Carta a Alba - Alfa y Omega

De vez en cuando susurro Al alba, que compuso Aute en septiembre de 1975. Un canto a la vida enmascarado en una canción de amor, y un alegato contra la injusticia frente a la muerte. Esta semana me ha venido otra vez al corazón al rememorar el asesinato de mis compañeros jesuitas en la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, cuando al alba del XXV aniversario de su muerte he vuelto a contemplar el amanecer, esta vez en las playas gaditanas, orando por los emigrantes.

En su momento, escribí una carta a Elba, trastocando el nombre de Alba, la madre y servidora fiel que murió con ellos. Porque fue al alba cuando la mataron. A ella y a su hija. Su muerte, pues, fue amanecer y señal de esperanza. Al alba, Elba y su hija Celina unieron sus nombres a los de Ellacuría, Segundo, Ignacio, Juan Ramón y Joaquín. En su ser casi anónimo y humilde –las primeras noticias del asesinato ni siquiera las mencionaban–, son los que añaden mayor timbre de gloria a los títulos que nuestros compañeros tenían: Ellacuría, Rector; Segundo Montes, licenciado…

Qué ironía. Dios mío, qué trágica ironía. Los asesinos sacaron fuera de sus dormitorios los cuerpos cristianos que habían matado dentro. Expuestos a la luz del día. Como si esas manos asesinas, al arrastrar fuera los cuerpos, sirvieran de instrumento para enseñarlas al mundo, en su sitio: en el jardín y no en el dormitorio. Al alba y no en la noche.

¿Sabes, Alba, que todavía hay aquí en España y allá en América curas y cristianos a quienes les cuesta ponerse en disposición de salida, como nos recuerda el Papa Francisco? Seguros en sus espacios, y con sus gentes, les incomoda el diálogo con los otros, con los distintos, con los diferentes.

Los cuerpos –tu cuerpo femenino y materno y el de los demás– arrastrados fuera, a la calle, al jardín, al mundo… ¡qué gran homilía sin palabras! La vida cristiana es de puertas hacia fuera. ¡Gracias a ti, a tu hija y a estos hombres porque voceáis con vuestras vidas que el «compromiso bajo la cruz en la lucha de nuestro tiempo no puede desprenderse de la lucha por la justicia que la misma fe exige!».

Hoy mi mirada se nubla porque este alba puede ser la última también para muchas miradas de los que atraviesan el mar. 3.000 inmigrantes ahogados en el Mediterráneo en este año; cuatro veces más que en el año 2013. Más de 20.000 personas en 20 años. ¡Y de ellos, un montón de niños! Puede ser el último amanecer para los que atraviesan el desierto, o la pobreza, buscando otros futuros vitales.

Quizás la noche anterior, en la casa de los jesuitas, Elba-Alba les hubiera servido un pan cocido, caliente, especialmente preparado para ellos; para esos compañeros de Jesús, que al alba, correrían su misma suerte.

Poco imaginaría que su cuerpo iba a ser también repartido y partido como el otro pan cocido, como el otro pan caliente, que las manos de los sacerdotes consagraban y entregaban hecho cuerpo de Cristo en la Eucaristía.

Hoy lo voy a tener muy presente, cuando parta y reparta la vida de Cristo que se entregó a mediodía, y que resucitó al alba. Al alba.