María acompaña en la muerte - Alfa y Omega

Las mujeres constituyen el nido cálido donde se incuba el misterio de la vida, y en el parto dejan girones de su carne y de su sangre para alentar una nueva vida. Durante el crecimiento de los hijos, con su omnipresencia, aligeran las dificultades del vivir, se colocan en el lugar del otro y perciben lo que sufren los suyos más allá de la mirada y de las palabras. Cuando llega la enfermedad y muerte de estos perseveran, día y noche, junto a ellos, hasta recoger su último suspiro.

María encarna admirablemente ese proceso materno cuando acepta que prenda en su seno la vida de su hijo; le acoge en su regazo y cobija los primeros años de su vida, le busca cuando se le pierde en el templo de Jerusalén, le acompaña en los caminos de Galilea, adelanta la hora de sus milagros en las bodas de Caná y le seguirá hasta su muerte trágica en la cruz.

Ella podría resumir su angustia con estas palabras: «¿Es esto ser madre, ver sufrir y morir al hijo? El calvario está más en mi seno que en la cumbre del Gólgota; este segundo parto es más doloroso que el primero. Al cerrarse la losa del sepulcro no hay ángeles ni cantos como en Belén. No me queda más que esperar. Él vendrá como lo prometió para contagiar su vida resucitada a todos».

Cuando le tocó a ella la hora de la muerte los discípulos de Jesús, que la habían adoptado como madre, hablaron de dormición durante un breve tiempo para ser despertada temprano por el Hijo: «Levántate, madre, acompáñame a la casa del Padre». Esa Virgen de dolores y de resurrección acompaña hasta la muerte a cada uno de los que Jesús le confió en la cruz: «Ahí tienes a tus hijos».

Cuando en el tanatorio despedimos al difunto, invocamos a la Virgen María para que le proteja en este tránsito; ponemos en sus labios esta oración tantas veces recitada: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte». En repuesta, ella le acoge en su regazo para llevarle a la casa de Dios, que le rehace para la vida eterna. En un abrir y cerrar de ojos allí despertará el que nos fue arrebatado por la muerte.