La Iglesia de Madrid celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado - Alfa y Omega

La Iglesia de Madrid celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado

Infomadrid

La Iglesia celebró este domingo, 15 de enero, la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, centrada este año en Menores migrantes, vulnerables y sin voz.

El cardenal arzobispo de Madrid presidió una Misa a las 10:30 horas en la parroquia Crucifixión del Señor. La celebración fue retransmitida por La 2 de TVE.

En esta jornada, además, la Delegación de Pastoral del Trabajo celebró el 8º encuentro-convivencia entre trabajadores inmigrantes y autóctonos, con testimonio de padres y educadores de menores sobre esta situación. El encuentro se desarrolló en la parroquia San Pablo, de Vallecas, de 17:00 a 20:00 horas. Después de escuchar los testimonios, se reflexionará sobre cómo viven los menores migrantes en Madrid.

A continuación ofrecemos la homilía del cardenal Osoro

Queridos hermanos:

Como acabamos de escuchar: que «la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros» (1 Cor 1, 1-3). Asumamos la tarea de llevar la gracia y la paz a todos los hombres: hoy especialmente traemos al altar la realidad de los migrantes y refugiados. No son un problema sino una riqueza para la sociedad y un tesoro precioso para la Iglesia que peregrina en Madrid. En este día, la Iglesia desea que pongamos nuestra mirada en los migrantes menores de edad, vulnerables y sin voz. Así nos lo pedía el Papa Francisco, sucesor de Pedro, en su mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. ¡Qué densidad, fuerza y atracción para nuestro corazón tienen las palabras que juntos hemos repetido en el salmo!: «El Señor se inclinó y escuchó mi grito […] me puso en la boca un cántico nuevo […] me abriste el oído […] entonces yo digo: aquí estoy […] llevo tu ley en mis entrañas» (cfr. Sal 39). Sí Señor. Aquí estamos, llevamos en las entrañas de nuestro ser, escritas en nuestro ADN (ya que Tú nos has dado tu vida por el Bautismo), las palabras que pronunció Jesús: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado» (Mc 9, 37). Son nuestras y las queremos hacer vida en nuestra vida.

Son estas palabras las que nos hacen mirar a nuestro mundo para ver cómo durante más de diez años, con mayor o menor intensidad, han llegado niños a los países de Europa en cuyos rostros se palpa la vulnerabilidad. En este último año, hemos recibido información y datos muy duros: más de 10.000 niños refugiados desaparecidos. Son menores inmaduros, necesitados de que se vele por su interés, extranjeros que no gozan de los derechos plenos, niños sin acompañamiento de su familia o de un adulto responsable. Por su condición de emigrantes menores vulnerables y sin voz, llegan escapando de la violencia o por razones económicas, procedentes a veces de familias desestructuradas, rotas por la guerra o la persecución. Otras veces son menores que eran chicos de la calle y que, si no son bien acogidos, seguirán siéndolo en el país al que acceden.

Las palabras de profeta Isaías que hemos escuchado, al ver la realidad de estos niños, nos invitan a hacerlas verdad: «Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra» (cfr. Is 49, 3.5-6). Y el Evangelio que hemos proclamado nos habla con claridad de lo que es determinante en el camino de nuestra vida: «Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” […]. Y Juan dio testimonio diciendo […]. “Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”». Ser luz de los pueblos y ser testigo de Cristo significa que, ante realidades de la vida humana que se extienden por todos los continentes, y muy especialmente la de los niños que se encuentran desprotegidos por ser menores, extranjeros e indefensos, forzados a vivir lejos de su familia o separados de su afecto, hemos de poner los medios para eliminar esa carrera que lleva al tráfico de niños, su explotación y al abuso de menores. Pongámonos manos a la obra: defendamos el derecho a un ambiente familiar sano y seguro, defendamos la familia en la que se pueda crecer con la guía y el ejemplo de un padre y una madre, donde puedan tener educación adecuada y crecer como personas que protagonicen su futuro. Llamo a la comunidad cristiana, a la Iglesia, a alzar la voz, porque somos los adultos la luz, testigos de la Luz que es Cristo. Tenemos que proclamar infatigablemente que las personas son más importantes que las cosas. Por ello, ofrezcamos y pidamos para los emigrantes menores de edad, vulnerables y sin voz:

1. Ofrezcamos lo que somos como Luz: protección. La Iglesia con todas sus instituciones y comunidades. Invitamos a los organismos civiles a que pongamos tiempo y recursos para proteger a los niños de todas las formas de abuso. A la Iglesia se nos pide unidad en la oración y comunión en la fraternidad. Muchas comunidades religiosas y parroquiales, asociaciones cristianas y laicos comprometidos trabajan ya eficazmente en este campo, pero hemos de aumentar nuestro empeño. No nos importe ser subsidiarios de acciones que tendrían que llevar a cabo las autoridades civiles: lo importante es salvar personas y ofrecer recursos que construyan. Dios se da cuenta mucho antes que los hombres de la dignidad de quien creó a su imagen y semejanza. ¡Ánimo y adelante!

2. Ofrezcamos lo que somos como Luz: integración. Ofrezcamos recursos, no pongamos obstáculos para la acogida, asistencia e inclusión; propongamos programas de integración social o programas de vuelta a su país asistida y segura. Eliminemos toda forma de captación organizada por redes ilegales, o captaciones para crímenes organizados. La Iglesia ha de ser la voz de estos menores, llenos de sueños y de historias desgarradoras. Sus vidas son voz que interpela y nos pregunta: ¿me dejáis un lugar donde vivir y crecer? Miradme a la cara; soy una persona que llegó a tu casa, hazme un sitio

3. Ofrezcamos lo que somos como Luz: soluciones estables. Afrontemos el tema de los niños emigrantes desde la raíz: son las guerras, la violación de los derechos humanos entre los que se encuentra el derecho a confesar una fe religiosa y poderlo expresar, la corrupción, la pobreza, los desequilibrios y desastres ambientales. No en último lugar se encuentra la crisis antropológica, el no saber o querer saber la verdad acerca del ser humano. Todo ello convierte a los niños en los primeros en sufrir todas las crisis. Los datos que doy son ofrecidos por UNICEF: 1,8 millones de niños víctimas de explotación sexual; 300.000 víctimas de violencia en la guerra; 168 millones sometidos al trabajo infantil. Escuchemos su voz y demos soluciones estables. Todos los países, todos los pueblos, estamos llamados a afrontar las causas que provocan los desplazamientos forzosos y evitar sus terribles consecuencias para la infancia.

Dentro de un momento os presentaré al Señor y diré: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Responderemos todos: «Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». Haz esta sanación en todos nosotros y en todos los hombres, Señor. Reconocerte así es reconocer que Tú estás presente en los más pequeños y vulnerables. Hagamos un mundo como el que Dios mismo diseñó y su Hijo Jesucristo nos ha revelado. Es diferente al que tenemos, pero es posible con tu ayuda. En ello tenemos un reto y una esperanza. Amén.