El capellán del CIE de Murcia denuncia que el centro es «un infierno, peor que una prisión» - Alfa y Omega

El capellán del CIE de Murcia denuncia que el centro es «un infierno, peor que una prisión»

«Quedamos asombrados de que en este lugar el trato sea peor, más duro, humillante y denigrante que en las prisiones de la Región de Murcia, las cuales conocemos de primera mano», asegura el sacerdote

Redacción

El sacerdote encargado de la atención religiosa del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Murcia, Pedro García Casas, ha calificado como un «infierno» este centro en el que denuncia que existe «vacío legal, vulneración de ciertos derechos humanos, trato humillante y hacinamiento». Así lo indica tras los últimos acontecimientos vividos en los últimos días en algunos CIE, como la fuga del de Murcia el pasado mes de octubre.

«En este lugar el trato es peor, más duro, humillante y denigrante que en las prisiones de la Región de Murcia -las cuales conoce de primera mano-. En sus pupilas (las de los internos) se ve reflejada la marca del sufrimiento, sus caras están demacradas, la mayoría desnutridos; varios de ellos, llevan las marcas de las concertinas de las vallas de Melilla», explica en un texto en el que asegura que las cárceles son «un lujo» comparadas con el CIE.

El capellán, que tiene que acceder a este centro acompañado por la Policía Nacional, cuenta que algunos de los agentes acceden «con mascarillas, guantes y porras en mano». Para entrar a la «fosa» -término que utilizan los internos y que el cura considera bastante ajustado a la realidad-, deben abrir con esfuerzo una puerta metálica con una gruesa cadena. Allí, el sacerdote observa «con espanto y horror» a unas ochenta personas procedentes de varios países, la mayoría africanos.

«Todos se encuentran hacinados en el mismo espacio; el lugar es totalmente inhóspito y lúgubre, huele mal y las paredes están llenas de garabatos en francés, árabe y español», cuenta. Todos ellos se encuentran en situación irregular, la mayoría acaban de llegar en patera a las costas españolas y están a la espera de su muy probable repatriación.

Este era el caso de Babakar (pseudónimo), un africano de 24 años que contó su historia al capellán durante una de sus visitas al CIE. Este joven salió hace unos años de su país natal, Costa de Marfil, empujado por el hambre, la insalubridad, la falta de recursos y la corrupción en su país. Su entrada en el CIE era reciente, la policía le había trasladado al centro por no tener «papeles» y tenía 60 días para buscar un abogado de oficio y hacer todos los recursos posibles para poder quedarse en España.

La patera desapareció y todos se ahogaron

Babakar salió de su país con mil euros que había conseguido trabajando muy duro, no le dijo nada a su familia para que no se preocupara, cruzó el desierto hasta llegar a Marruecos, donde pasó mucha hambre y tuvo que ser rescatado de una patera por unos pescadores, horas después de ver morir a sus amigos en la embarcación que navegaba junto a la suya.

«El viaje cada vez era más duro, el viento movía mucho la patera. De pronto vimos a los compañeros de la otra patera gritando, no sabíamos qué pasaba, gritaban muy fuerte. Luego les vimos que estaban sacando agua de dentro de la patera desesperadamente, se estaba rompiendo. Desapreció en el mar y todos ellos murieron ahogados», relata el joven marfileño al capellán.

Al llegar a España, cuenta que se tiró al suelo dando gracias a Dios. Allí recibieron la ayuda de Cruz Roja y después de pasar por un centro al que les llevó la Guardia Civil, fueron puestos en libertad con unas instrucciones: «Buscaros la vida». Sin embargo, explica que la felicidad de ese instante se convirtió en pesadilla porque su vida consistía en huir de la Policía, trabajar en el campo por tres euros la hora, ser explotado y no poder regularizar su situación.

