«La verdadera riqueza está en el corazón» - Alfa y Omega

«La verdadera riqueza está en el corazón»

Tocó las heridas abiertas de Iberoamérica. Fue a las periferias de Río, donde los jóvenes conviven con la delincuencia y la miseria. Visitó el santuario del sufrimiento humano, donde abrazó a los muchachos hundidos por la adicción a las drogas. Se sentó al lado de los menores presos, y escuchó sus anhelos y esperanzas. Éste ha sido uno de los grandes ejes de la visita del Papa Francisco a Brasil: hacer visible al mundo que la Iglesia, y el Papa, no dejarán nunca solos a quienes otros tratan como descartables. «No dejen que les roben la esperanza», afirmó en su visita al hospital San Francisco de Asís de la Providencia

Cristina Sánchez Aguilar
El Papa abraza a uno de los internos del hospital San Francisco de Asís de la Providencia

Ya lo dijo en el avión a los periodistas: «Voy a reunirme con los jóvenes, pero en su propio tejido social». Por eso, una de sus primeras paradas fue el hospital San Francisco de Asís —«santuario particular del sufrimiento humano», como él mismo lo definió—, que se ocupa de la recuperación de los jóvenes a adicciones químicas, una de las grandes lacras de Brasil. Según Manuel de Oliveira, coordinador del proyecto, «un tercio de nuestra juventud sufre el flagelo de la droga. Son generaciones enteras perdidas, sin futuro». Lacra que ya conoció como Bergoglio en Buenos Aires, donde también hay millones de víctimas del paco —abreviatura de pasta de cocaína—, una mezcla barata que destroza al consumidor en pocos meses, y que los narcos distribuyen en los barrios más pobres.

Durante el acto, un joven que sufrió durante 7 años la drogodependencia, relató «el sufrimiento y las humillaciones que pasé». Pero, desde que está en el hospital, «me han ofrecido amor, solidaridad y respeto por mi dignidad humana». Otro joven, que llevaba un año «sobrio», según él mismo contó, leyó su testimonio con gran entereza, pero, al final, rompió a llorar mientras el Santo Padre se acercaba a abrazarlo. «Mi esposa me abandonó, me quedé sin amigos, y empecé a consumir drogas a diario, dejando mis responsabilidades como padre, esposo e hijo», recordó. «Perdí todos mis bienes, y me perdí el respeto. Hasta me quise suicidar, pero, desde que estoy internado, estoy sobrio. Conocí el Evangelio, me encontré con la Palabra de Dios y volví a ser amado, y así, a amar a las personas». A ellos, «y también a los que no han tenido el valor de dar este paso», les dijo el Papa: «Tú eres el protagonista de tu vida. Tendrás quien te ayude, pero nadie puede subir por ti». Aunque, recalcó: «Nunca estarán solos: la Iglesia, y muchas personas, están con ustedes. No dejen que les roben la esperanza».

Francisco, aunque centrado en «tocar las llagas de Cristo» en los enfermos —como ha repetido en ocasiones durante su pontificado—, no dejó de lado el problema de fondo: «No es permitiendo el uso de drogas, como se plantea en algunos países de América Latina, como vamos a reducir la difusión y dependencia química», dijo, aludiendo a la realidad de que Iberoamérica se ha convertido en el proveedor de drogas de EE. UU. y Europa, siendo países como Colombia, Bolivia o Perú los cabezas de cartel. Según la Organización de los Estados Americanos (OEA), las drogas mueven más de 150.000 millones de euros al año en todo el planeta; por eso, es necesario promover «una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen una vida común, y acompañar a quien está en dificultades para darle esperanza en el futuro», recalcó Francisco.

Los fieles de la comunidad esperan a Francisco

El hermano Francisco Belotti, director del hospital, subrayó que, ante el problema de la droga, sólo hay 4 opciones: las cárceles, los hospitales psiquiátricos, los cementerios, o las comunidades de recuperación. Esta última opción es la que da el hospital San Francisco de Asís a los jóvenes: «Somos una escuela de santificación, donde aprendemos con los enfermos una lección de vida, y en la que se aplica la medicina suprema: el amor», afirmó Belotti. De hecho, el nuevo centro —a cuya inauguración asistió el Papa, uno de los grandes legados de la JMJ— dispondrá de 80 camas y está especializado en el tratamiento psicológico de los jóvenes. «Nuestra diferencia es el método. Creemos que la naturaleza humana se degrada con las drogas, y queremos rescatar en el corazón de las personas los valores perdidos. Tratamos tanto el cuerpo pomo la dimensión trascendente del paciente, rescatándole su capacidad de amar», explicó Ítalo Marsili, médico y director del centro.

