Misericordia, una puerta que no se cierra - Alfa y Omega

Misericordia, una puerta que no se cierra

Nunca cerrar la puerta del perdón, de la reconciliación. El Papa quiere que la Iglesia mire más allá del gesto simbólico con el cual clausuró el Jubileo de la Misericordia: el cierre, físico, de la Puerta Santa de la basílica de San Pedro. Por eso, al concluir el Año Jubilar, ha hecho pública una carta apostólica con recomendaciones prácticas e indicaciones precisas para dar continuidad a los grandes mensajes que deja este Año Santo

Andrés Beltramo Álvarez
Firma de la carta Misericordia et misera al término de la Misa de clausura del Año de la Misericordia. Foto: EFE/EPA/Maurizio Brambatti

Los grupos se multiplicaron en los últimos días. Fieles de todo el mundo acudieron en masa hacia la plaza de San Pedro. Peregrinaciones de último minuto de aquellos que no quisieron perder la oportunidad de atravesar la Puerta Santa.

Han sido en total 21.292.926 los peregrinos que alcanzaron a atravesar ese portón ubicado en el extremo derecho de San Pedro, que normalmente se encuentra amurado y se abre en cada Año Santo. Feligreses de los cinco continentes: desde Italia, Estados Unidos y España –entre los más numerosos–, hasta Rusia, China, Japón, Corea del Sur, Venezuela, Chad, Ruanda, Angola, Islas Cook y Nepal.

Pero el protagonismo no fue solo para Roma. Los medios han hablado de un Año Santo «descentralizado». La iniciativa dio resultado a juzgar por los datos ofrecidos por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización: entre el 8 de diciembre de 2015 y noviembre de 2016, más de 900 millones de fieles pasaron por algunas de las más de 3.000 puertas santas abiertas en todo el planeta.

Ahora «se cierra la Puerta Santa», pero «permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo», exclamó Francisco en la homilía de la ceremonia conclusiva del Jubileo este domingo 20 ante unas 70.000 personas. «Cuántas veces, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra», constató Francisco.

Pero el camino del Evangelio no es ese. El «rostro joven y hermoso de la Iglesia» resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. Porque la misericordia «nos exhorta a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al Reino de Dios; a que nos dirijamos solo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época».

¿Cómo? El propio Pontífice puso el ejemplo. Instauró los viernes de la misericordia. Una vez por mes, realizó visitas sorpresa a personas marginadas o con dificultad. Lo hizo con exdrogadictos, recién nacidos con problemas de salud, enfermos terminales, ancianos, mujeres salvadas de la prostitución, niños abandonados, refugiados, migrantes e incluso con un grupo de sacerdotes que dejaron el ministerio para formar una familia.

Estas visitas plasmaron las imágenes más conmovedores del Año Santo. Impactaron con fuerza en el imaginario colectivo y se convirtieron en un ejemplo que emular. Iniciativas que se entrelazaron con los grandes actos: jubileos de los sacerdotes, de los religiosos, de quienes trabajan en los santuarios y de los sin techo.

«La misericordia ha sido, no digo descubierta, porque ya lo estaba, sino más bien proclamada fuertemente: es como una necesidad. Una necesidad para este mundo que tiene la enfermedad del descarte, la enfermedad de cerrar el corazón, del egoísmo, hace bien. Porque ha abierto el corazón y mucha gente se ha encontrado con Jesús», explicó el Papa como balance final, en una entrevista con el canal italiano TV2000.

Resulta significativo que el último gesto del Jubileo abriera un horizonte nuevo hacia el futuro. Ante una multitud en la plaza de San Pedro, Francisco firmó su carta apostólica Misericordia et misera, con iniciativas y sugerencias para «hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos».

«Las críticas no me quitan el sueño»

En medio de este fin de Año Santo se alzaron también algunas voces disonantes. En los últimos días se hizo pública una carta firmada por cuatro cardenales que pusieron en duda la legitimidad de algunos pasajes de la exhortación del Papa Amoris laetitia. En especial, aquellos referidos a los divorciados vueltos a casar, incluidos en el capítulo 8.

Aunque los firmantes Walter Brandmüller, Raymond Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner advirtieron que su gesto no pretendía cuestionar la autoridad del Papa, la mayoría de los medios lo presentaron en esos términos. Y subrayaron palabras incisivas de los cardenales, que hablan de «un grave desconcierto en muchos fieles y una gran confusión». No ayudó a aplacar el clamor la declaración de Burke, quien se anunció dispuesto a realizar un acto de corrección pública del Pontífice, herramienta usada en poquísimos momentos de la historia de la Iglesia.

Francisco no ha respondido a esa carta, pero sí habló indirectamente en una entrevista con el diario Avvenire hecha pública el viernes, aclarando que las críticas no le quitan el sueño. Pidió discernir el espíritu que las origina, y precisó: «Cuando no hay un espíritu malvado, ayudan a caminar. Otras veces se ve inmediatamente que las críticas salen de acá o de allá para justificar una postura preasumida, no son honestas, están hechas con espíritu malvado para fomentar división. Se ve inmediatamente cuando ciertos rigorismos nacen de una falta, de querer ocultar dentro de una armadura la propia y triste insatisfacción».