Los maristas en Bangladés, con los marginados de entre los marginados - Alfa y Omega

Los maristas en Bangladés hemos decidido proporcionar educación secundaria a los hijos de los trabajadores de las plantaciones de té, en la zona de Moulovibazar-Srimongol. Los hemos elegido porque son un grupo marginado en un país en el que los marginados abundan. Salarios miserables, condiciones higiénicas y alimentarias precarias, sin posibilidad de poseer tierra ni casa (pertenecen a la empresa), dificilísimo acceso a médicos u hospitales, paupérrimas escuelas primarias regentadas por maestros con tanta dedicación como escasa preparación, y la casi imposibilidad de continuar unos estudios secundarios que les abran el horizonte.

Pues bien, en esto estamos. En la frontera y en el margen. Márgenes del mundo, puesto que Bangladés es el país más pobre y superpoblado de Asia. Márgenes de la sociedad, pues es difícil encontrar tanta injusticia junta: gente a la que se niega el derecho sagrado a poseer su propio terruño, a la que no está permitido tener representantes sindicales, a quien las leyes sobre salario mínimo no se aplican.

Y nosotros también estamos en el margen. Nuestra comunidad es pobre, no tenemos salario, no generamos recursos; nuestra vida comunitaria depende económicamente del exterior, de la solidaridad de nuestros hermanos de todo el mundo. Y nuestros proyectos dependen de la ayuda de ONG, tan humanitarias y tan burocráticas al mismo tiempo. Conseguir el dinero para construir una escuela secundaria de diez aulas hubiera llevado unas semanas en muchas provincias maristas en países desarrollados (un par de reuniones, un par de visitas, un par de llamadas, y el banco les da un crédito); aquí nos está llevando años reunir el dinero. Además, la puesta en marcha de nuestros proyectos ha coincidido con la crisis económica mundial. Para mí esto es también vivir en el margen.

La decisión de venir a Asia, a lo desconocido, está resultando ser un camino fascinante, lleno de altibajos, de curvas peligrosas, de cambios de rasante, de malentendidos, pero también de compañeros de comunidad maravillosos, de gente fantástica, de niños y jóvenes que me han ofrecido las más espectaculares sonrisas que he visto en mi vida.

Uno se va de misionero pensando que tiene cosas que enseñar; y poco después se da cuenta de que no. Se da cuenta de que las gentes pobres y socialmente marginadas de las plantaciones de té de Srimongol son sacramentos vivos de la presencia de Dios. Dios está, palpable, en sus casas, en sus oraciones, en sus trabajos, en sus pequeños oratorios hechos de planchas de uralita. Se puede tocar, es «tan cierto como el aire que respiro». Los pobres nos evangelizan (si nos dejamos). Cuando creíamos que íbamos a llevar a Dios a esta gente, de pronto nos dimos cuenta de Dios ya estaba aquí, esperándonos y actuando en ellos.