Semper reformanda - Alfa y Omega

El Papa ha aprovechado la felicitación a sus colaboradores para explicar las razones, objetivos y líneas maestras de la reforma de la Curia, pero notemos que la ha colocado en el contexto de la siempre necesaria reforma de toda la Iglesia (Ecclesia semper reformanda). Reformar, ¿por qué y para qué? Sendos párrafos nucleares del discurso responden a esta pregunta. Ante todo, porque la Iglesia (y la Curia dentro de ella) no es un aparato inmóvil. La Iglesia camina en la historia atravesando cielos serenos y densas tempestades. No es un mineral, tampoco un mecanismo de relojería. Es un cuerpo vivo y como tal crece, enferma, dialoga, construye o se repliega. No se trata de resolver problemas, se trata de vivir respondiendo a la llamada de su Señor.

Por eso Francisco explica la reforma como «un proceso de crecimiento y de conversión». De ahí que señale lo inútil que sería un simple cambio de organigramas y personas, si no se produce «una conversión y una purificación permanente». La reforma, en el fondo, no termina nunca. Podrán concluir los ajustes, podrá perfilarse una nueva normativa (en todo ello se trabaja, y desde luego tiene su importancia), pero cada día la Iglesia, en cada uno de sus miembros y comunidades, tiene que responder de nuevo a la misma pregunta que el Señor formuló a Pedro a orillas del lago: ¿Me amas?, ¿estás dispuesto a beber mi cáliz?, ¿vienes conmigo más allá de lo que ya conoces? Y no sirve apelar a lo que ya respondimos el día anterior.

Todo esto es decisivo para entender lo que De Lubac (teólogo preferido de Francisco) denominaba «el misterio de la Iglesia». Pero además, desmonta las fantasías que algunos construyen al hilo de este pontificado, ya sea para instrumentalizarlo o para demolerlo. En realidad la reforma acontece a lo largo de los siglos, aunque cada época tenga su propio afán. En la nota número 12 del discurso, el Papa recuerda con ironía que la Curia ha estado en permanente reforma al menos durante los últimos 100 años. Así que están fuera de lugar las ansiedades de unos y otros.

El sabroso párrafo dedicado a las resistencias que suscita la reforma ha sido convenientemente empaquetado por algunos como si tuviese un único destinatario, pero no es así. La resistencia empezó cuando Pedro se quejó a Jesús de que por el camino les seguía también Juan. Y no hay mecanismo que lo resuelva, solo el amor y el dolor de la conversión. Mirémonos todos al espejo.