Solos - Alfa y Omega

«Yo lo que pienso es que el alma resucita y que del cuerpo no quedará nada…». «Pues el próximo día que venga a traerte la comunión, prepárate el tema, porque no es así». «¿No vas a llamarme hereje?». No es que quisiera discutir, es que no quería quedarse sola. Una anciana dispuesta a estudiar escatología para discutir es para nota.

«Mira, he comprado estas galletas, llevan chocolate… Y no me digas que no son horas o que te engordan…». «¿Más?», le respondo. Hablamos de lo que han cambiado las cosas, de qué difícil le resulta hacer la compra, aunque vaya acompañada por su cuidadora –sí, tiene cuidadora, como los niños, pero con 91 años–. Ya no se quita años, porque «qué más da». Miro el reloj. «Hora de marchar, ¿verdad?». Se me parte el corazón: tengo que visitar a otra persona antes de volver a mi rutina de trabajo.

Reza el padrenuestro a su manera. «Que no, que no es Padre mío». «No lo será, pero quiero que me mire solo a mí ahora, que le necesito mucho». En ese momento se siente especial, singular. No es fácil ayudarles a comprender que siempre somos singulares para Dios y que Él nos ama con un amor que no somos capaces de encajar. «Es que cuando me traes la comunión, yo le veo y estamos los tres tan así, que…». Doblo la hoja de los barquitos, porque ya no hacen agua en ninguna cuadrícula.

«Estos jóvenes de hoy son unos insolidarios». «¿Por qué lo dices?». Silencio largo. «No quieren ni tener hijos ni cuidar viejos. Y eso que, a mí, para lo que me queda en el convento, ya me da igual lo de las pensiones…». Qué cabeza, qué manera de leer periódicos y de escuchar la radio, porque con el mando de la tele no se aclara. Y de mirarte con cara de «ya has venido, ¡qué bien! Vale, me traes la comunión, pero no te vayas enseguida, por favor».

Yo que pensaba que estaba visitando a los enfermos, me encuentro socorrido de la prisión de la indiferencia, aconsejado, y tengo la suerte de que hay quien sufre con paciencia mis defectos, mi impaciencia, mi soberbia… No quiero dar más pistas, por si alguno de ellos me lee. Tres a uno: ganan ellos en obras de misericordia. ¿Qué me dices, madre Prado?