Se busca compañero de piso que viva en la calle - Alfa y Omega

Se busca compañero de piso que viva en la calle

Todo comenzó en París hace diez años. Étienne Villemain fundó con 29 años el primer piso compartido entre jóvenes y personas en situación de exclusión. Lo llamó Proyecto Lázaro. Hoy hay 13 pisos en siete casas repartidas por Francia en las que más de 300 personas sin hogar han convivido con 182 jóvenes y ocho familias. En junio el Gobierno francés otorgó al proyecto el premio La France s’engage, que reconoce anualmente las mejores iniciativas sociales del país. Lázaro ha trascendido las fronteras galas y estos días da los primeros pasos para abrir una casa en Madrid

Cristina Sánchez Aguilar
Es la hora de desayunar en una de las casas del Proyecto Lázaro en Francia. Foto: Proyecto Lázaro

Surgió tras un desamor. El 31 de diciembre de 2005 a Étienne Villemain, un periodista parisino de 29 años, se le rompió el corazón. «Estaba centrado en mi tristeza, y para desconectar de todo me fui unos días de retiro navideño con una comunidad cristiana». Durante los días de convivencia, una de las religiosas hizo una dinámica durante una oración. Los jóvenes tenían que acercarse al altar y coger un papel con el nombre de un santo. «No me gustó la idea, pero me dije: “Si te sale la madre Teresa tienes que dedicarte a las personas sin hogar”», recordaba el fundador del Proyecto Lázaro durante una reciente visita a Madrid. Eran días de frío invernal, y a Étienne le impactaba mucho ver a tantas personas durmiendo en la calle. Solo en Francia hay 894.000 personas sin hogar –en España hay 50.000 personas aproximadamente–, según el estudio anual publicado por la Fundación Abbé Pierre.

Las casualidades no existen. En su papel apareció el nombre de la santa albanesa con una frase debajo: «No estamos llamados al éxito, sino a la felicidad». «De repente sentí una gran paz y en mi corazón dije “sí”». A los pocos días llamó a su amigo Martin Choutet, otro joven de su misma edad y trabajador social, y ambos decidieron compartir su piso con tres personas sin hogar.

Karim

«Empezamos a vivir en la casa con Karim. Había visto a su padre estrangular a su hermana cuando tenía tres años. El shock fue tan impactante que no pudo desarrollarse bien y tan solo tiene 200 palabras de vocabulario». Como no podía expresarse con normalidad, «a veces explotaba. Un día cogió un palo de madera y empezó a romper todos los platos de la cocina». Platos que, por cierto, nunca repusieron. Pero la Providencia empezaba a actuar con estos jóvenes, y «un día, a la salida del trabajo, encontré una pila de platos en un contenedor de la calle. Los estuvimos utilizando durante años», recuerda Villemain.

La violencia era, para Karim, la única forma de mostrar que nadie le podía amar. «Un día, cuando llegué a casa, al abrir la puerta le encontré apuntándome con una pistola a la cara. Yo me asusté mucho y él empezó a reírse. Me dijo que el arma era de plástico». Pero al día siguiente Karim bebió alcohol, y puso en la pistola un clavo. Disparó y lo dejó incrustado en la pared. «Instantes después me dijo: “El próximo va para ti”». El arma de Étienne contra la violencia fue mostrarle que confiaba en él. Y funcionó.

Rabah

Rabah es alcohólico. Cuando llegó a la casa tenía el rostro muy estropeado, tanto que «su mujer y sus hijos rompían a llorar cuando le miraban». Su familia volvió a Marruecos y él se quedo solo en París, preso de la botella. «Uno de los requisitos para vivir en el piso era no beber alcohol. Está prohibido, al igual que la droga y cualquier tipo de violencia». Los 15 primeros días Rabah no probó ni gota de alcohol, hasta un día que «llegó llorando. Me abrazó y me dijo que había recaído. Mientras le tenía en brazos pensé que aquel hombre era Jesús. Cuando se calmó nos fuimos juntos a rezar». Otro de los imprescindibles en los pisos Lázaro son las capillas. «El Santísimo es el que ilumina nuestras vidas», afirma el fundador.

Aquel día Rabah pidió al Señor que le librase del alcohol. «Es un hombre extraordinario. Me enseñó a rezar desde el fondo del corazón», admite Villemain mientras recuerda a sus primeros compañeros de piso. «La primera vez que mis padres fueron a comer a la casa, los llamó “padre” y “madre”. “Os llamo así porque él es mi hermano”, añadió. Vi una lágrima en los ojos de mi padre».

Étienne Villemain –a la derecha–, fundador del proyecto. Foto: Proyecto Lázaro

Yves

Cuando Yves llegó al piso caminaba totalmente encorvado y era incapaz de asearse solo. Tenía una depresión enorme. «Cuando me vio por primera vez lavando su ropa en el baño –hacía meses que nadie pasaba ni por agua aquellas prendas– me dijo con vergüenza que parase». Aprendieron a convivir todos juntos, más despacio que deprisa. Un día Étienne pensó que Yves podría entretenerse en la cocina y le pidió que le ayudase a preparar una quiche. «Trajimos a Sophie, una amiga, a cenar. Era la primera vez que una chica iba a aquel piso. Cuando llegamos Yves se había echado colonia, iba hasta con zapatos violetas, y tenía una quiche riquísima en el horno».

