28 de septiembre: san Wenceslao, rey - Alfa y Omega

28 de septiembre: san Wenceslao, rey

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En versión hispana escribimos Venceslao y los checos teclean Václav. Hijo del bondadoso príncipe cristiano Vratislao de Bohemia y de la pérfida Drahomira, pagana y de mal genio, que pertenecía a la familia de los Stodoronow. Las tensiones que vivió desde niño en su propia familia —por muy regia que fuera— como consecuencia de los diferentes modos de entender el mundo y la historia, las sufrirá después de un modo cruento en la vida de su nación sacudida por embarulladas rivalidades entre facciones que mezclaron motivos políticos y religiosos.

Los primeros que habían llevado la fe cristiana a los bohemios fueron los cristianos bizantinos. Los misioneros occidentales, principalmente alemanes, llegaron con posterioridad. Se produjo una temprana dificultad con motivo religioso por la marcada diferencia de los ritos eslavo y latino. Esto sucedía cuando todavía no se contaba con una sólida formación asentada entre los creyentes y también cuando otros muchos ni siquiera lo eran aún. Si se añaden los reiterados intentos de influir en la vida pública de los bohemios por parte de los alemanes, se llega a comprender mejor que poco a poco iba preparándose el humus donde no era difícil sospechar que pronto hubiera frutos amargos.

Se presagiaba un futuro incierto y difícil a la vida de Wenceslao que vivía rodeado de las intrigas y conjuras del partido pagano que encabeza su madre, la perversa Drahomira.

Por razones no muy claras –una de las que se barajan es la aversión de la madre a este hijo porque su padre lo mandó bautizar– lo tuvo que criar su abuela paterna Ludmila, que murió asesinada y se venera como santa.

Drahomira mostraba claras preferencias por su segundo hijo Boleslao. Wenceslao fue un alumno más en el colegio de nobles y cuentan los diversos relatos de su vida que destacaba entre los compañeros por la pureza de sus costumbres, por la devoción a la Eucaristía y por la devoción a la Virgen.

Después de muerto su padre, llegó un momento en el que Wenceslao se consideró ya capaz de gobernar y maduro para llevar las riendas de Bohemia que hasta entonces llevaba su madre como regente. Dio un golpe de estado y terminó con la regencia pagana que continuamente dificultaba las expresiones de fe y el estilo de vida cristiana que él estaba determinado a potenciar. De hecho, una de sus primeras determinaciones fue el traslado solemne y público de los restos de su abuela Ludmila a la catedral de Praga.

Eligió entre los militares de su confianza los ministros que le ayudaran a gobernar. Cuentan que dictó normas para hacer de su política un instrumento menos despótico, más humano y que fuera un verdadero servicio a su gente; de hecho, Wenceslao llegó a prohibir la horca. Se le vio como un rey pacífico, caritativo, mortificado y espiritual.

Cuentan los cronicones —con cierto orgullo— el hecho de que cuidara personalmente las viñas que habían de proporcionar el vino para la Eucaristía y el trigo de donde se sacaría el pan para la Misa. Con frecuencia iba descalzo a visitar y acompañar al Santísimo en las noches frías. La gente le va llamando «príncipe santo» y dicen que hizo voto de castidad.

Hay anécdotas en los relatos de su vida que, pudiendo ser verdaderas por posibles, llevan sin embargo el tinte de la fantasía. Tal es el curioso hecho de solucionar un conflicto bélico con su vecino invasor Radislao. Dicen que le mandó embajada para proponer la solución del problema con la lucha entre los dos príncipes, evitando con ello la muerte de terceros. Interpretada como cobardía la propuesta y aceptado el reto, se presentaron los dos príncipes en la liza, reproduciéndose casi la escena bíblica de David y Goliat. El aguerrido enemigo, armado hasta los dientes, quedó asombrado, confuso y perplejo al comprobar que sus certeras saetas fueron interceptadas por ángeles.

Terminó este intento con Radislao desarmado, asustado y humillado a los pies de Wenceslao, pidiéndole perdón. Otro prodigio que cuentan es el maravilloso hecho acaecido en la Dieta que en Worms convocó el emperador Otón I para solucionar asuntos graves y complejos. Wenceslao fue impuntual a la cita, tardaba; crecía el mal ánimo lógico dentro de los reunidos en consejo. Los pajes fueron diciendo que se había ido a la iglesia porque quería ir con Misa oída ya que tenía que tomar parte en conversaciones de tanta trascendencia para su pueblo. El enojo de los plantados se trocó en asombro al verlo entrar acompañado por ángeles que portaban una cruz de oro.

Sea lo que fuere de estas narraciones, tan hermosas como improbables, sí conoce la historia la muerte del rey bohemio cristiano propiciada por el rencor de su madre Drahomira y la envidia de su hermano Boleslao. Cuando un día entró en la iglesia para la acostumbrada oración, fue agredido por el hermano y sus sicarios, muriendo al pie del altar.

El pueblo bohemio proclamó como Patrono a este rey que no se sabe muy bien hasta qué punto llegó a entender que las grandezas humanas no están reñidas con la condición de cristiano; ni tampoco, si entendió la muerte propia como el único modo de solucionar el conflicto entre unas responsabilidades de gobierno que era preciso hermanar con la fe. Es el eterno problema para el creyente de hacer compatibles en una misma vida los compromisos familiares, profesionales y sociales con la fe.