El hombre y la mujer en la familia, en la sociedad y en la política - Alfa y Omega

El hombre y la mujer en la familia, en la sociedad y en la política

La Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración entre el hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo subraya la igual dignidad humana y también la diferencia fundamental entre los sexos…

Colaborador
Una familia hispanoamericana

La Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración entre el hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo subraya la igual dignidad humana y también la diferencia fundamental entre los sexos. En efecto, «la igual dignidad de las personas se realiza como complementariedad física, psicológica y ontológica» (n. 8). Es, por tanto, fundamental su igualdad como personas, pero también su diferencia, que no es solamente una diferencia física, sino ontológica.

¿Qué es lo femenino?

La antropología cristiana de los sexos es mucho más profunda que el simple reduccionismo biológico propuesto por algunas personas, o que el constructivismo social sostenido por muchos. Da respuesta a las cuestiones esenciales sobre cómo orientarse entre el determinismo biológico y el imperante constructivismo contemporáneo. Por tanto, los cristianos, al igual que los no cristianos, deberían estudiar la mencionada, rica y profunda antropología de los sexos para encontrar soluciones a problemas acuciantes en materia de familia y de política de las mujeres. El análisis de esta Carta es nuevo y prometedor, en un mundo en el que con frecuencia se ha dado demasiada importancia a la biología —las mujeres todavía son consideradas meras procreadoras en muchas culturas— y en el que el carácter artificial de ciertos roles sexuales se ha remarcado tanto que se ha anulado la diferencia entre los sexos, como si fuera una simple construcción social. Esta última ideología representa un problema importante en el Occidente actual.

En la antropología católica, los sexos se integran mutuamente, no sólo en el sentido biológico, sino en la totalidad de la vida. Por tanto, los padres no son padre y madre solamente desde el punto de vista biológico, sino que, para sus hijos, son diferentes y complementarios en un sentido profundo. Este aspecto es completamente ignorado por aquellos que ven en la biología la única diferencia, y es olvidado por los constructivistas que sostienen que la maternidad y la paternidad son simples roles sociales que pueden ser deconstruidos y, por tanto, no tienen importancia para la vida del niño. La segunda tesis la utiliza el lobby homosexual para volver a definir el concepto de familia, a menudo con éxito, puesto que cada vez menos personas comprenden cómo y por qué los sexos son diferentes.

Algo todavía más fundamental: la relación entre los sexos —y en realidad la misma vida cristiana— tiene una sola finalidad, la imitación de Cristo a través del don de sí mismo y del servicio al prójimo. Naturalmente, no siempre se realiza este ideal, y las relaciones, muchas veces, están determinadas por las luchas de poder y los conflictos. Pero la Iglesia enseña que estos conflictos se puede superar y, por tanto, que el ideal sigue siendo la norma. Además, el don que la mujer hace de sí misma en el embarazo, en el parto y en el cuidado de los hijos se recuerda como prueba de la capacidad especial de la mujer de donarse a sí misma, que es la esencia de lo femenino y también un modelo de comportamiento verdaderamente cristiano.

Por tanto, la sorprendente implicación de la enseñanza católica sobre lo femenino es que la mujer tiene una especial capacidad de humanizar la familia, pero también la sociedad y la política, con la condición de que realice ese don de sí misma. Si una mujer consigue vivir este don de sí misma, esta vida altruista, esto tendrá una influencia grandísima en la sociedad, y los hombres deberán mirarla e imitar su forma de vivir un amor entregado. Aunque los dos sexos tienen capacidad de amar como cristianos entregándose a sí mismos, la Iglesia subraya que las mujeres, a causa de la maternidad, están capacitadas para ello de una forma especial, y la maternidad no es sólo un fenómeno físico.

