Llamados y apasionados por mostrar a quien es la Vida - Alfa y Omega

Acabamos de comenzar el año nuevo. Para los cristianos la novedad nos viene con Jesucristo. Lo nuevo es Cristo. No hay nada nuevo sin Él. Como muy bien señala el profeta Isaías cuando nos habla del Mesías, «así dice el Señor: mirad a mi siervo […] Sobre él he puesto mi espíritu […] Promoverá fielmente el derecho». Es el derecho de Dios, que va más allá de lo que cada uno se merece, pues Él nos da a todos lo suyo, nos hizo partícipes de su Vida. Aquí precisamente está la novedad de los años que, mientras vivimos en el tiempo, nos va regalando el Señor: mostrar en medio de la historia, en las circunstancias reales en las que vivimos, el rostro vivo de Jesucristo. ¿No es esta novedad la que necesita la humanidad? Cuando estamos en un mundo que se queda dormido, viviendo y buscando la comodidad, aceptando que el egoísmo sea una regla en nuestro vivir, la misión de los discípulos del Señor es la misma que Él nos regaló: despertar a este mundo y mostrarle la novedad más grande.

A la Iglesia el Señor le propuso salir a los caminos de los hombres, hacerlo con alegría; esa que viene del encuentro con Jesucristo, esa que hace visible la misericordia misma de Cristo, que hace cercano a Dios, que hace superar obstáculos, que se manifiesta en comunidades concretas que son verdaderos oasis de caridad y afecto en medio de nuestras ciudades y pueblos donde la soledad y la indiferencia se manifiestan de muchas maneras. Vive en apertura a todos los que encontremos en el camino de nuestra vida, sin hacerles más preguntas y ofreciéndoles esperanzas que se hacen concretas en obras y que manifiestan las maravillas de Cristo.

¡Qué fuerza tienen para nosotros, al comenzar el año nuevo, aquellas palabras de Cristo en la sinagoga de Nazaret, cuando proclama y anuncia que se cumplen en Él! ¿No será esta la gran novedad, el empeño que hemos de tener y que debemos solicitar para todos los hombres? «Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor […] Y Él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”» (cf. Lc 4, 16-21). Cuando hacemos presente esta novedad, la Iglesia aparece siempre con su rostro verdadero, es joven y puede pensar y proyectar un presente y un futuro cargados de esperanza para todos los hombres.

Nunca podemos hacernos sordos ante las necesidades y gritos de los hombres. Para eliminar esta sordera en el mundo te propongo hacer un quinteto que lleva por título Llamado a la Vida y tiene estas notas: alegría, amor, compasión, esperanza y serenidad-sorpresa. Estoy convencido de que si hacemos esta composición tendremos la verdadera novedad del año 2017:

1. Llamado a la Vida, llénate de alegría: regala lo que Dios mismo te ha dado, haz ver el horizonte amplio que tú tienes como regalo de Dios. No eres el desesperado que sabe que por sus propias fuerzas poco puede alcanzar. No eres ese que somete a tristeza a los hombres, alegrándose del mal ajeno o no importándole nada lo que hace que el ser humano esté triste. Muestra que vives del triunfo mismo de Dios, que se hace presente en tu vida y te hace salir de ti mismo y vivir en una entrega incondicional hacia todos los hombres. Vive la alegría del triunfo de Dios que se hizo Hombre. Vive en la alegría del Evangelio. Conoce, contempla esta alegría que es Cristo mismo. En su triunfo está el nuestro, pues nos lo ha regalado y nos hace partícipes del mismo. Dar vista a quien no ve más allá de sí mismo, abrir las prisiones que atan a los hombres y que les dejan vivir en la mezquindad de sus fuerzas, abrir mazmorras que nos esclavizan y no nos dejan libres, esta es la alegría que Dios mismo te da cuando abres la vida a Él. Llénate de su alegría.

