Un santo español universal - Alfa y Omega

Un santo español universal

El Papa Juan Pablo II incluía, el pasado domingo, 6 de octubre, en el número de los santos a Josemaría Escrivá de Balaguer, en una solemne ceremonia inolvidable de la que fueron testigos más de 300.000 personas -de éstos, más de 85.000 españoles-, que inundaban la Plaza de San Pedro. Una Roma más española que nunca celebró con júbilo la canonización más internacional de la Historia, de quien ha sido instrumento de Dios suscitando la plenitud de vida que brota del Bautismo en miles de fieles, de toda clase y condición, que hoy se extienden por cerca de un centenar de países de los cinco continentes. Un español que ha llevado por el mundo el mensaje universal de la santidad, llamada a ser vivida en todos los ambientes y circunstancias de la vida, se encuentra ya, para todos, entre los santos de la Iglesia

Benjamín Manzanares
Un aspecto de la Plaza de San Pedro en la ceremonia de canonización del pasado domingo.

El pasado fin de semana en Roma se respiraba por cada esquina un ambiente parecido al de la Jornada Mundial de la Juventud de 2000: más de 300.000 personas (unos 85.000 españoles), llegados de 84 países de todo el mundo, quisieron acudir a la Ciudad Eterna para celebrar, en una abarrotada Plaza de San Pedro —la multitud llenaba con su júbilo y color incluso toda la Via della Conciliazione—, la canonización del fundador del Opus Dei, desde ahora san Josemaría Escrivá de Balaguer, a través del cual la mayoría de los presentes se encontraron con Cristo de un modo nuevo, atractivo y radical, sin el cual la vida no podía ser la misma.

Una soleada mañana otoñal hacía brillar la imponente Plaza de San Pedro, que fue invadida desde primeras horas de la mañana por los peregrinos que buscaban y se situaban en su zona gracias a la ayuda de 2.000 jóvenes voluntarios.

La delegación española —menor que la italiana, presidida por el Vicepresidente Fini, acompañado de numerosas personalidades políticas relevantes, con la presencia de hasta 7 ministros— estuvo encabezada por la ministra de Asuntos Exteriores, doña Ana Palacio, junto al ministro de Justicia, don José María Michavila, acompañado de su esposa; asimismo asistieron el Presidente de la Comunidad de Navarra, don Miguel Sanz, el Alcalde de la ciudad que vio nacer al nuevo santo, Barbastro, y diversas personalidades, entre ellas el ministro de Defensa, don Federico Trillo, el Consejero de Cultura y Turismo de Aragón, y doña Marta Ferrusola, esposa del Presidente de la Generalidad de Cataluña.

Tras la solemne proclamación de Josemaría Escrivá como Santo, para que «en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los santos», el silencio asombroso que reinaba en la abarrotada plaza de San Pedro se rompió en aplausos de alegría.

Con su voz trepidante e indómita, Juan Pablo II comenzó su homilía evocando la segunda lectura de la Misa, de la carta de san Pablo a los Romanos: Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Josemaría Escrivá «se dejó dócilmente guiar por el Espíritu, convencido de que, sólo así, se puede cumplir plenamente la voluntad de Dios». El Papa recordó cómo el nuevo santo «no cesaba de invitar a sus hijos espirituales a invocar al Espíritu Santo, de tal modo que la vida interior, es decir, la vida de relación con Dios, y la vida familiar, profesional y social, hecha toda de pequeñas realidades terrenas, no estuviesen separadas, sino que constituyesen una sola existencia santa y llena de Dios». Escribía el santo: «Encontramos a Dios invisible en las cosas mas visibles y materiales».

Continuó el Papa comentando la primera lectura, del libro del Génesis: Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre, y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. «Los creyentes —añadió Juan Pablo II—, actuando en las diversas realidades de este mundo, contribuyen a realizar este proyecto divino universal». El Papa recordó las palabras de Josemaría Escrivá en las que afirmaba que «la vida habitual de un cristiano que tiene fe, cuando trabaja o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios siempre está presente». Esta visión de la existencia —dijo el Papa— «abre un horizonte extraordinariamente rico de perspectivas salvíficas, porque, también en el contexto sólo aparentemente monótono del normal acontecer terreno, Dios se hace cercano a nosotros y nosotros podemos cooperar a su plan de salvación».

Juan Pablo II invitó a todos «a elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro», como era el ideal que transmitía a sus hijos el santo fundador. «Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior». Y exhortó así el Papa: «Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu».

El prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría saludando al Papa Juan Pablo II.

Juan Pablo II reconoció cómo, «ciertamente, no faltan incomprensiones y dificultades para quien intenta servir con fidelidad la causa del Evangelio». Pero al mismo tiempo indicó que «el Señor purifica y modela con la fuerza misteriosa de la cruz a cuantos llama a seguirlo; en la cruz —repetía el nuevo santo— encontramos luz, paz y gozo». El Papa recordó la apasionante llamada interior del nuevo santo «a evangelizar todos los ambientes», y a acoger, «sin vacilar, la invitación hecha por Jesús al apóstol Pedro: Duc in altum. Esta invitación se extiende hoy a todos nosotros: Remad mar adentro, y echad las redes para la pesca».

Por último, el Papa recordó la necesidad de la oración para llevar a cabo tal misión: «San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, que el consideraba como extraordinaria arma para redimir el mundo». Se trata —dijo el Papa— de «una verdad perenne: la fecundidad del apostolado está sobre todo en la oración y en una vida sacramental intensa y constante. Éste es el secreto de la santidad». El Papa encomendó a todos a la Virgen María, para que ella «haga de cada uno un auténtico testigo del Evangelio, dispuesto a ofrecer, en todo lugar, una contribución generosa a la edificación el reino de Cristo».

Antes de rezar el Ángelus, finalizada la Misa, el Papa saludó a los presentes en diversos idiomas. Como era de esperar, cuando se dirigió a los peregrinos llegados de España e Iberoamérica, no le fue fácil continuar, al ser interrumpido por los aplausos y los Viva el Papa: «Acogiendo, como Pedro, la invitación de Jesús a remar mar adentro —les dijo—, sed apóstoles en vuestros ambientes. ¡Que en este camino os acompañe la Virgen María y la intercesión del nuevo santo!».

Invasión española

Si todos los caminos llevan a Roma, la mitad de los 85.000 españoles han elegido la carretera como medio para llegar a la Ciudad Eterna, y en su mayoría jóvenes que hicieron el viaje de un tirón, y durmieron en campings, colegios, etc. «Realizamos muchos viajes a Roma, pero de éste nos sorprende la gran cantidad de jóvenes que hemos traído», contaba un grupo de conductores de Valencia, de donde procedían más de 10.000 peregrinos. Para muchos, venir a Roma ha sido un gran sacrificio —motivo por el que muchos se han quedado en España—. Los hay que renunciaron a sus vacaciones, o empeñaron la extra de Navidad por estar aquí.

Por avión llegaron 35.000 personas. 5.000 de ellas en vuelo charter de ida y vuelta en el mismo domingo. Los peregrinos procedían de toda España: desde los 2.000 de Canarias, a los 4.000 procedentes de la tierra del fundador, Aragón. Otros vinieron en autocaravanas para traer a toda la familia, o fueron hasta Hendaya para coger un tren especial con gente de Pamplona y Bilbao. El resto, unos 8.000, han preferido los barcos que partían de diversos puertos: Valencia, Málaga, Marsella y Palermo. En el barco Bolero, con más de 900 personas a bordo, han venido Cecilia y Teresa, una conserje y una dependienta, ambas de Madrid. Del nuevo santo han aprendido a santificarse en el trabajo. «Antes trabajaba una sin un sentido —cuenta Teresa—, pero ahora las cosas ordinarias cobran un relieve muy importante, y te sientes importante porque eres querida por Dios». En este mismo barco vino además, con desbordante alegría, el médico de Almendralejo don Manuel Nevado, que le pidió al entonces Beato Escrivá curarse de la radiodermitis incurable que sufría en sus manos, lo que milagrosamente sucedió después. Su hijo, Simón Nevado, cuenta cómo su padre «está feliz de ver al Papa y abrazarle. No se cree lo sucedido, y no tiene palabras para agradecer a Dios lo acontecido».

Araceli no puede empezar a hablar del santo. Rompe a llorar. Le conoció personalmente cuando se puso la primera piedra de la Universidad de Navarra en los años 60, y después en las tertulias generales y particulares. Entre la emoción de ver cómo ahora es canonizado aquel a través del cual la vida de Araceli cambió, esta maestra de Primaria es capaz de evitar las lágrimas y contarnos cómo «destacaría de él la vida contemplativa en medio del mundo, el trabajo profesional y el cariño a la familia». Para esta cordobesa, el mensaje de Escrivá es básico, «destacando todos los valores del trabajo sobre la materialidad y sobre el asunto económico, que es importante, pero no lo único. La vida de una persona no se puede basar en la economía».

