Día de la Biodiversidad - Alfa y Omega

En el Día Internacional de la Biodiversidad deberíamos reconocer que el empobrecimiento del planeta es lo suficientemente lento para que no nos alarme, y su previsible inversión con cambios tanto de mentalidad como políticos sería también lo suficientemente pausado como para desanimar a los más convencidos. Y entre los más convencidos deberíamos estar los católicos, no por habernos sumado a la moda ecologista, sino porque a las razones de la lógica podemos añadir las razones de la fe. Pero a pesar de la encíclica del Papa Francisco Laudato si, da la impresión de que gran parte de la comunidad católica sigue ecológicamente dormida, en gran medida secuestrada por un liberalismo ideológico contrario a este y a otros postulados de la doctrina social de la Iglesia.

Si recomiendo la agenda de National Geographic del nuevo año 2017, con las fotos de especies en extinción de Joel Sartore, no es raro encontrar, en algunos círculos, comentarios irrisorios, cuando no invectivas justificadas en la incoherencia de quienes denunciando la pérdida de biodiversidad no defiendan a los seres humanos no nacidos. Argumento ad personam, no ad rationem. Precisamente lo que revela esa incoherencia es urgirnos a la defensa integral de la cultura de la vida que hace compatibles y consecuentes ambas reivindicaciones.

El Papa Francisco advierte una interesante relación causal: si gracias al desarrollo tecnológico tendemos a un aumento sin límite de las ofertas de consumo, «parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra creada por nosotros». Pero sobre todo el Papa nos ofrece tres razones teológicas a favor de la conservación de la biodiversidad. Desde la teología de la creación sabemos que «el universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación». Por eso en el libro de la Sabiduría reza así: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado». Desde la teología de la recapitulación sabemos que «el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios». Y en tercer lugar, desde la teología moral sabemos de un pecado contra la biodiversidad, ya que, «por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje». ¿No son razones suficientes para comprometernos con el ecologismo católico?