Pero quién se habrá creído… - Alfa y Omega

«¿Pero quién se ha creído la Iglesia para decirme dónde tengo que guardar las cenizas de mi madre?». No es raro haber escuchado cosas parecidas tomando un café o viendo la tele a cuenta del documento de Doctrina de la Fe sobre la sepultura de los difuntos. Claro que reacciones semejantes se producen cada vez que se pronuncia sobre la familia, sobre los refugiados o sobre la pobreza en el mundo. ¡Pero quién se habrá creído la Iglesia para decirme a mí…!

Ante tanta sandez televisiva, que ha calado hondo, cabe aclarar que la Iglesia no impone nada en ninguno de estos asuntos. La prueba es que cada cual hace lo que mejor le parece, y que ella se asemeja hoy bastante a la voz que clama en el desierto. La Iglesia expone a campo abierto, con libertad y con razones, lo que mejor corresponde en cada caso a la imagen de la vida y del mundo que su Señor le ha revelado. Podrá hacerlo con mayor o menor fortuna, con mayor o menor inteligencia del momento histórico y de la situación existencial de las personas a las que se dirige. Y habrá quien se le acerque y quien le parta la cara.

Las reacciones de estos días son interesantes porque ayudan a entender hasta qué punto afrontamos un cambio de época, en qué medida se han desgastado las referencias a una cultura cristiana que podían resultar corrientes en España hace 25 años. Y esto afecta también a muchos que siguen considerándose católicos, pero que no dudan en secundar modelos que contradicen abiertamente la tradición cristiana, mientras se indignan porque la madre Iglesia se atreve a salirse del coro.

No es extraño que quien no ha experimentado la Iglesia como abrazo a su propia necesidad, como amistad que sostiene la vida en sus grandes encrucijadas, sienta extrañeza y hasta irritación cuando se manifiesta su incómoda diferencia.

En realidad la cuestión respecto a la Iglesia no es si gusta más o menos, si sus pronunciamientos son más o menos simpáticos. La cuestión es si uno reconoce que en pertenecerle se juega la posibilidad de una vida plena y verdadera. Pertenecer no es tener un carné y participar en ciertos momentos, sino nacer continuamente de su seno. O como diría Pablo, que nuestra mentalidad se renueve continuamente desde sus entrañas maternas. ¿Esparcir las cenizas o enterrarlas? La cuestión es de dónde naces, de la televisión (por poner un ejemplo) o de la compañía cristiana que te permite respirar cada día.