En cualquier caso, asegura que lo peor que le pudo ocurrir es ser encerrado en el CIE de Murcia y le dijo al capellán que antes de ser repatriado, prefería morir. Precisamente, el día en que tenía que subir al avión, según el relato del sacerdote, Babakar se cortó con una cuchilla en los brazos y el torso para tener que ser trasladado al hospital.

Pero, tal y como indica el sacerdote -que se encontraba allí en aquel momento-, cuando llegó la ambulancia, el médico, «con frialdad y sin temblarle la voz», dijo: «Coserle tan pronto como podáis y meterlo como sea al avión, que éste no se queda aquí». Babakar se fue en la ambulancia y nunca más volvieron a saber de él.

Europa Press / Redacción

«Un cielo envenenado»

Como capellán del CIE de Murcia, me siento poderosamente interpelado, por todos los acontecimientos que se están viviendo y saliendo a la luz pública en los últimos días: fugas, golpes, críticas, racismo, xenofobia, manifestaciones, debates demasiado acalorados, etc. Como ciudadano y como capellán de prisiones (un lujo éstas en comparación con el CIE) es mucho lo que tendría que decir en conciencia, denunciando el gran «vacío legal» que se da en estos; la «vulneración de ciertos derechos humanos»; «el menoscabo, quebranto y deterioro de la dignidad personal»; «la injusta criminalización de quienes sólo han cometido una falta administrativa»; o «las estructuras de pecado» que permiten y «normalizan» estos infiernos donde el fuego llameante es el continuo sinsentido y la «incertidumbre» de no saber si habrá un final «feliz».

Sin embargo, optamos no por argüir sobre ideas o conceptos, sino que, dado que la persona se revela a sí misma en la «epifanía del rostro», nos permitimos la licencia de sacar del anonimato la vida de uno de ellos, alguien a quien pudimos conocer bien. De este modo, desde esta existencia desplegada e interpelante, acercándonos a sus «circunstancias» aclaratorias, podremos dejar que nuestra conciencia se ilumine y nos interpele para saber qué hacer ante estos hermanos nuestros que siguen siendo el mismo Cristo entre nosotros, reclamando ayuda y pidiendo auxilio, especialmente de aquellos que desean ser sus amigos.

Nos acercamos pues, a la vida de Babakar (pseudónimo), un africano de unos 24 años, de nacionalidad marfileña, quien hace unos años emprendió su éxodo hacia la «paradisiaca» tierra europea. El motivo fundamental de este fatigoso y casi furtivo viaje no era sino el hambre, la insalubridad, la falta de recursos necesarios para vivir y la corrupción alarmante de su país, entre otros muchos motivos. Su entrada en el CIE era reciente, la policía le había capturado en la calle por no tener «papeles» y tenía tan sólo 60 días para «encerrado» en lo que se denomina «la fosa» (palabra muy ajustada a lo que allí se vive), buscar un abogado de oficio y hacer todos los recursos posibles para poder quedarse en España; si en 60 días no conseguía demostrar nada a su favor: arraigo familiar, contrato de trabajo, etc., entonces, tenía los días contados para volver al «abismo» desde donde partió, pero esta vez con un agravante, la angustia del camino recorrido y el sabor amargo de haber paladeado una Europa «rica» en recursos pero «insolidaria» con el necesitado, con el extranjero.

Entramos al CIE y nos acompaña la Policía Nacional (algunos de ellos) con mascarillas, guantes y porras en mano, abren la puerta metálica del «foso» y dejando un pequeño espacio, ya que una gruesa cadena impide que se pueda abrir del todo (medidas preventivas para que no se escapen), entro de lado y con cierta dificultad a la fosa. Allí, observo con espanto y horror a unas ochenta personas procedentes de varios países, la mayoría africanos. Todos se encuentran hacinados en el mismo espacio; el lugar es totalmente inhóspito y lúgubre, huele mal y las paredes están llenas de garabatos en francés, árabe y español. Los «presos» (ya que, aunque no lo sean así se sienten) son todos irregulares, la mayoría son recién llegados en patera a las costas españolas, que desde otro CIE han sido enviados a Murcia, a la espera de su muy probable repatriación.