Si la mujer vive su propia vocación cristiana, esto significa, efectivamente, que ocupa una posición privilegiada en la Iglesia, en la familia y en la sociedad. El análisis que la Carta realiza sobre este aspecto deberían conocerlo todos aquellos que piensan que, en la cristiandad, se le da a la mujer menos espacio que al hombre. De hecho, es una mujer, María, la que encarna el modelo más alto de vida cristiana. La paradoja para el hombre moderno es, ciertamente, que el poder cristiano significa servicio. Cuando la reflexión sobre el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad parte del presupuesto de que el poder es dominio, el análisis que se realiza es poco sólido. Volveré más adelante sobre las consecuencias de esto para el feminismo.

¿Cuáles son, por tanto, las implicaciones de esta antropología para la familia, el mundo del trabajo y la política?

Consejo de Seguridad de Naciones Unidas

La condición femenina, hoy

Desde el punto de vista de la perspectiva histórica, la mujer se encuentra en una situación jamás experimentada antes, por lo menos en Occidente, pero que está cada vez más extendida por todo el mundo. La mujer accede a la educación y ejerce profesiones fuera del ambiente doméstico. La Iglesia católica siempre ha dado mucha importancia a la educación de las niñas y de las mujeres desde el nacimiento del sistema escolar europeo. Hoy la Iglesia constituye uno de los primeros educadores también en los países en vías de desarrollo. Desde el principio, la cristiandad ha trabajado por la igualdad de la mujer y del hombre, tanto en la sociedad judía como en la romana. La educación es la principal fuerza de cambio de los esquemas tradicionales de los roles sexuales. La integración de la mujer en todas las profesiones de la sociedad y en la política es un fenómeno verdaderamente nuevo y revolucionario.

Los años en los que se consiguió el sufragio femenino nos muestran con cuánto retraso, y después de cuántas sospechas y resistencias, la mujer conquistó iguales derechos políticos. Finlandia fue el primer país que concedió el sufragio a la mujer en 1906; Noruega en 1913, mientras que un Estado importante como Francia lo concedió en 1946, y el cantón de Appenzell (Suiza) en 1986. Lo mismo vale para muchas profesiones en las que la mujer fue admitida sólo hace algunos decenios. Pero hoy día las mujeres realizan tareas políticas y profesionales en todos los ámbitos, y en muchas universidades la mayoría de los estudiantes son mujeres.

Sin embargo, cuando se trata de obtener y mantener un puesto de trabajo, las mujeres son discriminadas con bastante frecuencia, ya que los hombres dictan los parámetros y aportan los únicos modelos de referencia. Además, no consiguen conciliar la maternidad con la carrera profesional. A menudo se ven obligadas a elegir entre los hijos y el trabajo. Además, las que eligen ser amas de casa no pueden permitírselo debido a políticas económicas que obligan a los dos padres a trabajar fuera de casa. Esto es un dato real en la mayoría de los países europeos. Los problemas que tienen que afrontar las mujeres en los países en vías de desarrollo son peores. Allí dependen de las mujeres no sólo sus familias, sino comunidades enteras, con jornadas de trabajo interminables, en medio de la pobreza y de las privaciones. «Instruir a una mujer significa instruir a un pueblo»: así recita un dicho africano. Por tanto, la Iglesia se dedica con gran empeño a la instrucción de la mujer. Siguen existiendo, sin embargo, problemas generales de salud y de pobreza, y los países del África subsahariana son olvidados en el ámbito de la economía mundial.

Principios fundamentales del feminismo católico

El término feminismo católico se usa para subrayar la diferencia entre este modelo y el modelo de igualdad común del feminismo, que discutimos a continuación. Pero se trata de un término inexacto, puesto que no existe un feminismo católico autónomo, ni debería existir. Los católicos no tienen programas políticos especiales para la mujer: lo que es católico es universal, por mucho que se discuta esto. Además, no hay ningún motivo para aislar a las mujeres y crear sólo para ellas una ideología llamada feminismo. Hablamos de la mujer y del hombre y de su colaboración y diferencia, no sólo de la mujer. La terminología que vamos a usar aquí no es, por tanto, muy apropiada, pero tiene una finalidad pedagógica.

