El hambriento «necesita de mí». No puedo huir o «delegarlo a otro» - Alfa y Omega

El hambriento «necesita de mí». No puedo huir o «delegarlo a otro»

Cuando se ve la pobreza a través de los medios, se organizan grandes campañas solidarias. En cambio, cuando el hambre nos interpela en la persona que tenemos al lado, «tenemos la costumbre de no acercarnos, o de enmascarar la realidad», afirmó el Papa Francisco en la catequesis de este miércoles

Redacción
Foto: Osservatore Romano

El Papa Francisco pidió hoy a todos que ayuden a los más necesitados y no miren hacia otro lado, y confió en que se generalice la idea de que la alimentación y el acceso al agua son derechos universales. Francisco hizo estas reflexiones durante la audiencia general que presidió en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Jorge Bergoglio citó al Papa emérito Benedetto XVI para recordar sus palabras en su encíclica Caritas in veritate, cuando dijo que «es necesario que madure una conciencia solidaria que conserve la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinción ni discriminación».

Es muy duro pasar hambre

Afirmó que en la actualidad existen «situaciones de necesidad que requieren una respuesta inmediata y urgente», como dar de comer o beber a los necesitados. «Es muy dura la experiencia del hambre y la sed, y desgraciadamente es una realidad actual y cercana a nosotros. Cada día encontramos personas que sufren estos males y necesitan nuestra ayuda».

«Una de las consecuencias del llamado «bienestar» es aquella que lleva a las personas a cerrarse en sí mismas, haciéndolas insensibles a las exigencias de los otros», dijo. El Pontífice comparó lo que ocurre cuando nos llegan por los medios noticias sobre el hambre, y cuando la vemos de cerca.

En el primer caso, la sociedad se vuelca con «donaciones generosas» y campañas solidarias. «La pobreza en abstracto nos hace pensar, lamentar…», pero no interpela. En cambio, cuando uno ve la pobreza «en la carne de un hombre, de una mujer, de un niño, ¡esto sí que nos interpela! Y es por eso que tenemos la costumbre de «huir» de los necesitados, de no acercarnos, o de enmascarar la realidad de los necesitados con costumbres a la moda»: nos aleja de la realidad.

Cinco panes y dos peces

Basándose en la carta del apóstol Santiago, Francisco aseguró que «siempre hay alguien que tiene hambre y sed y que necesita de mi». Entonces, «no puedo delegarlo a ningún otro». «Este pobre necesita de mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi compromiso». «Si la fe no está seguida por las obras, está completamente muerta».

El Papa puso como modelo a Jesús, que pidió a los apóstoles alimentar a la multitud con cinco panes y dos peces. «Su ejemplo nos interpela y nos anima a reconocer que cuando damos nuestro poco al hermano necesitado se hace presente la ternura y la misericordia de Dios».

Recuerdo para el Domund

Al final de la Audiencia, el Santo Padre recordó que este domingo se celebra el Domund. Es una «ocasión preciosa para reflexionar sobre la urgencia del compromiso misionero de la Iglesia y de todo cristiano. También nosotros estamos llamados a evangelizar en el ambiente en el que vivimos».

Agencias / Redacción

Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Una de las consecuencias del llamado “bienestar” es aquella de llevar a las personas a encerrarse en sí mismas, haciéndolas insensibles a las exigencias de los demás. Se hace de todo para ilusionarlas presentándoles modelos de vida efímeros, que desaparecen después de algunos años, como si nuestra vida fuera una moda a seguir y cambiar en cada estación. No es así. La realidad debe ser acogida y afrontada por aquello que es, y muchas veces nos presenta situaciones de urgente necesidad. Es por esto que, entre las obras de misericordia, se encuentra el llamado al hambre y a la sed: dar de comer al hambriento –existen muchos hoy, ¡eh!– y de beber al sediento. Cuantas veces los medios de comunicación nos informan de poblaciones que sufren la falta de alimentos y de agua, con graves consecuencias especialmente para los niños.

Ante estas noticias y especialmente ante ciertas imágenes, la opinión pública se siente afectada y de vez en cuando se inician campañas de ayuda para estimular a la solidaridad. Las donaciones se hacen generosas y de este modo se puede contribuir a aliviar el sufrimiento de muchos. Esta forma de caridad es importante, pero tal vez no nos involucra directamente. En cambio cuando, caminando por la calle, encontramos a una persona en necesidad, o quizás un pobre viene a tocar a la puerta de nuestra casa, es muy distinto, porque no estamos más ante una imagen, sino somos involucrados en primera persona. No existe más alguna distancia entre él o ella y yo, y me siento interpelado.

La pobreza en abstracto no nos interpela, pero nos hace pensar, nos hace acusar; pero cuando tú ves la pobreza en la carne de un hombre, de una mujer, de un niño, ¡esto sí que nos interpela! Y por esto, esa costumbre que nosotros tenemos de huir de la necesidad, de no acercarnos o enmascarar un poco la realidad de los necesitados con las costumbres de la moda. Así nos alejamos de esta realidad. No hay más alguna distancia entre el pobre y yo cuando lo encuentro. En estos casos, ¿Cuál es mi reacción? ¿Dirijo la mirada a otro lugar y paso adelante? O ¿me detengo a hablar y me intereso de su estado? Y si tú haces esto no faltara alguno que diga: “¡Pero este está loco al hablar con un pobre!” ¿Veo si puedo acoger de alguna manera a aquella persona o busco de librarme lo más antes posible? Pero tal vez ella pide solo lo necesario: algo de comer y de beber. Pensemos un momento: cuantas veces recitamos el “Padre Nuestro”, es más, no damos verdaderamente atención a aquellas palabras. “Danos hoy nuestro pan de cada día”.

En la Biblia, un Salmo dice que Dios es aquel que «da el alimento a todos los vivientes» (136,25). La experiencia del hambre es dura. Lo sabe quién ha vivido periodos de guerra o carestía. Sin embargo esta experiencia se repite cada día y convive junto a la abundancia y al derroche. Son siempre actuales las palabras del apóstol Santiago: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (2,14-17): es incapaz de hacer obras, de hacer caridad, de dar amor. Hay siempre alguien que tiene hambre y sed y tiene necesidad de mí. No puedo delegar a ningún otro. Este pobre necesita de mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi empeño. Estamos todos comprometidos en esto.

Lo es también la enseñanza de aquella página del Evangelio en el cual Jesús, viendo a tanta gente que desde algunas horas lo seguía, pide a sus discípulos: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» (Jn 6,5). Y los discípulos responden: “Es imposible, es mejor que los despidas…”. En cambio Jesús les dice a ellos: “No. Denles de comer ustedes mismos” (Cfr. Mt 14,16). Se hace dar los pocos panes y peces que tenían consigo, los bendijo, los partió y los hizo distribuir a todos. Es una lección muy importante para nosotros. Nos dice que lo poco que tenemos, si lo ponemos en las manos de Jesús y lo compartimos con fe, se convierte en una riqueza superabundante.

El Papa Benedicto XVI, en la encíclica «Caritas in veritate», afirma: «Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal. […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos. […] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (n. 27). No olvidemos las palabras de Jesús: «Yo soy el pan de Vida» (Jn 6,35) y «El que tenga sed, venga a mí» (Jn 7,37). Son para todos nosotros creyentes una provocación estas palabras, una provocación a reconocer que, a través del dar de comer al hambriento y el dar de beber al sediento, pasa nuestra relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia.