Sembrando el amor de Jesucristo - Alfa y Omega

Sembrando el amor de Jesucristo

El único equipaje que necesita para viajar es, dice, una Avemaría. Celebra la Misa solo -«bueno, con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, la Virgen…»- en una cabaña en medio del Himalaya, cava su tumba en cada aldea a la que llega, y opina que la malaria cerebral a la que ha sobrevivido le ha dejado «un poco más chiflado de lo que estaba». José Alfaro, escolapio nacido en Logroño, se ha propuesto sembrar de escuelas las montañas de Nepal antes de «estirar la patita». A sus 77 años, va camino de conseguirlo…

Rosa Cuervas-Mons

Que un escolapio decida seguir la inspiración de su fundador y «dedicarse a la educación de los niños, especialmente los más pobres», entra dentro de lo normal. Así que, cuando el padre José Alfaro pidió permiso para internarse en las montañas nepalíes, en busca de los niños más pobres, para construirles escuelas, su superior no tuvo más remedio que decirle que sí. «Pero no me pidas nada y no embarques a nadie en tu aventura. Vete, que Dios te bendiga y adiós. Nos vemos en el cielo». Y así, puso rumbo al Himalaya.

Su nueva misión había empezado siete años antes, al llegar a Kerala (India). «Estaba tan contento que estaba mal. Kerala está junto al mar, hay muchos religiosos, casas estupendas… Sentí en mi corazón que Dios me decía: Así no». Quiso evangelizar «desde abajo y con la vida. No teniendo lo que ellos no tienen, comiendo lo que ellos comen», y con ese espíritu lleva doce años perdido en las montañas, conviviendo con grupos tribales que no han visto nunca a un cristiano, durmiendo con ratas y comiendo «arroz con hierbitas» por todo alimento.

En total, ha puesto en pie 16 escuelas -«y a ver si llegamos a la cincuenta»- que recuerdan al mundo que, además de ochomiles que escalar, en Nepal hay 30 millones de habitantes y sólo 7.000 católicos. O sea, una tierra de misión. Él la va haciendo a golpe de viajes y encuentros casuales, como aquel día que regresaba a Nepal con un crucifijo enorme en la maleta y le paró una policía. «Lleva una cruz», le dijo, muy seria. -«Sí». -«¿Es usted father [padre]?», pregunta entonces. -«Sí, sacerdote católico», dice el padre Alfaro. «Bendígame -exclama la policía-. No soy católica, pero creo en Jesús».

Se ríe don José recordando la bendición que le dio a la buena mujer, «casi como una bendición papal», y luego se pone serio: «Si nosotros, los curas, tuviéramos más claro el mensaje de Cristo, de ir a las periferias, podríamos hacer mucho más. Hay tanta gente sedienta de la Verdad».

El padre Alfaro enseña esa verdad con su propia vida, celebrando Misa ante la atenta mirada de los habitantes de tal o cual aldea, respondiendo a sus preguntas sobre el crucifijo y la corona de espinas, enseñando cánticos y hablando de Cristo. «Pero no intento pescar, si ellos prefieren seguir siendo budistas, que lo sean».

Lleva ya 13 años explorando aldeas donde construir escuelas y hablando con los locales para ponerlas en marcha. Cuando una está funcionando, viaja a otra aldea para comenzar de nuevo. Y en todas, lo primero que hace nada más llegar es preparar su tumba. Elige el sitio, pone una cruz, su nombre y el RIP (Descanse en paz).

Es su forma de decir a los nepalíes que está dispuesto a dar la vida por ellos; que allí, a esa aldea perdida del Himalaya, ha llegado para quedarse si es necesario. «Cuando uno está enamorado del Señor, cuando el Señor está en tus manos y en tu cabeza, dar la vida es lo más fácil. Lo mismo da que estés enfermo, el sufrimiento, el hambre o que estires la pata».

Y así, levantando escuelas y cavando tumbas, el padre Alfaro continúa conquistando las montañas del Himalaya.

Pupitres en la jungla

Gracias a la ayuda de Manos Unidas, el padre Alfaro ve cómo su sueño de «infestar de escuelas» las zonas más pobres de la India y Nepal se va haciendo realidad. En el interior de la jungla de Jharkhand (India), en una recóndita aldea llamada Bungaburu sin electricidad ni agua corriente, se levanta hoy una escuela con internado para los niños tribales, que tienen, sobre todo entre la población femenina, una altísima tasa de analfabetización. Más proyectos nacidos del tándem Manos Unidas-Padre Alfaro: en el distrito nepalí de Thokarpa, uno de los sitios menos desarrollados del país, viven unas 800 familias. Situado en la ladera de una montaña, a 2.000 metros de altitud, Thokarpa se queda aislado en época de lluvias, cuando se hace imposible acceder en vehículos a motor. Allí, entre pobres plantaciones de arroz y vegetales, se alza ahora una escuela primaria, donde los más pequeños podrán romper la cadena de analfabetismo y miseria que se ha apoderado de esos valles del Himalaya. En Ukurimandi, una aldea tribal donde se sobrevive a base de arroz, sin luz, agua corriente, ni infraestructura viaria alguna, también ha dejado su huella el padre Alfaro. Un centro educativo, con internado para cincuenta niños y escuela para quinientos, funciona ya a pleno rendimiento.