¿Qué es lo que dice la Carta a propósito de las implicaciones prácticas y políticas de un feminismo católico, de un feminismo nuevo? Las implicaciones de su antropología son radicales. Como ya hemos dicho, la mujer debería ser libre para elegir trabajar a tiempo completo en el ámbito familiar; no debería verse obligada a elegir entre una profesión fuera de casa y la maternidad; finalmente, la familia viene antes en el orden de importancia; la sociedad y la política son, por decirlo de alguna forma, el resultado del trabajo realizado en la familia. Esto cambia radicalmente el análisis común basado en el poder, e indica el papel subsidiario del Estado y de la sociedad basándose en el principio de subsidiariedad: la familia no es un cliente del Estado, sino que el Estado y la sociedad dependen de la familia y de su tarea de formación de ciudadanos moralmente sanos.

¿Deben ser tratados el hombre y la mujer de igual manera? La Carta es muy explícita sobre el hecho de que la mujer y el hombre son diferentes y, por tanto, la mujer no debería ser tratada como si fuera un hombre. Se trata de un aspecto fundamental. La mayor parte del movimiento feminista de los años 70, muy avanzado como proyecto político en mi nativa Escandinavia, trabajó sobre la base de la teoría del trato de igualdad. Pero la discriminación se realiza no sólo cuando sujetos iguales son tratados de forma diferente, sino también cuando sujetos diferentes son tratados de la misma forma. Las políticas actuales sobre los papeles masculinos y femeninos tratan con frecuencia al hombre y a la mujer de la misma manera —y a esto se le llama igualdad—. Estas políticas han llevado a la mujer a realizar progresos en el mundo del trabajo, pero la cuestión fundamental de la diferencia no se ha tenido suficientemente en cuenta. Se le ha permitido a la mujer imitar al hombre, pero no ha conseguido obtener políticas que tuvieran seriamente en cuenta la maternidad, ni el hecho de que la mujer, fiel al ideal cristiano de servicio, tiene una forma de gobernar y de trabajar diferente a la del hombre. Con esto quiero decir que cualquier mujer puede adoptar un estilo de gobierno agresivo si ésta es la tendencia de una empresa, pero a la mujer no le gusta que la obliguen a comportarse así. Generalmente, es difícil que una mujer que ocupa un puesto de responsabilidad sea respetada y tenga autoridad siguiendo su propio estilo femenino. Esto se podría conseguir gracias a la experiencia y a la educación. La cuestión es que la mujer no debería verse obligada a imitar al hombre, porque no es un hombre. Su feminidad no consiste sólo en la maternidad, sino en mucho más.

Mary Ann Glendon, al recibir el doctorado honoris causa en la Universidad de Navarra, enero de 2003

Feminismo de igualdad: el modelo imperante

El feminismo escandinavo, ejemplo preeminente de la tradición de igualdad, ha abierto justamente el camino a la mujer en todas las profesiones ejercidas fuera de casa y en la vida política, pero, al mismo tiempo, ha hecho imposible para la mujer (y también para el hombre) trabajar en casa, ocupándose de los hijos y de los trabajos domésticos. El proyecto político consistió, sobre todo, en garantizar que la mujer no fuera discriminada en la actividad laboral, pero también en la pretensión ideológica de eliminar al ama de casa tradicional y la estructura familiar patriarcal. Por tanto, mientras la mujer goza de un año entero de permiso de maternidad pagado (y algunas semanas de baja por paternidad obligatorias y pagadas), el sistema fiscal no tiene en cuenta el núcleo familiar, solamente la renta de cada uno de los cónyuges, haciendo, de hecho, imposible que uno de los cónyuges trabaje en casa. Las condiciones previstas por maternidad son excelentes para el primer año de vida del niño; pero después la única solución posible es llevarlo a una guardería. Cuando los demócrata-cristianos introdujeron una contribución económica para los padres que querían quedarse en casa con sus hijos (generalmente, la madre) igual a la suma que el Estado gasta en una plaza en una guardería estatal, la protesta de los socialistas fue sonada: «Se obliga a las mujeres a volver a ejercer su papel de amas de casa, se modifica radicalmente el feminismo». El hecho de que muchas madres, efectivamente, quisieran quedarse en casa con sus hijos pequeños fue considerado, y todavía lo es, inaceptable.

