Todo un hombre - Alfa y Omega

Todo un hombre

Colaborador

Difícil lo tenía el Papa cuando, aquel 22 de octubre de 1978, día de la inauguración de su pontificado, dijo a los jóvenes congregados en la Plaza de San Pedro: «Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y del Mundo. Vosotros sois mi esperanza». Y digo que difícil lo tenía porque esas palabras las pronunciaba un hombre muy distante de los jóvenes, no ya por su edad, sino también por unas ideas que, no raras veces, chocaban con lo que se respiraba en el ambiente: su defensa de la castidad, de la indisolubilidad del matrimonio, de la vida desde el momento de la concepción hasta su extinción natural…

Difícil lo tenía, insisto. Pero el milagro se hizo. Siendo prueba de ello que, veintiséis años después, en ese acontecimiento, posiblemente sin precedentes, que ha sacudido al mundo con la muerte de Juan Pablo II —hombres y mujeres de todos los países, de todas las razas y religiones, de todas las edades y culturas, conmovidos por lo que ocurría en el Vaticano—, entre los colectivos especialmente afectados estaban los jóvenes, confirmándose así la excelente sintonía que llegó a darse entre ellos y el Papa.

El Papa de los jóvenes

¿Y dónde se hallará la razón de esa sintonía? No es difícil descubrirlo: aunque estuviera lejos de ellos por los años y, no pocas veces, como antes decía, por las ideas, los jóvenes valoraban extraordinariamente a Karol Wojtyla porque sabían que era consecuente con sus creencias y las defendía, con valentía y sin desánimo, en cualquier parte del mundo en que se hallase.

Por otra parte, era un hombre con una apasionante personalidad: obrero de la empresa Solvay, actor de teatro, deportista, amigo de la naturaleza, con una presencia física varonil, atrayente, y un modo de ser abierto que ganaba el corazón de cuantos le trataban, encarnaba, ya desde antes de ser sacerdote, una serie de valores que entusiasman a los jóvenes.

Ahí está la razón de su popularidad entre ellos, popularidad que se acrecentó, ya como Papa, al ver su amor a todos los hombres, su predilección por los jóvenes, su ternura con los niños, la firmeza de su fe en medio de un mundo sin convicciones, su defensa incansable de la cultura de la vida —recordemos la encíclica Evangelium vitae— frente a la cultura de la muerte, de la justicia social —recordemos sus encíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis—, su lucha por la paz, su extraordinaria capacidad de sacrificio y el dominio de su propia naturaleza herida, sobre todo en los últimos años, por el dolor y el sufrimiento…

Sí: es ahí, en todos esos valores, donde se halla la explicación de la sintonía de los jóvenes con Juan Pablo II, su cariño y admiración por él, y el hecho de que, en cualquier parte del mundo a la que él fuera, buscase a los jóvenes y, en todas partes, fuera buscado por ellos. Claro que, si bien lo miramos, no era a él a quien buscaban. A quien buscaban, en ocasiones sin ser plenamente conscientes de ello, era a Cristo, que sabe lo que hay en cada hombre y que sabe dar las verdaderas respuestas a sus preguntas. «Y si son respuestas exigentes —puntualiza el mismo Papa en Cruzando el umbral de la esperanza—, los jóvenes no las rehuyen en absoluto; se diría más bien que las esperan».

Sí: los jóvenes buscaban —y encontraron— a un hombre, a todo un hombre. O, para ser más exactos, encontraron a un hombre de Dios.

Luis Riesgo Ménguez
Psicólogo