La convivencia de los cinco en aquel piso piloto fue «vivir durante dos años una vida ordinaria y a la vez extraordinaria». Esta experiencia, recalca el fundador, «cambió mi forma de mirar a cada persona y me ayudó a reconocer mi propia pobreza». Y pensó que «si no compartía aquella felicidad con más gente la iba a perder».

Sergio y la Providencia

«Buscamos otros pisos para abrir en París y la Providencia hizo lo demás». Diez años después, el Proyecto Lázaro –llamado así por el amigo de Jesús al que el Señor resucita– tiene 13 pisos, de chicos y de chicas, repartidos en siete casas en Nantes, Marsella, Lyon, Toulouse, Lille, Angers y Vaumoise. Muchos de los edificios son casas e incluso antiguos colegios cedidos por las diócesis francesas. Por estas viviendas, en las que se comparte vida y oración, han pasado 305 personas, 182 voluntarios y ocho familias que se encargan de la gestión de los pisos. Los datos hablan por sí solos: el 85 % de los residentes se reinsertaron tras su paso por Lázaro y un 40 % consiguió un contrato de trabajo indefinido. «Gracias a la Providencia y a Sergio, nuestro embajador en el cielo», apostilla Villemain.

Étienne conoció a Sergio en el hospital. Había sufrido un coma etílico y tenía una lesión grave en la cadera. Una de las trabajadoras sociales que colaboran con el proyecto, cuyo papel es proponer a las personas que deben ser acogidas, los presentó. «Cuando pregunté a Sergio si quería vivir con nosotros me dijo que no, que él no merecía la pena». Pero terminó aceptando, aunque a regañadientes. El tercer día de convivencia ya había preparado la cena para todos. «La cocina fue su lugar de refugio, pero su salud fue empeorando poco a poco». Sergio volvió al hospital y estuvo ingresado durante varias semanas. «En los pisos hacemos una cena fraterna, todos juntos, una vez a la semana. Mientras Sergio estuvo ingresado hacíamos las cenas en el hospital».

Una noche Étienne recibió una llamada. «Los médicos me pedían una autorización para poder realizarle un trasplante de hígado. Si no lo hacían, moriría». Cuando llegó ya estaba en coma. Pasó así varias semanas, y sus compañeros de piso, hombres de la calle, sin familia ni amigos, no se separaron de su cama. «Recuerdo a Jean, sentado al lado de la cama y cantándole canciones sobre Jesús». Sergio despertó el tiempo justo para que sus amigos le recordaran que le querían y que merecía, y mucho, la pena. «Le pedí que fuera nuestro embajador en el cielo. A los pocos minutos falleció». Y está cumpliendo su misión.

6.000 personas sin hogar van a ver al Papa

En 2014 se organizó por primera vez una convivencia en Roma con 200 personas sin hogar. Étienne Villemain, fundador del Proyecto Lázaro, fue uno de los impulsores. «Mientras estaba en la Plaza de San Pedro esperando para ver al Papa Francisco pensé que teníamos que montar una jornada para las personas sin hogar en el Vaticano. A través de un cardenal amigo nuestro hicimos llegar la petición al Santo Padre y él aceptó».

Étienne y otras asociaciones para personas en situación de exclusión se pusieron manos a la obra y nació el Proyecto Fratello, que ha organizado del 11 al 13 de noviembre el Festival Europeo de la Alegría y de la Misericordia, que permitirá a 6.000 personas en situación de precariedad encontrarse con el Papa Francisco y ganar el Jubileo de la Misericordia.

Durante los tres días habrá encuentros, testimonios y una vigilia con el cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon. Todos los interesados en ir –asociaciones y particulares– aún están a tiempo. Toda la información en la web www.fratello2016.org

La expansión a Madrid

Bachir vive en uno de los pisos Lázaro. «El día que llegué dormí 17 horas seguidas, algo que no ocurría hacía años». Puede quedarse todo el tiempo que necesite, y un trabajador social acompaña su proceso. «Aquí he encontrado el amor. Estar en esta casa es como estar en una familia. ¡Qué digo, es mejor que una familia!». Frédéric encontró la hospitalidad, «algo muy bello que estamos perdiendo en esta sociedad». Loïc y su mujer Beatrice son los responsables de la casa de Nantes. Las familias voluntarias o bien viven en la casa, o en otro inmueble cercano, y son imprescindibles para el funcionamiento del proyecto. «Nosotros nos aseguramos de que todo funciona bien, acogemos a los nuevos… Como en toda casa compartida hay tensiones. Pero nosotros estamos aquí para ayudarles a perdonarse, a que vivan en paz. Estamos felices de compartir nuestro amor con otros y de convertirnos en una gran familia, dando ejemplo a nuestros hijos de cómo se vive en una comunidad cristiana, inspirada en la gratuidad».

El modus operandi funciona. Por eso en junio el Gobierno francés otorgó al Proyecto Lázaro el galardón La France s’engage, creado por Françoise Hollande en 2014 con el objetivo de premiar –con 600.000 euros– las mejores iniciativas sociales del país.

Y por ese mismo motivo la expansión ha trascendido las fronteras galas y en breve se abrirá casa en Lieja (Bélgica) y también en Madrid. El sacerdote madrileño Álvaro Cárdenas, párroco en Nuestra Señora de la Asunción de Colmenar del Arroyo, es uno de los impulsores y afirma que Lázaro «es una bella expresión del Evangelio de la Misericordia. No es una institución más de ayuda a las personas sin hogar, sino que es una familia para todos, una comunidad fraterna».