Una mujer y su hija, huyendo en taxi del maltrato de su pareja - Alfa y Omega

No tengo coche, y ante situaciones imprevistas y urgentes cojo taxis. Los taxis son como las personas: guardan secretos o los traicionan; acogen y consuelan, o violentan y rechazan. Dos historias recientes me hacen escribir esto como agradecimiento.

La primera tiene nombre de mujer. Una mujer joven y su niña –y yo como acompañante–, que abandonan todo lo que tienen, huyendo del maltrato de su pareja. Mientras hacemos el trayecto hacia el centro de acogida la mujer telefonea a algunas personas de confianza para decirles que durante un tiempo va a estar desaparecida. Entre ellas, a su madre, residente en Centroamérica, con la que mantiene, entre lágrimas y silencios, una larga conversación.

El taxista mira a la mujer respetuosamente por el retrovisor y se posiciona cómplicemente con ella intentado distraer a la niña, conversando sobre una serie de dibujos animados y ofreciéndole caramelos. Cuando llegamos a nuestro destino, él, afectado, nos dice: «Este viaje no se lo voy a cobrar. Es mi manera de apoyarlas. Es usted muy valiente», le dice a mi amiga. «Tenga usted mucha fuerza. Mi madre también hizo eso un día y es lo mejor que pudo hacer por ella y por nosotros». Desconozco su nombre y la matrícula de su taxi pero ni mi amiga ni yo hemos podido olvidar la ternura de su gesto

La segunda historia tiene nombre musulmán y piel negra. Es la una de la madrugada y dos mujeres paramos un taxi acompañando al hospital a un amigo que está hiperventilando. En el trayecto, nuestro amigo empieza a gemir y a decir palabras en su lengua. No le entendemos, pero sentimos su dolor y su mirada perdida como un grito que nos inquieta. Empezamos a acariciarle, a practicar respiraciones con él y a decirle que le queremos, que no está solo ante la noticia que ha recibido su país y que le ha hecho ponerse así. Por fin llegamos al hospital y el taxista al dejarnos en la puerta de Urgencias le dice con cariño: «Ánimo chaval, que aquí te van a poner bueno. Que todo se arregle, señoras».

Gestos de humanidad, que alivian el espesor de noches y heridas mientras atravesamos semáforos.