Asesinaron a dos de sus hijos pero no cayó en la trampa de oponer su militancia a la familia - Alfa y Omega

Hijas de Job. Así se titula uno de los libros de la filósofa rusa Tatiana Goricheva en el que da voz a mujeres de su tierra, la mayoría conversas, que han transformado su sufrimiento en esperanza y liberación. Como dignas descendientes de Job, atraviesan la espesura del nihilismo contemporáneo sin encandilarse por el escepticismo hedonista ni por el escapismo espiritualista, mostrándonos la verdadera vocación femenina y su aportación singular a la historia. Goricheva también nos traslada el gusto amargo que le provocó su encuentro con la mojigatería narcisista del feminismo occidental.

Estos testimonios entusiasmantes me vinieron a la mente mientras despedía y honraba los restos mortales de mi amiga Julia, militante cristiana excepcional. Siendo joven participó en la fundación de uno de los barrios de nuestra parroquia, que se hizo invadiendo terrenos baldíos y soportando el acoso de los especuladores. Desde entonces fue el corazón de la comunidad. La mayoría de sus jornadas comenzaban muy temprano, cuando después de la oración y el cafecito se sentaba a la puerta de casa a planificar con algún vecino: ir a la alcaldía a reclamar que boten la basura; a la gobernación por lo del agua; a la Policía para que liberen a tal muchacho detenido; a inscribir a un niño en el colegio; a ayudar a redactar una carta; a rezar el rosario por un difunto…, siempre con un contagioso buen humor, fruto de su esperanza cristiana.

Asesinaron a dos de sus siete hijos. Pero jamás cayó en la trampa de oponer su militancia a la maternidad o a la familia. Al contrario, como recordó en el entierro uno de sus hijos que la siguen en el camino de la militancia cristiana, la familia y la Iglesia –después de Cristo y María– fueron la razón principal para sus jornadas extenuantes. De hecho, su prematura muerte se debe a que se olvidó de sí misma, de su salud y descanso. Impresionaba verla, desahuciada ya por la medicina, sonriendo en una camilla en el pasillo del hospital, preocupada únicamente por sus vecinos.

La multitud que acudió a su velatorio y entierro desbordó la calle. Casi todos eran los más pobres de la comunidad: niños, ancianas desconsoladas, malandros (pequeños delincuentes), catequistas, militantes… Mientras rezábamos el rosario por su alma, una mujer se incorporó y pidió que levantásemos la mano aquellos a los que Julia había hecho algún favor. Todos.

Julia, como tantas mujeres empobrecidas y creyentes, nos enseña que sí, que la mujer tiene una vocación específica, que ella es el seno fecundo de la solidaridad y la fe. Julia es otra hija de Job que, en silencio, convirtió su dolor en esperanza compartida.