Susurrándole al oído... - Alfa y Omega

Kaj, Sandrine, Kamana, Tembo… todas ellas son mujeres creativas, valientes, trabajadoras, honestas, que viven en nuestro poblado de Kanzenze. Todas se hacen cargo, con admirable tenacidad y responsabilidad, de sus familias, especialmente de la formación de sus hijos. Todas ellas hacen frente a situaciones difíciles, muchas veces solas –por viudez, por abandono del cónyuge, por violencia doméstica…–. Cada una, por propia iniciativa, ha presentado un proyecto de desarrollo: agrícola, de cría de animales o de pequeño comercio. Son proyectos que les dan acceso a un fondo con el que empezar alguna actividad, en la que ellas se encargan de la elaboración y de la gestión. Una parte de los beneficios les permite paliar las necesidades familiares, y otra la reinvierten, generando riqueza a través de la movilización de la economía local.

Desde 2011, existe en nuestro poblado un sistema de microcréditos para los profesores de nuestra escuela. Funciona muy bien y ha dado esperanza a muchas familias, asegurándoles un mínimo para vivir. Además, este proyecto fortalece el tejido social y la implicación de todos, según sus capacidades. El secreto es que las mujeres siempre participan en el diseño y gestión y se implican activamente en todo. Ahora queremos dar un paso más, y ayudar a mujeres de nuestro medio rural en especial situación de vulnerabilidad y riesgo. Los proyectos no suponen un coste elevado, pero pueden cambiar la vida de toda una familia.

A una hora y a otra, vienen mujeres que nos presentan sus iniciativas, sus problemáticas, sus sueños, sus retos… Y así es como muchas veces, al final del día, me encuentro con mi oración llena de rostros y de nombres, hablándole a Jesús, dialogando con Él de sus hermanos que lo son también míos. En una meditación preciosa del padre Diego Fares, SJ, para los ejercicios en la vida ordinaria, comentando la Ascensión de Jesús, dice: «Imagínense tener a Alguien tan amigo que le habla al Padre bien de nosotros al oído». Me gusta y me consuela mucho experimentar cómo Jesús nos mira con tanto cariño, ve a sus pequeñitos, le habla bien al Padre de nosotros y desea que se hagan realidad tantos sueños compartidos. La vida se convierte en un ininterrumpido diálogo con Jesús, de corazón a corazón. Poder ir a Él y compartir las alegrías, y descansar en Él el dolor de nuestra gente.

Lo más bello de la vida misionera es el don de la fe por el que, en las personas y en los acontecimientos, descubrimos la presencia de Dios que nos cuida con ternura y la cercanía de tantos hermanos que quieren hacer un mundo más justo y más fraterno.