza no tiene ideología, pero cuando empiezas a ver que existe un problema de destrucción y te pones a trabajar, eso te lleva a darte cuenta de que necesitas la acción gubernamental, lo cual te arrastra a posiciones de izquierda, que es la que defiende más políticas públicas frente al mercado.

G. P.: Vosotros constituís una respuesta inmediata y saludable frente a la crisis ecológica. Desde el punto de vista de la Iglesia, es importante no absolutizar la ecología, sino encuadrarla y encauzarla desde una visión adecuada del hombre que tenga en cuenta todas sus dimensiones. Hay grupos ecologistas que sitúan al hombre en pie de igualdad con las demás especies. Esto atenta contra la dignidad singular del hombre.

J. L. U.: En términos puramente biológicos, el comportamiento del ser humano se asimila hoy más al de una plaga que al de una especie en equilibrio con el medio.

G. P.: El hombre resulta peligroso cuando se pone a construir un mundo nuevo y a decidir sobre la vida y la muerte al margen de Dios. Es la lección que nos dejan Auschwitz y los totalitarismos del siglo XX. El ser humano está llamado a acoger la tierra y el mundo como dones de Dios y a responsabilizarse de su conservación. Tratarlos como simples materiales al servicio del poder y la codicia tiene consecuencias destructivas. Pero además reprime dimensiones de lo humano como la contemplación y la responsabilidad moral que Dios Creador ha escrito en el corazón humano. Lo mismo sucede con nuestro cuerpo: nuestra relación con él se endereza cuando lo acogemos como don de Dios que debemos cuidar.

Juan López de Uralde (San Sebastián, 1963), fue director de Greenpeace España y fundador de Equo, partido hoy coaligado con Unidos Podemos. En las dos últimas elecciones fue el candidato al Congreso más votado en Álava y el aspirante podemita con mayor porcentaje de sufragios a nivel nacional. Es autor de El planeta de los estúpidos. Propuestas para salir del estercolero.

¿Dónde veis las posibilidades y los límites del entendimiento entre la Iglesia y los nuevos movimientos de izquierda?

J. L. U.: Hay una base común evidente: la defensa de esa casa común, como plantea el Papa. Su discurso –no lo digo yo, lo dijo hace poco Pablo Iglesias– es muy cercano a nosotros. Pero la Iglesia también tiene otros discursos con los que estamos menos de acuerdo. Lo que sí creo es que en estos momentos es relevante la contribución que puede hacer frente a esta crisis ecológico-social global. Siempre habrá entendimiento y desencuentro, pero es distinto cuando pasamos de lo teórico a lo concreto. En muchas batallas en que yo he estado, la Iglesia local también estaba allí. Cuando se está cerca de la gente la prioridad son los problemas reales.

G. P.: En San Dámaso hay un pequeño grupo ecologista coordinado por Pablo Martínez de Anguita que mantiene contacto con otros grupos. Estos contactos nos ayudan a converger en los problemas reales. El contacto con esos grupos es bueno para la Iglesia y la teología, no en el sentido de secundar todas sus propuestas, pero sí de participar desde la fe en su pasión por lo humano. Nos obliga a repristinar la presentación de la doctrina cristiana a la luz de las fuentes bíblicas y a recuperar dimensiones de lo humano que quizás habíamos descuidado. Por nuestra parte, mostramos las razones de fe que motivan nuestro compromiso ecologista y ofrecemos a los ecologistas un horizonte amplio de sentido.