Buscar y salvar - Alfa y Omega

Buscar y salvar

XXXI Domingo del tiempo ordinario

Aurelio García Macías
Jesús habla con Zaqueo, de Niels Larsen Stevens. Museo de arte de Randers (Dinamarca). Foto: Gunnar Bach Pedersen

Jesús está ya al final de su largo viaje hacia Jerusalén. Entre las enseñanzas de esta última etapa se encuentra la acogida de Jesús a los niños y mendigos –al contrario de lo acostumbrado en el uso local– y la dificultad de renunciar a las riquezas en favor del Reino de Dios, como expresa el relato del joven rico, que rechaza el seguimiento de Cristo por su amor a los bienes terrenales. Ciertamente, es difícil que los ricos se salven, pero no imposible. Y para mostrar un ejemplo, Lucas ofrece el hermoso relato de Zaqueo, en el que un hombre rico y pecador se convierte y se salva.

La escena se sitúa en Jericó, verdadero centro económico y lugar estratégico en la ruta hacia Jerusalén. Jesús entra en la ciudad y la gente, expectante, se amalgama en torno a las calles por donde atravesaba la ciudad.

La pequeñez del hombre

Zaqueo es denominado en el texto como «jefe de publicanos», es decir, una especie de supervisor de publicanos y, por tanto, «rico», porque eran una comunidad adinerada. Recaudaban impuestos entre los judíos para los romanos, pero ellos aprovechaban para abusar con tarifas excesivas y enriquecerse injustamente. Eran despreciados tanto por los romanos como por los judíos, porque eran ladrones e impuros. Gozaban de mala reputación entre la gente y eran pecadores ante la Ley de Dios. Su soledad y culpabilidad era compensada por su riqueza. Sin embargo, Zaqueo es presentado en el relato no como una persona odiosa; sino como alguien que quiere ver desesperadamente a Jesús. El evangelista no explica los motivos de tal deseo; pero se entretiene en detalles particulares que definen un comportamiento notable en Zaqueo. El gentío y su baja estatura impiden lograr su objetivo. No consigue ocupar ningún lugar principal o cercano al evento, sino que acepta un segundo puesto entre la multitud. Es entonces cuando, corriendo delante de la multitud, busca como alternativa subirse a un árbol y esperar a que pase Jesús por allí. Zaqueo se siente ajeno y solo en medio de tanta gente; no participa de la algarabía del acontecimiento, pero… quiere ver a Jesús y se pone al alcance del Señor.

La grandeza de Dios

Podemos imaginar la sorpresa de todos cuando, al llegar a aquel sitio, Jesús levantó los ojos, miró a Zaqueo y dirigiéndose a él por su nombre le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». ¿Cómo es posible que en medio de tanta gente, Jesús se fijara precisamente en Zaqueo, un pecador? Es Jesús quien toma la iniciativa. Es ahora Él quien tiene urgencia de ver y entrar en casa de Zaqueo. Zaqueo buscó ver a Jesús, y ahora Jesús busca a Zaqueo para salvarlo. El texto dice que lo recibió «muy contento», porque probablemente vio en la mirada de Jesús la comprensión y el amor que no encontró en ningún otro de sus contemporáneos. Y es esa actitud de misericordia y compasión de Jesús la que transforma la actitud de Zaqueo y provoca su conversión, su cambio de vida, como expresa el desprendimiento de sus riquezas y la reparación de las injusticias causadas: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Es la reacción de un corazón perdonado y amado, que excede, incluso, lo que requiere la Torá. Es entonces cuando Jesús responde con una sentencia que aprueba el comportamiento de Zaqueo; asegura el perdón y la salvación de Dios para este pecador que estaba perdido; y responde a las críticas de los que murmuraban contra Jesús por el gesto escandaloso de hospedarse en casa de un pecador: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán». No solo le concede el perdón, sino que le restituye a la vida de la comunidad judía de los descendientes de Abrahán.

Buscar y salvar lo perdido

No olvidemos la actitud del resto de los protagonistas del relato: «Todos murmuraban». Jesús se expone a sí mismo a la crítica de aquellos judíos al visitar la casa de Zaqueo. Jesús era admirado por aquella multitud; Zaqueo, sin embargo, era odiado. A juicio de los presentes, este no merecía ser honrado con la presencia de Jesús en su casa. Sin embargo, Jesús reacciona contra este juicio popular y llama a Zaqueo «hijo de Abrahán» para significar que no está desheredado de la bendición prometida a Abrahán, es decir, que es pleno miembro de la comunidad judía.

Y es entonces cuando enseña que salvación de Dios está dirigida en primer lugar para quienes más lo necesitan: para aquellos que están perdidos del recto camino, los pecadores, los que están alejados de Dios. «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Esta es la finalidad de la misión del Hijo de Dios: buscar y a salvar lo que está perdido. Este relato de la conversión de Zaqueo refleja la misericordia entrañable de Dios para con los pecadores y la conversión posible de un pecador en seguidor comprometido de Jesucristo.

Evangelio / Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, data prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».