El sultán en la encrucijada: Debe decidir entre una Turquía islámica, autoritaria o democrática - Alfa y Omega

El sultán en la encrucijada: Debe decidir entre una Turquía islámica, autoritaria o democrática

Turquía debe elegir entre ser un puente entre el islam y Occidente y un ejemplo de democracia para otros países musulmanes, o convertirse en un Estado autoritario más de Oriente Medio

María Martínez López
Erdogan y su mujer, el 7 de agosto, durante un acto de protesta en Estambul contra el intento de golpe de Estado. Foto: Kayhan Ozer/Presidential Palace/REUTERS

«En 1998 la Facultad de Teología Islámica de la Universidad de Ankara me invitó a un congreso sobre Averroes, musulmán y filósofo. En la facultad había dos pequeñas mezquitas. Algunos iban a rezar; estaba permitido y era normal. Había libertad en los debates entre musulmanes tradicionales y laicos, y equilibrio entre tradición y pensamiento crítico. No estaba prohibido practicar el islam», pero sí existían múltiples limitaciones a su ejercicio en la vida pública, en contraste con una Turquía crecientemente islamizada. El que habla es Samir Khalil Samir, jesuita egipcio y experto en islam.

Durante tres cuartos de siglo, el país vivió bajo el laicismo impuesto por Mustafa Kemal Atatürk, que al fundar la moderna república turca en 1923 prohibió «todos los aspectos externos de la religión», explica Samir. «Su enfoque era radical porque quería cambiar la sociedad». Con el tiempo las cosas se estabilizaron. El islam, que teóricamente profesa más del 90 % de la población, tenía de facto presencia social, aunque todas las religiones sufrían restricciones. La llegada al poder de Recep Tayyip Erdogan y su partido Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) cambió el panorama. Como primer ministro (2003-2014), aunó la modernización de la educación y las infraestructuras con la apertura a una mayor presencia del islam en la sociedad: aumento del número de mezquitas y de clérigos sunitas, reconocimiento de los estudios en escuelas coránicas, restricciones al consumo de alcohol, legalización del uso del velo…

De aliado a enemigo

Contó con el apoyo de Fethullah Gülen, predicador musulmán que se autoexilió en 1999 a Estados Unidos por miedo al régimen laicista. El movimiento Hizmet (Servicio), fundado por él, busca formar elites que promuevan un islam compatible con el humanismo. El creciente autoritarismo de Erdogan y las acusaciones de corrupción contra él desde Hizmet convirtieron a Gülen en un enemigo, y se le ha acusado incluso de orquestar el golpe de Estado del pasado mes de julio.

Monseñor Rubén Tierrablanca, vicario apostólico de Estambul, habla de un «cambio más político que religioso» en Turquía. «El punto de partida no es ir en detrimento de las demás religiones, aunque este pueda ser el resultado». Khalil Samir no cree que «la mayoría turca quiera seguir a Erdogan» en la islamización. Pero sí los sectores más radicales. Desde el golpe de Estado –añade el vicario– «hay personas que se radicalizaron y en ciertos ambientes pueden caer en actitudes provocativas», como con los llamamientos en las últimas semana a boicotear la celebración cristiana de la Navidad. Pero esto «no es algo sistemático ni promovido por el Gobierno», insiste Tierrablanca. Otros dos obispos del país contactados por este semanario han preferido no pronunciarse públicamente sobre la situación.

La guerra interna

Para Khalil Samir, esta tendencia en Turquía es paralela al auge del «wahabismo en el mundo árabe y en parte de África, que busca la verdadera identidad musulmana reproduciendo el proyecto inicial del islam» del siglo VII.

Al surgir la primavera árabe, Erdogan vio en ella una ocasión de aumentar su influencia en la región que antes pertenecía al Imperio Otomano. Por eso apoyó las revoluciones y, en Siria, a los grupos rebeldes sunitas que se enfrentaban a la cúpula de Bashar al Asad, chiita. En un principio, este apoyo no excluía al ISIS, que podía introducir sin problemas en el país el petróleo que sacaba de Siria. «Ahora, al ver su brutalidad, ha tomado la posición opuesta», explica Samir.

Este paso –a juicio del experto– ha arrojado sobre el país la amenaza de atentados a gran escala del ISIS, como el de Nochevieja en Estambul. Hasta ahora, la mayoría de atentados eran del grupo terrorista PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). La cuestión kurda nace del deseo de independencia o autonomía de esta minoría –también sunita– presente en el sureste del país y en Siria, Irak e Irán. Hace año y medio, tras un intento de negociación fracasado, el Ejército turco volvió a atacar sus posiciones, y desde entonces se han recrudecido los atentados en todo el país. Influyó seguramente también el creciente apoyo internacional a un estado kurdo, por el activo rol desempeñado por las milicias kurdas en los conflictos de Irak y Siria.

Memorial en el exterior del club Reina (Estambul), tras el atentado de Nochevieja. Foto: AFP Photo/Ozan Kose

Cambio de régimen

El último ingrediente de este complejo escenario es el creciente autoritarismo de Erdogan. El presidente ha utilizado el fallido golpe de Estado de julio (que provocó cerca de 300 muertos) como justificación para el estado de emergencia vigente desde entonces, de modo que ha podido afianzarse en el poder y purgar a opositores y presuntos gülenistas. Al menos 8.000 personas han sido detenidas, más de 100.000 funcionarios suspendidos, y se han cerrado universidades, colegios privados, ONG, sindicatos y medios de comunicación. El lunes comenzó a debatirse en el Parlamento una reforma constitucional para –con el apoyo de los nacionalistas turcos– cambiar el sistema parlamentario por uno presidencialista que dé más poder al jefe de Estado.

«Erdogan tiene un proyecto de dominación política a título personal –explica Samir–. Su visión es una islamización lenta y un Gobierno que dependa totalmente de él», y no es fácil distinguir cuándo cada uno de estos aspectos es el fin, y cuándo el medio. Cuestiones como la kurda o el papel turco en Siria –añade el jesuita– «son más políticas que religiosas».

En la encrucijada

Turquía «está ahora en un momento de vacilación» lleno de ambigüedades. «Intenta hacer una cosa un día y al siguiente otra», según «qué le resulte más interesante». A Erdogan y a la sociedad turca –opina Samir– les sigue interesando entrar en Europa, pese a que la UE no ha dejado de incumplir sus promesas. Al mismo tiempo Ankara teme «ser rechazada por el mundo islámico». De ahí la opción por islamizar Turquía, peros no de forma radical.

El jesuita se muestra «seguro de que Turquía tiene una misión» en el mundo, si su Gobierno encuentra una «línea media. Puede ser el país» que haga de puente entre el islam y Occidente. Así ha sido visto tradicionalmente, y Khalil Samir cree que sigue siendo posible una sociedad «religiosamente musulmana pero culturalmente abierta al mundo moderno. Podría ayudar a otros países del mundo musulmán» a formular «el verdadero camino de un islam aceptable». Sin embargo, para ello «debe renunciar a cualquier dogmatismo», islámico o laicista. «No creo que Erdogan sea la persona adecuada para realizar» esta vocación, por su trayectoria. Además, lograrlo exige «distinguir claramente entre política y religión». En esta piedra suelen tropezar los líderes musulmanes; y más en el contexto actual de radicalización.