La Palabra más allá de las palabras... - Alfa y Omega

La Palabra más allá de las palabras...

Viernes, cinco de la tarde. Playa de Copacabana. Al inicio del vía crucis, las cámaras captan la llegada del Papa Francisco y, nada más subir al escenario del encuentro, su cariñoso abrazo al cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid. En ese saludo iba también el abrazo a los familiares de las 79 víctimas mortales del accidente ferroviario de Santiago de Compostela, y la oración por todos ellos, los heridos y sus familias. El accidente acaecido en la víspera de la fiesta del Patrono de España ha marcado de alguna manera el desarrollo de la JMJ, sobre todo para los peregrinos españoles

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un bombero atiende a una niña herida

En Río de Janeiro, el cardenal Rouco, que durante 18 años ejerció el ministerio episcopal en Santiago de Compostela, desveló que, nada más conocerse la noticia del accidente de tren, el Papa se puso en contacto con él para transmitirle su pesar y «unirse al dolor de las familias» de las víctimas. Asimismo, reveló que el Papa «está pidiendo mucho al Señor por ellos», y que los encomendaría especialmente en la Misa del día siguiente, en la residencia donde se ha alojado el Pontífice durante los días de la JMJ.

Ya a las pocas horas del suceso, el Twitter del Papa afirmaba: Rezo por las víctimas del accidente de Santiago de Compostela y me siento muy cercano a cuantos están sufriendo en estos tristes momentos. Y en un telegrama enviado a monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, el Papa Francisco se manifestó «profundamente apenado» por la tragedia, y declaró haber «elevado una ferviente plegaria al Señor por todos los fallecidos y damnificados por ese trágico suceso». Asimismo, pidió al arzobispo de Santiago, «con sentimiento de intenso dolor, que tenga la bondad de hacer llegar a cuantos han sufrido esta desgracia y a sus familiares mi cercanía espiritual, mi fraternal afecto y mi emocionada solidaridad, asegurándoles al mismo tiempo que ofrezco sufragios por los difuntos y oraciones por todos los que se encuentran maltrechos en estos momentos de aflicción, pidiendo a Dios su pronta y total recuperación». Finalmente, envió su aliento para «todos los hijos de esas nobles tierras» españolas, e impartió una «especial bendición apostólica, portadora de la esperanza que viene de la fe y del consuelo que ofrece el amor».

El último recuerdo a las víctimas de la tragedia de Santiago, durante los días de la JMJ, tuvo lugar durante la Misa de envío, el domingo, durante las preces, cuando una joven argentina pidió «por todas las víctimas del accidente de tren en Santiago de Compostela, para que el Señor conceda eterno descanso a los que han perdido la vida, favorezca la recuperación de los heridos y conforte a las familias que lloran por sus seres queridos». La cercanía del Papa a todos aquellos que han padecido una desgracia reciente no se agotó ahí, ya que durante estos días recordó también a Sofía Miriniere, la joven fallecida en la Guayana francesa en el accidente de un autocar de peregrinos de la JMJ; y también recordó a los 242 jóvenes que perecieron en el incendio en una discoteca de la ciudad brasileña de Santa María, en enero de este año.

Cristo, más grande que la desgracia

El cardenal Rouco, que desde el primer momento se mostró «muy estremecido» ante el número de víctimas del tren, recordó que la tragedia tuvo lugar en la víspera de la festividad del Apóstol Santiago, por lo que «el Apóstol nos va a animar a afrontar estos momentos tan difíciles con espíritu de paz. La esperanza cristiana para los fallecidos es la gloria; y para los que quedamos aquí es una invitación a caminar por los caminos de vida que el Apóstol nos trajo a España», afirmó.

Horas más tarde, en la catequesis que tenía encomendada durante el desarrollo de la Jornada -en el salón preparado para la ocasión se colocó especialmente una estatua de Santiago Apóstol-, el cardenal Rouco confesó que «es un día de mucha alegría para todos, pero para los españoles es un día muy triste»; sin embargo, «no hay ninguna desgracia de este mundo que pueda superar la certeza de la alegría de Jesucristo resucitado». Por eso, «hay que llevar el tesoro de fe a los demás; les haremos un gran bien», dijo, recogiendo también el acento misionero que ha marcado toda la JMJ. Se da la circunstancia de que entre las víctimas del accidente se encuentra un sacerdote que desempeñaba su labor en la archidiócesis de Madrid, don José María Romeral, de la parroquia de Santa Teresa de Jesús, de Colmenar Viejo. Por él ofreció un funeral el obispo auxiliar monseñor Martínez Camino, a los dos días de accidente, en espera del funeral por todos los fallecidos que presidirá el cardenal Rouco, en la catedral de la Almudena, hoy mismo, jueves, 1 de agosto, a las 20 horas.

