«Una mujer, que había muerto hacía 400 años, me contagió su pasión por Jesucristo» - Alfa y Omega

«Una mujer, que había muerto hacía 400 años, me contagió su pasión por Jesucristo»

El próximo 2 de febrero, festividad de la Presentación del Señor en el Templo, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que este año lleva por título Amigos fuertes de Dios

Redacción

La jornada «tiene en esta ocasión un brillo especial al situarse en el marco del Año de la Vida Consagrada convocado por el santo padre Francisco y coincidir, además, con el Año Jubilar Teresiano; es un precioso regalo para la Iglesia, a la vez que una gran oportunidad de evangelización», explica monseñor Vicente Jiménez Zamora, presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada.

A los objetivos habituales de la jornada, alabar y dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada y promover su conocimiento y estima por parte del Pueblo de Dios, se suman los específicos del Año de la Vida Consagrada.

Como diría santa Teresa de Jesús y como ha recordado mons. Vicente Jiménez en la presentación de la jornada, son éstos «tiempos recios y son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, la Doctora Mística nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción». De cara a la Jornada Mundial de la Vida Consagrada la CEE ha compartido el testimonio de esos testigos de Dios en el mundo.

Testimonio de la Hermana Paciencia Melgar

Proclamo Señor la grandeza de tu amor infinito para conmigo. Te ensalzo porque siempre te has acordado de mi pequeñez, débil y frágil, y, de manera especial, cuando he sido infectada por el virus del Ébola en Monrovia, me llenaste de la gracia de paz y serenidad para luchar contra este adversario.

Te alabo y te bendigo, Señor, por tu presencia y tu paso por mi vida durante ese tiempo de incertidumbre, soledad, abandono e impotencia; ante el desafío por lo que veía y oía en el entorno donde muchos estaban infectados por este virus, y en el que otros perdían la vida, como los cinco misioneros con los que compartíamos la misión (Chantal y Hnos. de San Juan de Dios). Me diste ánimo y valor para hacer frente, sin miedo, sino con fuerzas, ayudando y apoyando a otros tanto física como moralmente.

Te doy gracias por tu mano poderosa, porque tu amor es más fuerte que la fuerza del mal, porque me has librado de la muerte que me pudo haber causado este virus.

Mi espíritu se alegra en ti, Señor, porque me has hecho revivir y he vuelto a nacer, me has abierto puertas y ventanas para vivir con más esperanza, ilusión y entrega mi compromiso misionero en la Iglesia como Misionera de la Inmaculada Concepción. Gracias, Padre, por haberme llamado a vivir la experiencia de tu amor y hacer partícipes a otros de esta gracia.

Se alegra mi espíritu también por la vida de tantos hombres, mujeres y niños, que han superado este tránsito en sus vidas.

Te doy gracias, porque eres compasivo y misericordioso, porque has puesto en este camino a muchos samaritanos que supieron ayudarnos.

Acuérdate de los pueblos que siguen estando afectados por este y otros virus, y no dejes que tus hijos y sus descendientes sean olvidados; al contrario, colma de tus bienes a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Gracias, Padre, porque sigues contando conmigo para contribuir en tu plan de salvación; gracias, porque me has hecho instrumento para llegar a los corazones sedientos de fe, esperanza y amor.

¡A ti la alabanza! Amén.

Testimonio del carmelita descalzo Miguel Márquez Calle

Ahora lo comprendo: en mi camino encontré mujeres y hombres decisivos, que marcaron el futuro que ahora transito agradecido y confiado. Eran personas con dificultades, fragilidades, pobrezas, manías, debilidades, limitaciones invisibles para mí en aquel entonces. Dios les hizo piezas claves en Su particular conquista de mi corazón y de mi atención, fueron sacramento humano de sanación y aliento, lumbre y lanzadera. Ellos han sido mis amigos fuertes de Dios.

Unas carmelitas contemplativas, desde su silencio y su fraternidad, me abrieron al sentido del misterio; unos ancianos religiosos (carmelitas) en un monasterio me abrieron al gozo y al desafío de la sencillez y la alegría de las cosas simples; un anciano sacerdote, con su escucha, me hizo sentirme importante, y despertó la pregunta por la vocación; una mujer, que había muerto hacía 400 años, Teresa de Jesús, me contagió su pasión por Jesucristo, un deseo ardiente de adentrarme en esa relación con Cristo vivo que ahora quemaba también la dispersión de mi vida, recogiendo mi caudal en sus «lindos ojos».

Ahora lo reconozco: Leocadio, Ceferino, Amador, Antonia, Isabel, Ascensión, Consuelo, Matías, Valentín… y tantos otros sacerdotes, religiosos y religiosas que fueron pequeños y decisivos instrumentos, amigos fuertes de Dios para esforzar mi vida flaca, en medio de la reciedumbre de sus propias luchas y afanes cotidianos. Todos ellos me lanzan al terreno, sin excusas, de la entrega y la alegría. Algo de todos ellos pervive en mí con la fuerza del viento que arranca las hojas secas del lamento, y en memoria de cada uno y de tantos religiosos y religiosas que entregaron silenciosa, gratuitamente su vida, me invitan a ser escucha paciente, abrazo sin recompensa, perdón sin límites, tiempo perdido en la acogida, mirada a los ojos, rescate de la dignidad olvidada, canal de encuentro con un Dios vivo, alegre. Todo eso y tanto de lo que yo he sido agraciado en cada una de aquellas y aquellos amigos fuertes de Dios en tiempos siempre recios de cruz y, por eso, de resurrección.

Ahora me despierto: Se nos va la vida, hijo, dice mi madre, que es otra gran amiga fuerte de Dios. Al decirlo me encara con otro dogma teresiano: no esperar a mañana, y no despreciar mi pobreza. Hoy nos jugamos la vida en el amar y dejarnos amar. Madre Teresa, ¿quién supiera amar así a Dios, a Jesús y a cada ser humano? ¡Enséñanos tú, por favor, desengáñanos! Hoy tengo cita con Dios en el silencio, en cada otro, entre los pucheros y en lo inesperado. Ahí me va la vida. Aquí tienes mi vida.

CEE / Redacción