¿Qué papel tenía el obispo de Roma en el primer milenio? El documento de Chieti responde - Alfa y Omega

¿Qué papel tenía el obispo de Roma en el primer milenio? El documento de Chieti responde

El obispo de Roma no tenía autoridad canónica sobre las iglesias de Oriente –afirma el texto acordado en septiembre por católicos y ortodoxos–, pero a veces resolvía apelaciones procedentes de estas iglesias y su cooperación se consideraba necesaria para que un concilio fuera considerado ecuménico

María Martínez López
Foto: CNS/L’Osservatore Romano

«El patrimonio común» de la Iglesia del primer milenio, que incluye el primado del obispo de Roma entre los demás patriarcas, «constituye un punto de referencia y una poderosa fuente de inspiración tanto para católicos como para ortodoxos mientras buscan curar la herida de su división». Es la conclusión del documento de Chieti, acordado de forma casi unánime en la asamblea plenaria de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas, celebrado en Chieti (Italia) del 15 al 22 de septiembre.

El texto, en el que se lleva trabajando desde 2007, se titula Sinodalidad y primado en el primer milenio: hacia una comprensión común al servicio de la unidad de la Iglesia. La única voz discordante fue la de los representantes de la Iglesia ortodoxa de Georgia, que mostraron su desacuerdo con varios párrafos por escrito.

El documento explica que, antes del Cisma de Oriente (1054), «la Iglesia en Oriente y Occidente estuvo unida en preservar la fe apostólica, manteniendo la sucesión apostólica de los obispos, desarrollando estructuras de sinodalidad inseparablemente unidas al primado, y en una comprensión de la autoridad como un servicio de amor. Aunque la unidad de Oriente y Occidente fue problemática a veces, los obispos eran conscientes de pertenecer a la única Iglesia».

Una única Iglesia de iglesias locales

Los casi 60 miembros de la Comisión, entre los que desde hace años no hay representantes de la Iglesia ortodoxa búlgara, abordan la cuestión desde un punto de vista histórico. Al comienzo del texto, explican que «desde los tiempos antiguos la única Iglesia existió como muchas iglesias locales», que experimentaban la comunión tanto en su seno como en las relaciones entre ellas. Estos dos ámbitos –local y regional– funcionaban según dos principios complementarios: la sinodalidad, que se refiere en primer lugar al órgano que reúne a los obispos y, de forma más general, a la participación de todos los fieles en la vida de la Iglesia; y el primado, la existencia entre iguales de uno –obispo o patriarca– que es el primero.

«Diferentes comprensiones de estas realidades jugaron un papel significativo en la división entre ortodoxos y católicos. Por tanto, es esencial buscar establecer una comprensión común de estas cuestiones interrelacionadas, complementarias e inseparables», continúa el documento.

Mientras las dos primeras partes del mismo analizan cómo funcionaba la Iglesia a nivel local (diócesis) y regional (conjuntos de diócesis), la tercera parte aborda la cuestión de cómo se articulaban sinodalidad y primado en la Iglesia universal, entre las cinco grandes sedes patriarcales que existían entonces. Hoy son 14.

El primer patriarca, pero ¿sucesor de Pedro?

En los primeros siglos, aunque las iglesias funcionaban de forma autónoma, «grandes cuestiones sobre la fe y el orden canónico en la Iglesia se discutían y resolvían por los concilios ecuménicos». Otros gestos también manifestaban la comunión entre ellas. Por ejemplo, cuando alguna de las iglesias elegía patriarca, este «enviaba una carta a todos los demás patriaras anunciando su elección e incluyendo una profesión de fe». Los demás, entonces, manifestaban que aceptaban su elección «incluyendo su nombre, en el orden oportuno, en los dípticos [súplica por los vivos y difuntos] de sus iglesias, leídos en la liturgia».

Dentro de esta comunión, también entre los patriarcas había un primus. «Entre los siglos IV y VII –explica la Comisión–, se reconoció el orden (taxis) de las cinco sedes patriarcales, basado en y sancionado por los concilios ecuménicos». En este orden, Roma estaba «en el primer lugar, ejerciendo un primado de honor», seguida de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Este orden se guardaba estrictamente, por ejemplo, para determinar cómo se colocaban los patriarcas si varios celebraban juntos la Eucaristía.

Sin embargo, el concepto de este primado evolucionó de forma distinta. En Occidente, sobre todo a partir del siglo IV, «se entendía con referencia al papel de Pedro entre los apóstoles. El primado del obispo de Roma entre los obispos fue interpretándose gradualmente como una prerrogativa que era suya porque era el sucesor de Pedro, el primero de los apóstoles. Esta comprensión no se adoptó en Oriente». Esta cuestión –apuntan los teólogos– podría ser un tema para el diálogo ecuménico en el futuro.

Apelar a Roma

Aunque el concepto de primado no fuera el mismo, el obispo de Roma sí tenía ciertas prerrogativas: «A lo largo de los siglos, se hicieron varias apelaciones en cuestiones disciplinarias como la deposición de un obispo, también desde Oriente». El concilio de Sardica (343) «determinó que un obispo que hubiera sido condenado podía apelar al obispo de Roma y que si este consideraba [la condena] inapropiada podía ordenar que se repitiera el juicio» en la región vecina. Sin embargo, «el obispo de Roma no ejercía una autoridad canónica sobre las iglesias de Oriente», y también Constantinopla recibía y resolvía este tipo de consultas.

El sucesor de Pedro no estuvo presente en ninguno de los concilios ecuménicos, pero «en cada caso estaba representado por legados o mostraba su acuerdo con las conclusiones post-factum». Además, con el tiempo se fueron desarrollando los criterios para que un concilio fuera aceptado por las iglesias como ecuménico. Entre estos criterios, el segundo concilio de Nicea (787) citaba, además del acuerdo de todas las iglesias, «la cooperación del obispo de Roma y el acuerdo de los otros patriarcas».

Al final del documento de Chieti, los miembros de la Comisión invitan a católicos y ortodoxos a considerar, en base a este patrimonio común, «cómo el primado, la sinodalidad y la interrelación entre ellos se puede concebir y ejercer hoy y en el futuro».