Con jóvenes presos

No todos los jóvenes que sufren adicción a las drogas terminan desintoxicándose en un hospital como éste. La cárcel, ya lo dijo Belotti, es una de las opciones en la que caen muchos chavales que se ven envueltos en problemas desde niños. El Papa no quiso pasar por alto esta otra realidad de la juventud brasileña, y el viernes tuvo una cita con ocho jóvenes, seis chicos y dos chicas de cuatro centros penitenciarios diferentes, por tres razones: su conocida cercanía a los presos -según Lombardi, portavoz vaticano, el Papa llama cada dos semanas a grupos de reclusos en Argentina-; por aquello de hacer vida el capítulo 25 de Mateo: Estuve en la cárcel y me visitasteis; y porque ellos también son jóvenes, y ésta es su JMJ.

Encuentro con los jóvenes presos

Los muchachos, emocionados con la visita, «se levantaban y se sentaban a su lado para hablarle y llevarle objetos religiosos para que fueran bendecidos», contó Lombardi de la visita —que fue a puerta cerrada y con poca trascendencia en los medios—. «Una de las chicas cantó una canción que había compuesto para el Papa y le leyó una carta en nombre de todos. Otra joven le entregó una poesía y una escultura de san Francisco, hecha por ella misma», añadió el portavoz vaticano. Pero el regalo más significativo fue un rosario artesanal con una conocida inscripción para el pueblo carioca. En la cruz, estaba escrito: Candelaria nunca más, y, en los misterios, estaban grabados los nombres de ocho menores asesinados por la policía delante de la iglesia de la Candelaria en 1993, un suceso que estremeció al país. El Papa no hizo ningún discurso, pero habló con cada uno de los chicos, y pidió, en voz alta, «no más violencia, sólo amor».

En la franja de Gaza brasileña

Salió aventurero el Papa y se metió de lleno en la barriada de Varginha, perteneciente a la favela Manguinhos, conocida como la franja de Gaza de Río, por los enfrentamientos armados constantes entre policías y traficantes. Paseó, tranquilo y sonriente, por las callejuelas. Se puso al cuello una guirnalda de flores, símbolo de la dedicación de los vecinos a engalanar sus calles para tamaña visita. Bendijo la iglesia de San Jerónimo Emiliani, saludó a todos los vecinos. Dejó en manos del arzobispo de Río un cheque por valor de 20.000 euros para Varginha y para el hospital de san Francisco, «un auxilio», como definió el gesto monseñor Tempesta. Visitó alguna casa, aunque le habría gustado «llamar a cada puerta, decir ¡Buenos días!, tomar un cafecito, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno», como él mismo les dijo. Y lo hubiera hecho, como hizo durante años en las villas miseria de Buenos Aires. Pero «Brasil es grande, y no se puede llamar a todas las puertas».

No la llamó favela. Habló de la comunidad de Varginha, donde cientos de familias llegadas desde el nordeste de Brasil levantaron allí sus casas desde 1940. Como ellos, el 6 % de los brasileños -11 millones de personas- viven en este tipo de asentamientos, marcados por el abandono de las autoridades, la exclusión y el azote de las bandas de narcotraficantes.

El Papa, con niños de la comunidad de Varginha.

Pero no todo es delincuencia y miseria; ya se encargó el Papa de desmontar estereotipos. Quienes allí viven, que hasta ahora copaban las secciones de sucesos de los periódicos -y estos días ocupan portadas-, también son trabajadores humildes, padres de familia, jóvenes en busca de futuro, que no tenían lugar en la ciudad y buscaron un terreno cercano donde crear sus hogares. «Vosotros sabéis acoger», les dijo. Y además, «lo hacéis con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón». Doña Amara, una de las dueñas de las casas candidatas para recibir la visita del Papa, decía: «Por si viene, ya preparé café».

La gente, ajena a la peor ola de frío que azota el sur de Brasil en 50 años, le acompañaba, impertérrita. Algunos le hablaron de viva voz, como Rangler y Joana, dos universitarios que viven en Varginha, que le agradecieron «la visita» y «el amor», y aprovecharon para contarle que las autoridades «ni siquiera estudian el problema» cuando centenares de familias se quedan sin hogar a causa de los torrentes tropicales. También recalcaron que Varginha se ha arreglado para la visita del Papa, pero quedan decenas de barriadas a las que no llega el agua, ni la luz, ni el alcantarillado… -y eso que, cara a los Juegos Olímpicos, la policía las está pacificando, es decir, limpiando de narcos, aunque, para el Papa, «ningún esfuerzo de pacificación será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, margina y abandona en la periferia una parte de sí misma»-. «Somos pobres, pequeños, olvidados, pero siempre fieles a Dios», concluyeron. Ya se encargó el Papa de pedir «a los que tienen más recursos, a los poderes públicos y a los hombres de buena voluntad» que no se olviden de ellos, que «nadie es descartable». A los habitantes de Varginha, les recordó que no están solos, que la «Iglesia está con ustedes», y el Papa, también.