Nuevos cardenales para tiempos nuevos - Alfa y Omega

Nuevos cardenales para tiempos nuevos

Monseñor Carlos Osoro representa una Iglesia inclusiva, de puertas abiertas y cercana a las situaciones de marginación y sufrimiento

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Foto: María Pazos Carretero

Al nombrarle arzobispo de la diócesis con mayor número de fieles de España, el Papa estaba ya poniendo en el escaparate el estilo pastoral que monseñor Osoro ha ejercido siempre: el de una Iglesia inclusiva, de puertas abiertas, dialogante con el mundo y cercana a las situaciones de marginación y sufrimiento. Al crearlo cardenal, Francisco rubrica esa decisión con un gesto que es de confianza personal en el arzobispo de Madrid, pero también de respaldo a una forma de presencia pública de la Iglesia decidida y desacomplejadamente misionera, a la vez que profundamente respetuosa de las convicciones de los demás, sin que ello suponga dejar de emitir a veces juicios impopulares. Monseñor Osoro suele repetir que ha sido enviado como obispo de todos los madrileños, no solo de los creyentes, por lo que su misión es salir al encuentro de las personas allí donde realmente están, no donde a él le gustaría que estuvieran.

De una u otra forma, los cardenales del tercer consistorio de la era Francisco responden a ese perfil de obispo cercano que el Papa entiende que se necesita en un momento en el que no hay una, sino 99 ovejas perdidas. Eso es Iglesia en salida. Ya no sirven príncipes enclaustrados en sus palacios. Los tiempos demandan pastores con capacidad de discernimiento para buscar el «bien posible»; pastores dispuestos a correr el «riesgo de mancharse con el barro del camino», tal como lo expresa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium.

Ese sano realismo fue una de las notas características del pontificado del beato Pablo VI, al que va a homenajear la Conferencia Episcopal en un simposio organizado los días 14 y 15 de octubre. Más allá del interés académico, estas jornadas reivindican un estilo pastoral que actualiza el Papa Francisco con su insistencia en la misericordia y en el diálogo respetuoso con el mundo. Son esas las señas de identidad –y las pruebas de autenticidad– de una Iglesia llamada a salir al encuentro de las personas alejadas y a reavivar la fe de los cristianos adormecidos.