Preguntada por Alfa y Omega sobre qué destacaría de la figura de san Josemaría Escrivá, la ministra de Asuntos Exteriores de España, doña Ana Palacio, afirmó que, «de la obra de Josemaría Escrivá de Balaguer, lo que más destacaría es su difusión en el mundo. El hervidero que es hoy Roma es una muestra clara de hasta qué punto ha sido un mensaje que ha calado y ha conectado con lo que son las preocupaciones, la sensibilidad de un momento, de lo que es la historia del mundo». Respondiendo también a nuestro semanario acerca de la importancia de esta canonización para la Iglesia en España, la ministra —quien el sábado mantuvo una audiencia de más de veinte minutos con el Papa Juan Pablo II y el secretario de Estado, cardenal Sodano— subrayó cómo «esta canonización se inscribe en una lista larga de santos fundadores de origen español».

El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, don Joaquín Navarro-Valls, comentaba a Alfa y Omega cómo «cualquier canonización de cualquier santo es siempre un éxito, pero es sobre todo un éxito de Dios. Es una persona que ha cumplido fielmente hasta el final ese proyecto divino que Dios había hecho para esa persona desde siempre. Es un éxito, insisto, para Dios y, al mismo tiempo, un regalo para toda la Humanidad. Cuando hay un santo, una persona que ha sido fiel a su vocación, beneficia de algún modo a la Iglesia, pero también a todo el mundo». Del nuevo santo, don Joaquín Navarro-Valls nos cuenta: «Me acuerdo mucho, los años que viví con él, de su alegría, de su actitud positiva ante la existencia, ante todas las realidades creadas. Aquella vieja división, un poco artificial, de lo profano y lo sacro, con este espíritu se supera, porque si una persona que está en las realidades de cada día no se santifica precisamente con ellas, con su trabajo, su familia, sus relaciones sociales, ¿con qué, si no, se va a santificar?».

Arropado por algunos de los más de 13.000 peregrinos de la diócesis de Barcelona, que le han encontrado por casualidad en la plaza de San Pedro, nos cuenta el cardenal Carles, su arzobispo, cómo con esta canonización una cosa que el Papa quiere es «que haya santos de la historia contemporánea». Del nuevo santo, el cardenal arzobispo de Barcelona destaca «la universalidad, a la que se llegó en pocos años, de la llamada a la santidad, como Jesús dijo: Todos tenemos que ser santos como el Padre celestial; y el ver que los medios están al alcance de todos».

Lo normal: ser santo

Si Irmela Jung Delbanco, de Alemania, decidió pertenecer al Opus Dei, como otro camino más dentro de la Iglesia, es porque «allí mi vida se ha enriquecido, se ha hecho más bella y más consciente. Se me ayuda a recordar y gozar el hecho de que somos hijos de Dios, que me ama tal como soy ahora».

Dominique, profesor de la Universidad de Kenia, cuenta cómo «de san Josemaría he aprendido que puedo vivir de un modo santo allí donde me toque». Dominique, quien conoció la Obra en la escuela en los años 60, agradece al nuevo santo el hecho de «llevar a Dios más cerca de la gente. Y saber que todos estamos llamados a ser santos, ya seamos doctores, personal de limpieza, ama de casa, etc.».

El capellán de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, don Javier Cremades, resume así lo acontecido en Roma este domingo: «Si en la Puerta del Sol le preguntásemos a mucha gente que si quiere ser santo, te dirían algunos: No, yo santo no, yo normal. Pues bien, el mensaje que Dios nos ha querido hacer llegar a través de san Josemaría es que, lo normal, significa ser santo».

Amelia viene con el grupo de Menorca, que se ha unido a los 400 de Palma Mallorca que han venido en avión. Se ríe viendo cómo «los españoles hemos tomado Roma». Respecto al aspecto ibérico de Roma, recuerda Amelia cómo «decía san Josemaría que quería alegría y, desde luego, la hay a más no poder». Subrayó que, «como todos los que están aquí, pienso que esto es una experiencia personal inolvidable, histórica y un gran acontecimiento». Nos cuenta cómo otros muchos, y los más jóvenes, han ido en barco hasta Barcelona y de allí en autobús.