Este modelo de feminismo es claramente inadecuado, aunque sea el que impera en el mundo occidental, especialmente en Europa. Las ideas y las tendencias provenientes de Escandinavia sobre esto son empíricamente importantes. La Carta hace referencia a los comportamientos como principal obstáculo a la realización de las justas modalidades de colaboración entre el hombre y la mujer en la sociedad contemporánea. Se trata de un aspecto importante: tendencias, mentalidad, prejuicios comunes son un fuerte condicionamiento también en términos políticos.

En Europa, estos comportamientos van en contra de aquellos que quieren trabajar en su familia y, por tanto, del concepto mismo de familia. El sensible descenso de la natalidad en Europa es un dato alarmante que sólo actualmente recibe un poco de atención por parte de los legisladores, atención todavía escasa para llevar a resultados positivos. La identidad de la familia no la ponen en entredicho sólo los grupos homosexuales que han conseguido derechos familiares cada vez en más naciones, sino que es considerada como una institución represiva y burguesa por la mayor parte de las corrientes de pensamiento feminista. La persona más despreciada de semejante familia es, naturalmente, el ama de casa, que no reivindica su derecho a una vida fuera de casa, sino que se pone al servicio de los otros familiares con su trabajo cotidiano. Liberar a la mujer del trabajo de la casa y valorar sólo el trabajo fuera de casa ha sido el tema clave del movimiento feminista de los años 70. En este contexto, las tendencias más significativas son las siguientes: los individuos tienen derechos, la familia como unidad pierde radicalmente importancia; el único trabajo que cuenta y da prestigio es el que aporta poder y dinero.

La tendencia individualista está muy extendida e implica, en última instancia, que la familia no es importante como categoría política o jurídica. En efecto, hay una gran diferencia entre la Declaración Universal de los Derechos Humanos promulgada en 1948 por Naciones Unidas, que declara que «la familia es la unidad natural y fundamental de la sociedad» y —por poner un ejemplo— el individualismo del derecho a tener hijos (un derecho humano que no existe: sólo los niños tienen derecho a tener padres). La óptica de los derechos en los que se basa la política moderna es ahora también la característica de las políticas familiares feministas. Pero si sólo existen los derechos individuales (sin deberes), la familia está destinada a desintegrarse.

Este tipo de lenguaje de los derechos va acompañado del análisis del poder realizado por el feminismo. La familia y su actividad no tienen ningún valor en la jerarquía del poder. El trabajo dentro de la familia no aporta ni dinero ni poder, representa solamente un servicio a los demás. Lo que le interesa a la mujer es ocupar por lo menos el 50 % de todos los puestos importantes de la sociedad, incluida la política. Con esta finalidad muchas veces se introducen sistemas de cuotas. El interés político está centrado sólo en la esfera de la política y del trabajo fuera de casa. La vida de la familia no es realmente importante en el análisis del poder, puesto que, en el mejor de los casos, impide a la mujer realizar sus deseos. Tener hijos supone una carga para la mujer, ya que compite con el hombre para obtener puestos importantes. Los empresarios quieren saber si tiene hijos, cuántos y si tiene intención de tener más, preguntas que nunca se le hacen al hombre.

Pero últimamente los hombres y las mujeres que realizan la tarea de padres tienen más interés en conciliar trabajo y vida familiar. Vuelven a descubrir la importancia de tener tiempo y energía suficientes para dedicarle a los hijos y al cónyuge. Las políticas familiares, en algunos países, contemplan horarios de trabajo flexibles, especialmente para las madres con hijos pequeños, y una programación que sigue el ritmo de la vida de forma que se trabaje menos (también el padre) cuando los hijos son pequeños. Sin embargo, el punto de partida sigue siendo la situación laboral y no la familia en cuanto tal. La familia se convierte en un problema que hay que resolver para tener a los trabajadores tranquilos.

