Vidas entregadas: en el tanatorio con los hijos de Engracia - Alfa y Omega

Se nos van muriendo, poco a poco, los que antes entregaron su tiempo y su vida por nosotros. Somos un milagro de ellos. Es nuestro deber ineludible mostrarles nuestro profundo agradecimiento.

Esta semana, en el tanatorio, acompañé a los hijos de Engracia para formular unas palabras de gratitud y despedida hacia su madre.

Me sirvieron de referencia los textos de Corintios «tomad y comed, esto es mi cuerpo», y Lucas, «dadles vosotros de comer». Jesucristo se hizo cargo del ser humano de forma integral: alimentó su espíritu mediante sus palabras, cuidó su salud como sanador de los enfermos, multiplicó el pan para los hambrientos y, al final, Él mismo se hizo pan de Eucaristía para hacerse comunión profunda con el creyente.

A los hijos les dije: «Vuestra madre ha encarnado ese misterio. Os amasó en su carne y su sangre, os alimentó con sus pechos, os enseñó a balbucir vuestras primeras palabras y cantos. Durante tantos años, cocinó exquisitos platos, veló a vuestra cabecera vuestras noches enfebrecidas, os trasmitió el instinto del amor y un sentido profundo de la vida como regalo de Dios Padre que vela por todos. Ahora ella pasa a ese misterio intuido que se le ofrece como un abrazo, como una acogida en su casa paterna donde se suma a la felicidad de todos los que la precedieron.

En este umbral de su partida, ahora que ella sube los peldaños de la luz hacia el corazón de Dios, aseguradle que seguirá en vuestros corazones que reflejan su mirada, en sus cosas que retendrán sus latidos, en tantos como la conocieron y amaron. Prometedle que perpetuaréis su capacidad de compartir, sumar, multiplicar. Con su bendición desde Dios, seréis su epifanía».