Quedamos asombrados de que en este lugar el trato sea peor, más duro, humillante y denigrante que en las prisiones de la Región de Murcia, las cuales conocemos de primera mano. En sus pupilas se ve reflejada la marca del sufrimiento, sus caras están demacradas, la mayoría desnutridos; varios de ellos, llevan las marcas de las concertinas de las vallas de Melilla, en las cuales se han dejado la piel quedándoles secuelas de por vida y no sólo a nivel físico cuya evidencia es cruelmente patente.

Nos aproximamos a Babakar, a quien conocemos ya de haber hablado unas cuantas veces con él. Controla con cierta soltura el español y nos disponemos a adentrarnos en su «vivencia personal». Le encontramos muy mal anímicamente, con tristeza, cólera y desesperación, aun así, se alegra de que estemos dentro con él y que queramos escucharle. Intentamos reproducir sus palabras, con la dificultad que entraña, pero lo más fielmente posible:

Mi familia es muy pobre, yo tuve que trabajar muy duro para conseguir unos mil euros, pedí que me ayudaran algunos familiares y cuando lo pude conseguir el dinero, me puse en marcha, sin decirle nada a mi familia para que no se preocuparan. Una noche salimos de mi país y nos dirigimos a Marruecos, el camino fue muy duro, mucho tiempo caminando por el desierto… Cuando llegamos a Marruecos todo fue peor, había muchos compatriotas que llevaban años esperando para poder salir, habían sido estafados la mayoría de ellos, ya que habían pagado y la noche en la que se disponían a salir, no le permitían entrar en la patera por falta de espacio, o porque salían otro día distinto al que le habían dicho, o porque el comerciante después de acumular una buena suma de dinero, desapareció para siempre… La vida en Marruecos para nosotros no fue nada fácil, pasamos mucha hambre, y tampoco quería llamar a mi familia para que no se preocuparan. Mi intención era llamar desde España.

Todos los días miraba el mar, soñaba con llegar a Europa, sabía que algún día lo conseguiría.

Llegó el día en el que nos avisaron que saldríamos. Nos escondimos entre las rocas, cerca del mar, para salir por la noche a la hora señalada, había dos pateras preparadas, y éramos cerca de unos cien, por lo que en cada patera subimos unos cincuenta, la otra patera parecía más pequeña, la nuestra más vieja. No lo pensamos y nos lanzamos llenos de esperanza al mar, por fin había llegado el último viaje… No sopesemos en ese momento el riesgo, sabíamos que podíamos morir en el intento, pero sólo teníamos una meta: llegar a España y salir por siempre del infierno en el que estábamos. El viaje fue muy duro, no teníamos espacio para movernos, y cuando alguien necesitaba hacer sus necesidades tenía que ponerse en la parte de atrás de la patera pasando por encima de los demás. Hacía frío, muchas olas, teníamos hambre y cada minuto era interminable. El viaje cada vez era más duro, el viento movía mucho la patera… De pronto veíamos a los compañeros de la otra patera gritando, no sabíamos qué pasaba… gritaban muy fuerte… luego les vimos que estaban sacando agua de dentro de la patera desesperadamente, se estaba rompiendo su patera… nosotros estábamos angustiados, allí iban amigos míos; muy pronto contemplamos algo muy duro, su patera se rompió y desapreció en el mar y todos ellos murieron ahogados (solloza y hace un silencio sonoro y muy incómodo).

