Gritar de alegría - Alfa y Omega

A Shaila le enseñaron a callar y a aguantar y, como ella dice, lo aprendió tan bien que su cuerpo se fue encorvando hasta el punto de sentirse sin derecho a ser, sin derecho a tener necesidades propias ni a aspirar a satisfacerlas, y muchos menos a reclamarlas. Entre tanto se casó y tuvo dos hijas. Hizo y hace de madre y padre a la vez, pues por el camino su marido desapareció sin dejar rastro. Shaila es una de las miles de historias a la que los informes de pobreza en España denominan familias monoparentales femeninas o mujeres sin cargas compartidas, y que constituyen una de las realidades más golpeadas por la crisis.

Es rumana de nacimiento y trabaja como empleada de hogar. Tras diez años con la misma familia la despidieron sin previo aviso y sin explicaciones. Solo que «también ellos estaban en crisis», aunque recientemente hubieran cambiado de coche y se hubieran mudado a una zona residencial de mayor estatus. La despidieron con una figura jurídica que no existe en el Estatuto de los Trabajadores, pero que pervive aún en el sistema especial de las empleadas de hogar: el desistimiento. Pero, paradójicamente, para Shaila su despido no fue el final sino el inicio de un nuevo despertar.

Su despido fue como la gota que colmó su aguante y destapó su rabia, canalizándola en la lucha organizada con otras mujeres. Empezó a participar en las asambleas del colectivo Territorio Doméstico y en los talleres legales y, animada por otras compañeras y la abogada, decidió denunciar a su empleadora. No era solo por una cuestión de dinero –que por otra parte le correspondía–, sino porque, como afirma Shaila, era cuestión de dignidad.

En Territorio, dice Shaila, aprendí a gritar: «Se acabó la esclavitud en el empleo doméstico», «querían brazos pero llegamos personas», «cuando digo no es no», «porque sin nosotras no se mueve el mundo».

Por eso, hoy Shaila y sus compañeras gritan de alegría, sin vergüenza, en la puerta del Servicio de Mediación y Arbitraje de la calle Princesa, ante la mirada perpleja de los viandantes. Porque han ganado el juicio a su empleadora.