En conclusión, considerados desde el punto de vista del poder y de una concepción equivocada de la igualdad entre el hombre y la mujer, los hijos y la familia se convierten en un obstáculo para la realización de la mujer. Este obstáculo puede eliminarse con diferentes políticas, pero es evidente que, en el fondo, existe una visión de la mujer completamente negativa: es un hombre fracasado, por decirlo de alguna forma. En este sistema el hombre sigue siendo el modelo en la esfera profesional y en la política y su familia y sus responsabilidades como padre no se tienen en cuenta. El hecho de que la mujer se quede embarazada, dé a luz a los hijos y los amamante y que, por su naturaleza, se encargue de los recién nacidos se convierte en obstáculo para su plena igualdad, a lo cual, en la medida de lo posible, hay que poner remedio.

Este modelo de feminismo está basado en el modelo masculino de mujer: ésta puede imitar la vida laboral y política de un hombre, donde todo lo que se puede esperar es la paridad entre los sexos. La lógica que subyace es la del poder: la mujer tiene que tener las mismas oportunidades y los mismos privilegios.

Implicaciones del feminismo católico

En contraste con el modelo de igualdad, el feminismo católico se basa en principios muy diferentes. Para empezar, la fuerza motriz ideal de la actividad humana es el servicio al prójimo. Esto es de una gran importancia, porque implica que las posiciones que tienen relevancia en el mundo no son siempre las que se consideran tales, una idea sorprendente para muchas personas. En segundo lugar, la mujer no es igual al hombre, excepto en su naturaleza de persona. Como ya he dicho, es diferente y no sólo desde el punto de vista biológico. La madre y el padre no son sustituibles o intercambiables, sino complementarios. Esto significa que la actividad desarrollada por la madre criando a sus hijos tiene una importancia muy especial, especialmente cuando son pequeños. Naturalmente, también la posición complementaria del padre respecto a los hijos es profundamente importante, pero la madre es la persona clave para el recién nacido. Aunque los cónyuges se dividan las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, esta actividad es de extrema importancia no sólo para los hijos, sino para toda la sociedad.

El servicio al prójimo que los padres realizan con sus hijos y que los hijos, a su vez, aprenden explica por qué la familia es la primera en el orden de importancia y tiene una relevancia vital para otras esferas de la vida. En el ámbito de la familia uno es amado de forma incondicional, tal vez sólo allí. Por tanto, en la familia se aprende el amor. El servicio en la política, por ejemplo (la palabra ministro significa servidor), puede ser imitado sólo después de haber aprendido a amar de forma altruista. Si no, el servicio político se convierte en una búsqueda de poder político, como suele suceder. La clara diferencia entre servicio y poder muestra el contraste radical entre feminismo católico y el actual pensamiento feminista.

La familia tiene una importancia clave. No se trata de una agregación de preferencias individuales, sino de una unidad orgánica, la célula fundamental y natural de la sociedad, como reconocen los principales documentos sobre los derechos humanos. Los cónyuges no tienen derecho a tener hijos, ni individualmente ni como pareja. Pero, si tienen hijos, éstos tienen derecho a conocer a sus padres biológicos y a ser educados por ellos, como afirma la Declaración de los Derechos del Niño. Además, la madre y el niño tienen derecho a una especial tutela por parte del Estado, también según la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. El Estado tiene la obligación de ayudar y privilegiar a la familia.

Los textos clásicos sobre los derechos humanos sintetizan muchas de las implicaciones del feminismo católico: se le reconoce a la familia un valor eminente para el Estado y la sociedad y, al mismo tiempo, se resalta la maternidad. La familia es tutelada contra las interferencias del Estado, el cual a su vez garantiza una asistencia particular a la misma. Una cosa importantísima: la familia es definida como la célula fundamental de la sociedad.