El abrazo del Papa Francisco al cardenal Rouco.

Desde toda España fueron llegando a Santiago muestras de afecto, y también desde todas las diócesis españolas. Monseñor Martínez Camino, Secretario General de la Conferencia Episcopal, escribió, en nombre de todos los obispos, a monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago, señalando que «toda la comunidad católica en España se siente conmovida por esta tragedia», y pidiendo «oraciones por el eterno descanso de los fallecidos y por el restablecimiento de los heridos».

El arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Julián Barrio, que en los primeros momentos habló de que las víctimas «se encuentran ya en el Pórtico de la Gloria», afirmó en el funeral del pasado lunes, en la catedral compostelana, que, «en la meta de nuestra peregrinación terrena, nos espera Cristo resucitado, vida definitiva para los que han muerto». Por eso, el arzobispo pidió «no malgastar nuestro dolor»; y remarcó: «Dios no nos abandona nunca, no está ausente: está con el que sufre y siente el agobio de la soledad y del abandono».

Todos ellos forman parte de las periferias existenciales a las que nos ha enviado el Papa. Junto a ellos, ha estado desde el primero momento -y lo seguirá estando- la Iglesia.

Hablan algunos sacerdotes que atendieron a las víctimas: «La Iglesia no podía faltar aquí»

Duelo, consternación, dolor, apoyo, solidaridad, condolencias, pésame, mejores deseos…: son palabras que han resonado mucho estos días, junto a los análisis de expertos y psicólogos que han analizado hasta el detalle los pormenores del proceso de duelo. Junto a ellas, también han resonado unas palabra distintas: esperanza, vida eterna, cielo, amor, misericordia… Quienes las han pronunciado han sido sacerdotes de la diócesis compostelana, que quisieron estar junto a los heridos y familiares de las víctimas. Todos ellos fueron más allá de las palabras al uso, pues tenían la mirada puesta en Aquel que ha triunfado al otro lado de la muerte.

Don Ricardo Vázquez, Delegado diocesano del Clero para la Vicaría episcopal de Santiago, afirma a Alfa y Omega que muchos sacerdotes se dirigieron enseguida tanto a los hospitales como al pabellón Cersia, donde los familiares aguardaban alguna noticia sobre los suyos:

«Acudimos espontáneamente. Yo mismo fui al Clínico, donde muchos sacerdotes nos pusimos al servicio de los capellanes del hospital. Algunos entraron directamente en urgencias; otros estuvieron horas consolando a heridos o a familiares; alguno incluso escuchó en Confesión a un familiar. Los capellanes comentaron después que algunas familias pidieron el sacramento de la Unción de Enfermos. Fueron horas dramáticas, pero algunos familiares nos agradecieron nuestra presencia».

Además de ellos, en el pabellón Cersia se presentó monseñor Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, junto a otros obispos que se encontraban en la ciudad por la fiesta del Apóstol, como los monseñores Jesús Sanz o Leonardo Lemos. Fue una presencia espontánea —continúa don Ricardo—; nos llamamos por teléfono y fuimos a acompañar a los que sufren, y com-padecer con ellos. Uno, a veces, no sabe hasta qué punto va a ser aceptado, pero fueron momentos de estar ahí, de oración, de pedir por esa gente, de hablar y de confortar».

Otro de esos sacerdotes que acudieron a atender a las víctimas fue don Óscar Valado, quien se encontró en el pabellón Cersia con «una aglomeración de familiares destrozados, en shock. La Iglesia no puede faltar en un lugar así; Cristo está entre los que sufren y con los más necesitados. Ahí nos quería el Señor. Estábamos ahí para acompañar y escuchar».

También don Carlos Álvarez, Rector del Seminario Mayor de Santiago, que estuvo junto a las familias esa misma madrugada, ha confesado a La voz de Galicia que «me fui hacia allí sin pensarlo mucho. Creía que habría católicos que igual me necesitaban. Y era verdad. Muchos se acercaban, pues lo único que les quedaba en ese momento era Dios».

Lo mismo afirma el padre David: «Dios siempre está con los que sufren, y más cuando son desgracias de este tipo».

Y la labor no ha terminado; como subraya don Ricardo Vázquez, «es muy importante lo que viene a partir de ahora, en las parroquias a las que pertenecen esas familias, así como el acompañamiento de los capellanes de los hospitales con los heridos». Todos ellos han sido y seguirán siendo testigos de la Palabra que se encuentra más allá de las palabras.