Cambió la toga por vivir entre traficantes - Alfa y Omega

Cambió la toga por vivir entre traficantes

Pedro Cano nació en la localidad murciana de Santomera hace 36 años. En 2012 dejó su trabajo de abogado para vivir en la frontera entre la República Dominicana y Haití. Después del terremoto de 2010, el malpaso de Jimaní donde vive Pedro –en territorio dominicano– es un hervidero de migrantes haitianos que huyen de un país aún en reconstrucción, de mujeres y niños víctimas de trata, de drogas, armas, asesinatos y del mayor índice de pobreza de toda América Latina y el Caribe. Vive sin agua corriente, entre chabolas donde ni siquiera hay letrinas, con pocas horas de electricidad al día y 388 kilómetros de frontera que recorre casi a diario

Cristina Sánchez Aguilar
Pedro muestra un cartel de una campaña de regulación comercial en la frontera. Foto: Archivo personal de Pedro Cano

Cambiar los naranjos y limoneros por el barro y las enfermedades no es lo habitual. ¿Qué te impulsó a dar el paso?
Desde pequeño escuchaba en la parroquia los testimonios de los misioneros del Domund y quería ser como ellos. Quería salir de casa a vivir desde la radicalidad del Evangelio.

Pero esperaste hasta la treintena.
A los 17 ya les dije a mis padres que quería hacer una experiencia misionera, pero me pidieron que estudiara primero una carrera. Cuando terminé, tras un par de experiencias laborales, me armé de valor y me vine a este proyecto, que acababa de poner en marcha el Servicio Jesuita a Refugiados después del terremoto de Haití.

¿En qué consiste el proyecto?
Mi trabajo aquí es acompañar a los migrantes haitianos en República Dominicana —más de medio millón—, y a los deportados que diariamente son expulsados a Haití pero se quedan en zona fronteriza porque no tienen medios para llegar a ningún otro lado.

La frontera en la que vives es uno de los puntos calientes de la migración en el continente.
Sí. Hay robos, extorsión y abusos diarios hacia el migrante haitiano. Aquí se saca el cuchillo o la pistola por menos de nada.

Luego, en el resto del país, ¿la cosa mejora? Porque las denuncias a nivel internacional de la discriminación brutal de los dominicanos hacia la población haitiana son reiteradas
No mejora. Incluso las autoridades operan en complicidad con las bandas de trata. Desde Jimaní, donde yo vivo, hasta Santo Domingo —la capital dominicana— hay doce puestos militares. Por 50 dólares se saltan las leyes para que los migrantes lleguen hasta sus explotadores. Los hombres que trabajan en la construcción acabarán con jornadas de 16 horas de lunes a domingo por 70 euros al mes.

Foto: Archivo personal de Pedro Cano

Eso los que tienen suerte. Otros son expulsados sin miramientos
La Policía puede solicitar el permiso de residencia a cualquier extranjero. Si no lo tiene, se le abre el expediente de expulsión. Tienen a las personas días tiradas sin alimentos, les roban las pertenencias… Nosotros velamos para que en esos momentos tan duros estén acompañados. Lo más indignante es que la mayoría tiene el documento de permiso, pero no lo llevan encima porque están cortando caña a pleno sol y no quieren que el sudor les estropee el papel. O por miedo a que se lo roben. Pero cuando les detienen, no les dejan pasar por casa a recogerlo.

Convives entre la injusticia brutal y la muerte. ¿Por qué te quedas?
Por contemplar el Evangelio cada día en la vida de estas personas. Por dar la mano a una familia que tuvo que soportar como un vecino violó a su hija de 2 años y la justicia lo protegió. La Fiscalía condenó al hermano menor del violador, de 7 años, porque los menores no pueden ser imputados.

Para acompañar a los padres que perdieron a su niña de 4 años por desnutrición. Esa noche fuimos al carpintero a pedir que hiciera una cajita de madera para meterla. Después ayudé a los padres a cruzar el desfiladero del río que lleva hasta Haití. Querían enterrarla allí, cerca de su familia.

Por el chico haitiano que un día de Navidad quiso cruzar la frontera para ver a sus padres y llevarles algo de dinero. Un tipo le acuchilló en el corazón para robarle. Lo cogí en brazos, lo llevé al hospital, pero murió por el camino. También por los gestos de solidaridad que veo en el pueblo haitiano. Es posible una cultura de paz.

¿Qué echas de menos de España?
A mis padres y el olor a azahar de la madrugada y las mañanas de verano.

Con la colaboración de OMP