En el mejor de los casos, las políticas feministas contemporáneas toleran la existencia de la familia, en el peor, la combaten. Pero no existe un modelo feminista —a parte del católico— en el que la familia constituya el núcleo fundamental de la sociedad, siendo el primero, en orden de importancia, de ésta y de la política. Como ya he señalado, conciliar el trabajo y la familia, en el mejor de los casos, sitúa estas dos esferas de la vida en un nivel paritario, olvidando así la importancia eminente de la familia. Puesto que todo depende de la familia —buenos ciudadanos, buenos empresarios, la verdadera fibra moral de la sociedad y de la política—, esto no es seguramente justo. El reconocimiento del papel clave de la maternidad sólo es posible si se reconoce literalmente que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad y su componente base. Pero esto está muy lejos de ser la norma en la política occidental de hoy. Cuando los demócrata-cristianos noruegos sugirieron cuantificar el coste de un índice de divorcios del 50 %, en términos de enfermedad y otros costes derivados de la disgregación de la familia, fueron inmediatamente acusados de discriminar y tomar como chivo expiatorio a los divorciados: ¿eran éstos menos importantes para el bienestar de la sociedad que los que permanecían casados? ¿Alguien podía afirmar que sus hijos eran menos felices? Por tanto, la actual neutralidad de la mayor parte de los Estados occidentales —que ya no afirman que la familia es lo que dice la Declaración de Naciones Unidas— significa que el concepto de familia como categoría política y jurídicamente relevante está en vías de extinción.

Un feminismo católico, con todo, tiene como principio fundamental el hecho de que la familia es anterior en el orden de importancia personal y social. Por tanto, la obra realizada trayendo hijos al mundo y criándolos no es comparable a nada. Las madres son las primeras que desarrollan esta tarea cuando los hijos son muy pequeños; los padres tienen una importancia diferente, pero no menor. La familia moderna y el mundo del trabajo, afortunadamente, tienen cada vez más en cuenta el papel que el padre desarrolla en casa con sus hijos, y los padres de hoy quieren pasar con sus hijos más tiempo que antes. Los horarios de trabajo tienen que ser compatibles con la vida familiar. No se puede trabajar todas los días hasta tarde y realizar el papel de padres.

Otro presupuesto del feminismo católico se refiere a la contraposición entre los conceptos de poder y servicio. Esto significa que un trabajo se considera bien realizado teniendo en cuenta no sólo el punto de vista profesional, sino también el punto de vista de las intenciones. El éxito del trabajo está relacionado con su esencia en el sentido ético cristiano. Servir al prójimo es más noble y cristiano que servir los propios intereses personales. En esto el feminismo católico se diferencia completamente de la actual corriente de pensamiento feminista. Está claro que el concepto de trabajo entendido como servicio hace que el trabajo desarrollado en la familia sea muy valioso. Así considerado, el trabajo es algo más que un conjunto de tareas realizadas, significa también colaboración y unión con los demás. A través de la educación, la mujer se encuentra y debe encontrarse en todos los ámbitos profesionales.

Conclusión

En este artículo se han tratado sólo algunos aspectos de un feminismo diferente basado en la antropología católica. Me impresiona que la mayor parte de los comentarios y de las críticas actuales al papel de la mujer en la Iglesia católica cometa precisamente el mismo error que las críticas feministas sobre la familia: al basarse en una óptica de poder, se equivoca. La dificultad y el desafío para un católico está precisamente en aceptar y vivir la exigencia del amor altruista y comprender que éste es el tipo de poder que Nuestro Señor nos ha propuesto y enseñado. Esta exigencia es naturalmente la misma para los dos sexos y la diferencia sexual no tiene ninguna influencia sobre la urgencia de comprenderla y vivirla. Sin embargo —como dice la Carta—, la mujer tiene una especial capacidad para comprender el valor del altruismo, porque tiene el privilegio de entregar la vida a través de la maternidad y de cuidar a seres completamente indefensos como los niños.

Janne Haaland Matlary