2. Llamado a la Vida, acoge el Amor: déjate amar por Dios mismo. Su amor se ha manifestado en el mismo Jesucristo. Es un amor que te envuelve y te muestra lo que has de vivir y cómo lo has de hacer. Llena la vida de la Vida que es el mismo Cristo y sabrás hacerte presente en medio del mundo con la novedad que necesitan los hombres para vivir. Nuestra fe nos hace tomar conciencia del amor de Dios que se revela en el corazón traspasado de Jesús en la Cruz y que suscita a su vez amor. El amor es una luz, diría que la única, que ilumina permanentemente a un mundo oscuro y que es capaz de darnos la fuerza para vivir y actuar. Dios es amor. El amor es el alma de la vida de la Iglesia y de su actividad pastoral. Hay que vencer la violencia con amor, ya que el amor es más fuerte que el odio. El ser humano es un mendigo del amor; propongamos a Cristo, rostro verdadero del amor, a todos los hombres.

3. Llamado a la Vida, muestra compasión: sintonizar con los sentimientos de otros es una importante facultad humana y es el presupuesto de la compasión. Por eso, sintonizar con los sentimientos de Cristo es la única manera de mostrar la compasión. Hay personas que confunden la compasión con la debilidad. Es todo lo contrario, la compasión es de los fuertes. Recordemos las palabras de Jesús en la Cruz, cuando, sometido a toda clase de vejaciones, se dirige al Padre y le dice: «Perdónales porque nos saben lo que hacen». ¡Qué hondura tiene el sentir con el otro, el padecer con el otro! Cuando Jesús habla de compasión –la palabra que utiliza–, quiere decir que se le conmovieron las entrañas. Y las entrañas son, para los griegos, el lugar de los sentimientos maravillosos. San Lucas nos dice cómo Jesús exhorta a ser compasivos como Dios mismo es compasivo y misericordioso (cf. Lc 6, 36). De tal manera que el compasivo es quien está más cerca de Dios y tiene parte con Él.

4. Llamado a la Vida, engendra esperanza: en definitiva es vivir lo que Jesús quería de nosotros, cuando nos dice así: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). La esperanza cristiana es el ancla de salvación que nos ayuda a vencer las dificultades y nos permite vislumbrar la luz de la alegría más allá de la oscuridad del dolor y de la muerte. Cristo engendra hombres y mujeres de y con esperanza. ¿En qué consiste la esperanza? Con su muerte y resurrección, Jesús nos reveló el rostro de un Dios con un amor tan grande, que comunica una esperanza tan inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede destruir, ya que la vida de quien se pone en manos de Dios se abre a la perspectiva de la bienaventuranza eterna. Esperanza para mí y para los otros, ya que nunca es tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Mi pregunta ha de ser siempre: ¿qué puedo hacer yo para que otros se salven y para que surja en ellos la estrella de la esperanza?

5. Llamado a la Vida para generar serenidad y sorpresa: muy a menudo tenemos la pretensión de cambiarlo todo. Sin embargo, la serenidad tiene que ver con la confianza, que por principio es lo que nos da Dios cuando nos revela que el ser humano está creado a su imagen y semejanza. Y que tengo la obligación de vivir junto a los otros, haciendo todo lo posible para que esas imágenes no se estropeen. Precisamente por ello, la serenidad tiene que ver con esa actitud de dejar de una vez por todas que las cosas y las personas sean como son, como las creó Dios y para lo que las creó. Tiene serenidad quien descansa en Dios. Nos lo ha dicho el Señor: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré».

Por otra parte, la serenidad contagia sorpresa. ¿No decimos nosotros a un amigo o a alguien de nuestra familia: «Vaya sorpresa que me has dado»? Alegra poder dar una sorpresa a las personas. Eso es lo que hace Dios con nosotros, nos sorprende y nuestro rostro queda iluminado. ¿No os habéis dado cuenta de que la experiencia de Dios es siempre sorpresa? Él sale a nuestro encuentro. Es cierto que la oración y meditación ayudan. Pero Dios sorprende, sale a nuestro encuentro, es gracia. No ganamos la sorpresa con nuestras fuerzas. Dejémonos sorprender por Dios siempre, ello nos provoca admiración y gratitud.