Alejandro Navarro ha venido con su mujer y dos hijas desde Toronto, donde lleva ya 15 años viviendo. Encontraron el Opus Dei en Argentina, y aunque no pudieron ver a su fundador en Buenos Aires, hablan con emoción de los videos que han visto de sus visitas por Argentina. De él, destaca «la enorme inspiración que supone para todos, porque nos enseñó que podemos ser santos en el medio del trajinar de todos los días. Esto es algo que fue todo un descubrimiento, de manera que podamos ser santos así con las niñas, en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en nuestros juegos, en lo que sea. Es un hombre que por su propia personalidad atrapa. No sé si todos los aragoneses será iguales, pero es increíble el magnetismo personal que transmite al verle a través de sus videos». Alex y Carmen nos cuentan, con sencillez, cómo «la labor que realizan en el Centro del Opus Dei, en Toronto, es pequeña comparada con España», aunque lo que importa es su presencia. Esta familia argentina se siente afortunada, al igual que los otros 800 procedentes de Toronto, ya que «este verano también vimos al Papa por allí».

Para Marián, madre de familia madrileña, es «el santo de este siglo, y con él la vida es más fácil. Es un santo más de la tierra, y más de la vida diaria. Veo que todos podemos llegar a ser santos como él». Anthony y Petra son un matrimonio holandés. Cuentan que, del nuevo santo, han aprendido a ver que «el trabajo y las circunstancias diarias son el lugar para encontrar a Dios. No hay que irse lejos. Es aquí y ahora donde Otro te llama».

Aunque la mayoría de españoles no se encontraban ubicados en las zonas cercanas al altar, el Papa Juan Pablo II les quiso agradecer de cerca su viaje a Roma, y al finalizar la ceremonia se acercó en el Papamóvil a las zonas más alejadas, escuchando el clásico: Juan Pablo II, te quiere todo el mundo, o Viva el Papa, durante su recorrido por la Via della Conziliazione.

Entre los 42 concelebrantes junto al Papa en la Eucaristía del domingo, estuvieron el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, y monseñor Echevarría, Prelado del Opus Dei. Estuvieron presentes en la ceremonia, junto al Juan Pablo II, más de 400 autoridades eclesiásticas, entre cardenales, arzobispos y obispos: de éstos, 50 africanos, 53 españoles y 55 italianos.

El ministro de Justicia, don José María Michavila, junto a su esposa, saludando al Papa el pasado domingo.

En la tarde del domingo, más de 10.000 personas asistieron, junto a varias personalidades italianas, a la inauguración de un nuevo muelle en el puerto italiano de Civitavecchia dedicado al nuevo santo.

El lunes fue el día de la Misa de Acción de gracias por la canonización, que presidió monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, en la plaza de San Pedro. A continuación, el Papa recibió en audiencia a los peregrinos, a quienes dirigió unas palabras. «El solemne reconocimiento de la santidad de este siervo bueno y fiel, a quien Dios Nuestro Señor constituyó en heraldo de la llamada universal a la santidad y al apostolado en las circunstancias ordinarias de la vida, invita a todos los católicos a salir del encuentro de Dios en el cumplimiento de los propios deberes familiares, profesionales y sociales», afirmó monseñor Echevarría dirigiéndose al Santo Padre en dicha audiencia, en un día en el que volvió a brillar el sol romano al igual que en el domingo de la canonización.

Durante el martes y el miércoles se sucedieron decenas de misas de acción de gracias, en las distintas iglesias de Roma, en múltiples idiomas, desde el japonés al árabe y el chino. Hoy jueves, se cierran los actos organizados con motivo de la canonización, con la celebración de la Eucaristía en la basílica de San Eugenio, adonde centenares de miles de peregrinos se han dirigido para orar ante las reliquias expuestas del nuevo santo, desde el pasado día 3.

El comité organizador de la canonización quiso dejar como expresión concreta de gratitud el proyecto Harambee 2002 (en kiswahili, Todos a una) para promover programas de educación y alfabetización en África, cuyos fondos proceden de la libre invitación a donar 5 euros por persona.

Vuelta al trabajo

Este pasado lunes, al regresar al trabajo cotidiano, nadie volvía a la rutina laboral, ya que, como el nuevo santo enseñó con su vida y sus escritos, es allí donde Otro nos está esperando, donde Dios está presente para que crezcamos como hombres y no como máquinas para producir sólo dinero. El acontecimiento del pasado fin de semana en Roma fue toda una muestra pública de la importancia de la fe en la vida de cada uno y de la sociedad entera. Como para que les digan a los presentes —y a los muchísimos que no pudieron venir— eso de que la fe pertenece al ámbito privado de la persona.