Nosotros no pudimos hacer nada, creíamos que nosotros seríamos los siguientes… Estábamos llenos de miedo, con nosotros había unas mujeres que parecían como locas, y otros se desmayaron, el jefe de la patera mandó que los lanzaran al mar si no queríamos morir todos, no podíamos hacer eso… no estaba bien hacer eso. Aunque era verdad que nos hundíamos también nosotros. Todos íbamos a morir. Pero muy rápido el compañero del jefe de la patera, se acercó muy enfadado y nos quitó de encima y echó al que se había mareado al mar y también a una mujer… (aquí Babakar llora amargamente, se le hace un nudo en la garganta y permanecemos en silencio, no queremos forzar la conversación, no obstante, tras limpiarse las lágrimas continúa) Aquello fue muy duro, ¿sabes?, yo no creía que ya pudiera vivir, de hecho, no tenía ganas de vivir después de aquello. Me avergonzaba de no haber hecho nada para impedirlo, de vivir yo y ellos no…

Tras muchas horas en la patera, donde nadie hablaba, sólo rezábamos… un barco grande se veía a lo lejos, nos alumbró con una gran luz… y nosotros hicimos señales con la ropa pidiendo auxilio. Eran unos pescadores, se acercaron a nosotros y a los que quedábamos nos subieron a su embarcación, allí nos dieron de beber, algo de comer y nos acercaron a la costa, tierra española. Aún recuerdo que, al llegar, me tiré al suelo dando gracias a Dios, no me creía que estuviera en España… después de lo que había pasado aquello parecía un sueño. Aquellos hombres nos ayudaron mucho, también la Cruz Roja, había gente buena también. Más tarde la Guardia Civil nos llevó a un Centro y al poco tiempo nos dejaron a un grupo en libertad en medio de un jardín y nos dijeron «buscaros la vida».

No me lo creía, estaba muy feliz. Pero, pronto empezó a complicarse todo. Continuamente tenía que huir de la misma policía por no tener papeles. Nadie me daba un pre-contrato para regularizar mi situación. Tuve que comprar uno por mil euros y luego me estafaron. Tuve que trabajar en el campo en los trabajos que nadie quería, a veces a tres euros la hora, pero era mejor que nada, además si yo decía que no había mucha gente esperando… Cuando no me pagaba o se aprovechaban de mí no me podía quejar a nadie porque era un «sin papeles» lo que significaba ser «nada», significa que «no vales». Pronto me di cuenta que este paraíso era como si estuviera envenenado (…).

Lo peor que me ha podido pasar es que la policía me capturara y me trajeran aquí. Ahora me he enterado que puede que pronto me repatrien… y sinceramente prefiero morir antes que volver a mi tierra…

Unas semanas después acudimos nuevamente al CIE y nos encontramos a todo el mundo «alarmado», un interno había sido extraído del «foso» y se encontraba en la enfermería por haberse cortado con una cuchilla en los brazos, y a lo largo y ancho de todo el torso. Nos acercamos con cautela, y descubrimos que se trata de Babakar. Esa tarde sobre las 16.30 salía el avión que le llevaba de vuelta a su país, y él, en el colmo de la desesperación, se había cortado para que le llevaran al hospital y no salir en ese avión. Pronto llegó la ambulancia, y el médico, con frialdad y sin temblarle la voz, dijo: «coserle tan pronto como podáis y meterlo como sea al avión, que éste no se queda aquí». Aquellas palabras se clavaron como un puñal en el corazón. Babakar se fue en la ambulancia y nunca más volvimos a saber de él. Quedamos allí, desesperados viendo cómo las limpiadoras asustadas y llenas de pavor limpiaban la sangre que manchaba lo largo de todo el pasillo. ¡Sangre inocente que clamaba justicia!

Ante este hecho, uno de muchos otros muy similares, termino con dos preguntas que me hago en voz alta: ¿Si fueras tú Babakar cómo te gustaría haber sido tratado? Como consecuencia y en conciencia ¿qué acciones concretas (aunque sean minúsculas) crees que debes llevar a cabo por los muchos Babakar que siguen clamando y esperando la verdadera «tierra de promisión»? Gracias.

P. G. C.
Capellán del CIE y del Centro Penitenciario Murcia I