Belleza y significado - Alfa y Omega

Belleza y significado

El IV centenario de la muerte de El Greco, conmemorado a lo largo del año 2014, nos ha puesto ante un artista excepcional, con un lenguaje personal y una inquietud intelectual que no pasaron desapercibidos entre sus coetáneos, y tampoco han dejado indiferente al hombre de los siglos sucesivos, convirtiéndose de hecho en una referencia muy significativa para los artistas contemporáneos y vanguardistas, que valoraron su creatividad y la constante renovación de su lenguaje pictórico como gran precursor de la modernidad. La genialidad de su obra es inseparable de la singularidad de su persona, como muy bien destacó fray Hortensio Paravicino, poeta y amigo de El Greco, en los versos que compuso para su epitafio: Su extrañeza admirarán, no imitarán edades

Redacción
‘Huida a Egipto’

Esta extrañeza, sin duda, se forja mediante la simbiosis de tradición oriental y tradición occidental, intrínsecamente unidas en la vida y la obra de El Greco. Nacido en Candía, en la isla de Creta, allí pudo percibir la fuerza conceptual y la función litúrgica de los iconos. A su vez, atento a la realidad de su tiempo, conocía las novedades pictóricas italianas por los grabados que llegaban hasta Creta, por entonces protectorado de Venecia. Su deseo de conocer directamente a los grandes maestros le movió a viajar a Venecia, donde asimiló el color de Tiziano, el empleo de las luces nocturnas de los Bassano y las formas rompedoras del Tintoretto. De este último, también aprendió a trabajar con modelos de bulto, con maniquíes que le servían para el estudio reflexivo de las composiciones, el movimiento de las figuras y la disposición de la luz. La sensibilidad artística de El Greco no podía quedar indemne ante la revolución que los pintores venecianos llevaban a cabo, partiendo de la observación de la naturaleza y del dominio del color, como recurso más adecuado para la captación de ésta.

Más allá de su asistencia o no al taller de Tiziano, de lo que no hay constancia documental, la verdadera impronta veneciana le llegó a través de Tintoretto, gran renovador en la representación de escenas sagradas por su intensidad expresiva, por su dinamismo, por sus contrastes lumínicos, por la fuerza de las tonalidades…, caracteres todos ellos llevados a plenitud en la pintura de madurez de El Greco. En Venecia, color y luz se convirtieron en claves de un nuevo lenguaje formal, pero sin desligarse en ningún caso de la identidad oriental de Doménikos Theotokópoulos, que él mismo se encargaba de recordar a través de sus firmas.

El carácter inconformista de El Greco, su deseo de ir más allá en su formación como pintor, le llevaron a Roma, donde pudo contemplar de modo directo la monumentalidad de Miguel Ángel, con quien comparte una búsqueda de la Belleza que trascienda lo puramente material y efímero. De la mano de Julio Clovio, se introdujo, además, en el círculo intelectual del cardenal Alejandro Farnesio, porque El Greco también fue un pintor humanista que atesoró una gran biblioteca, donde, junto a tratados artísticos y escritos filosóficos, se encuentran inventariados textos religiosos, como la Biblia, las Constituciones Apostólicas, y libros de san Basilio, san Juan Crisóstomo y Pseudo Dionisio Areopagita. Tras su periplo italiano, el asentamiento definitivo del pintor y la consolidación de su carrera se darán en Toledo, donde llegó en 1577 para poner sus pinceles al servicio de la espiritualidad castellana, con una amplia producción de pintura religiosa y de retratos, destacando el retablo de Santo Domingo el Antiguo, El Expolio de la catedral o el Entierro del Señor de Orgaz. Allí se asentó definitivamente, tras su intento de trabajar en El Escorial para Felipe II, quien consideró que su Martirio de san Mauricio no se adecuaba a las normas del decoro.

La genialidad de este artista, el deseo de profundizar en el estudio de su persona y de su obra en el IV centenario de su muerte, ha llevado a un grupo de alumnos de los Grados de Historia e Historia del Arte, de la Universidad CEU San Pablo, a profundizar en la obra de El Greco en Madrid, culminando con la publicación El Greco en Madrid. Belleza y significado. El proyecto, impulsado por la Delegación de Cultura de la archidiócesis de Madrid, no se propone la catalogación de las obras de El Greco en la capital, sino un análisis iconográfico de escenas sacras, imágenes de santos penitentes y retratos a partir de ciertas obras conservadas en instituciones como el Museo del Prado, Museo Thyssen Bornemisza, Museo Lázaro Galdiano, Museo Cerralbo, o la Academia de Bellas Artes de San Fernando. El libro finaliza con una pintura que se considera epílogo pictórico del artista, su postrera versión de la Expulsión de los mercaderes del Templo, conservada en la iglesia madrileña de San Ginés. Para una mejor comprensión de las pinturas, el libro parte de capítulos introductorios que recuerdan la biografía del artista, su empatía con la literatura y la espiritualidad españolas del siglo XVI, la simbiosis de tradición oriental y occidental en su obra, o el proyecto más ambicioso realizado en la capital, el gran retablo del colegio de doña María de Aragón, donde se advierte la impronta espiritual de san Alonso de Orozco.

De la presentación de pinturas como la Huida a Egipto (Museo del Prado), la Anunciación (Museo Thyssen), San Francisco en éxtasis (Museo Cerralbo), la Adoración de los Magos (Museo Lázaro Galdiano), o San Jerónimo penitente (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), entre otras, se deduce que la intensidad expresiva y el dramatismo de las escenas no pueden ser únicamente fruto de la perfección técnica del artista, sino que obedecen a una compleja trayectoria vital, la de un hombre que no renuncia nunca a su identidad oriental para expresar su espiritualidad y la de su época. Su inquietud intelectual, sus deseos de conocer en directo a aquellos maestros que admiraba, sus constantes preguntas sobre el color y el dibujo, forjaron en El Greco un estilo único que no se conforma con la repetición de arquetipos ya establecidos, sino que hace emerger una realidad trascendente en directa conexión con la humanidad de sus figuras. El Greco no fue un mero copista de aquellos maestros que se constituyeron en autoridad para él, como Tiziano o Tintoretto, sino que interiorizó aquellas tradiciones culturales que conoció, desde su infancia en Creta, hasta su asentamiento en Toledo.