«Traigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo» - Alfa y Omega

«Traigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo»

Cientos de miles de jóvenes reciben hoy al Papa en el Paseo Marítimo de Copacabana. Arrancan esta tarde (ya noche en España) los grandes actos centrales de la JMJ, en un clima de auténtica euforia, pero también -paradójicamente- de intenso recogimiento, antesala de una fuerte experiencia espiritual en la vida de dos millones de jóvenes. Las Jornadas Mundiales de la Juventud han marcado decisivamente la vida de la Iglesia en las últimas décadas; tras Río 2013, se prevé un gran impacto en el continente americano, que recibe al primer Papa venido del nuevo mundo

Ricardo Benjumea
Jóvenes peregrinos de todo el mundo, tras la Eucaristía de clausura de la Semana Misionera, en Sao Paulo, el pasado sábado. Al día siguiente viajaban a Río: empezaba la JMJ

«No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo», dijo el Papa, recién aterrizado en Brasil. «Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón» y a «continuar con la misión pastoral propia del obispo de Roma de confirmar a su hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las raíz de la esperanza que brota de Él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor».

Se le veía muy alegre, a pesar de las más de 12 horas de vuelo y de las fuertes emociones de su llegada a Río, que debieron provocar más de una crisis nerviosa entre el séquito papal y el personal encargado de la seguridad. El Pontífice, que no ha querido utilizar estos días un papamóvil blindado, realizó la primera parte de su traslado desde el aeropuerto a la sede del Gobierno local, en un sencillo Fiat Idea, con la ventanilla bajada, permitiendo que se acercaran a saludarle miles de personas. En un momento dado, por un error del conductor, el vehículo se vio atrapado en un atasco, sin policías a su alrededor. El secretario personal del Papa se asustó, pero Francisco «parecía estar disfrutando de estar rodeado de gente», comentó después el padre Lombardi, director de la Oficina de Información del Vaticano.

El Papa Francisco saluda a la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, tras su primer discurso en Río

Un revulsivo para el continente

«He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón», decía poco después el Papa en su discurso, tras haber conquistado efectivamente el corazón de sus anfitriones con sus gestos de cercanía. Esta mañana, antes de los actos propios de la JMJ, el Pontífice se encontrará con deportistas y bendecirá las banderas de las Olimpiadas que se celebrarán el año próximo, recibirá las llaves de la ciudad y visitará una de sus favelas. Es uno de los actos introducidos por el Santo Padre en el programa que comenzó a preparar su predecesor. Además, se han añadido encuentros con obispos de Brasil y de toda Iberoamérica, reforzando la dimensión local de este viaje. Si cada JMJ supone un revulsivo para la Iglesia entera, es evidente que, en esta ocasión, el impacto será especialmente intenso en América del Sur, que vive, en realidad, su primera Jornada, puesto que, en 1987, cuando se celebró en Buenos Aires, las JMJ eran todavía un acontecimiento de dimensiones mucho más reducidas, que poco tenía que ver con el formato actual.

«En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me diera la oportunidad de volver a la amada América Latina», subrayaba el Santo Padre al comienzo de su saludo. La historia, en cierto modo, se repite. En 2005, también a los 4 meses de su elección, Benedicto XVI se encontró con una JMJ ya programada en su agenda, en su caso a Colonia, en su país natal. Si había entonces legítimas dudas sobre cómo Joseph Ratzinger -o cualquier otro obispo de Roma que hubiera sido elegido tras Juan Pablo II- iba a poder conectar con los jóvenes, quedaron totalmente disipadas. Hemos venido a adorarle fue el lema de Colonia. Benedicto XVI no lo eligió, pero la frase bien podría considerarse ahora una síntesis de un pontificado centrado en presentar la belleza del cristianismo, que se resume en «el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva», según escribía el ahora Papa emérito en su primera encíclica, Deus caritas est.

Francisco ha heredado una JMJ con marcado tono misionero, y el lema Id y haced discípulos a todos los pueblos, que casa a la perfección con la insistencia del nuevo Pontífice en salir al encuentro de la gente, de los alejados, a través de gestos sencillos que lleguen a todo el mundo. Es un mensaje que cobra especial fuerza en el país y en el continente con más católicos del mundo, donde la Iglesia afronta serios retos -sectas, populismos políticos, secularización, necesidad de una fe más madura…-, pero, a la vez, no sufre el cansancio de la fe que a menudo atenaza al viejo continente, ni se enfrenta con los muros de prejuicio con que continuamente es aquí recibido el anuncio del Evangelio.

El Papa Francisco en el papamóvil, por las calles de un Río plagado de peregrinos

Acoge la JMJ una Iglesia alegre, llena de vitalidad. Pero un aspecto que a muchos ha sorprendido enormemente ha sido su profunda espiritualidad, un tópico más que se rompe, después de las manifestaciones de las últimas semanas contra las excesivas inversiones públicas en celebraciones deportivas. Desde hace dos años, los voluntarios que preparan la Jornada se han reunido mensualmente en Vigilias de oración mensuales, con presencia de miles de personas, y por todo el país se han repetido iniciativas similares.

También Francisco se ha preparado especialmente a fondo para la Jornada. Ayer puso la ferviente oración por sus frutos a los pies de la Virgen de Aparecida. No se impidió la presencia de fieles, pero tampoco se celebró un acto masivo al aire libre, como muchos hubieran querido, ya que el Papa había querido tener este momento de recogimiento ante una imagen de María por la que siente una especial devoción.

Días antes, el sábado, el Pontífice rezó ante la imagen de la Virgen Salus populi romani, en la basílica de Santa María la Mayor, de Roma, por la JMJ y por todos los jóvenes del mundo. En la víspera, Francisco visitó a Benedicto XVI en el monasterio Mater Ecclesiae, y conversó y rezó con él, además de pedirle sus oraciones para estos días. La misma petición dirigió a los fieles congregados el domingo para el rezo dominical del ángelus. «Les pido que me acompañen espiritualmente con la oración», dijo en la Plaza de San Pedro. «Habrá muchos jóvenes allí de todas partes del mundo. Y pienso que ésta puede llamarse la Semana de la Juventud: esto es justamente, ¡la Semana de la Juventud! Los protagonistas en esta semana serán los jóvenes. Todos los que van a Río quieren sentir la voz de Jesús, escuchar a Jesús: «Señor, qué debo hacer de mi vida? ¿Cuál es el camino para mí?».

«También los ancianos son el futuro de un pueblo»

No hubo la habitual rueda de prensa en el avión rumbo a Río de Janeiro, pero el Papa visitó a los 70 informadores que le acompañarán durante todo el viaje, bromeó con ellos sobre su aversión a las entrevistas («no sois tan feroces», les dijo al final del encuentro) y se detuvo a saludarlos uno a uno, sin prisa, durante una hora, preguntándoles por su familia, bendiciendo fotos y objetos religiosos… Además, el Pontífice les explicó una de las claves del mensaje que lleva a Río: viene a hablar a los jóvenes, pero no como un colectivo aislado de la sociedad, porque los jóvenes pertenecen «a una patria, a una cultura, a una fe…». Los jóvenes son el futuro de la sociedad, pero también los ancianos. «Un pueblo tiene futuro si va adelante con todos». Francisco expresó su preocupación tanto por los efectos de la crisis mundial en los jóvenes («corremos el riesgo de tener una generación que nunca ha tenido un trabajo»), como por la «cultura del descarte» que margina a los ancianos. Ésta es la transcripción de las palabras del Papa facilitada por Radio Vaticano: «Este primer viaje es justo para encontrar a los jóvenes, pero encontrarlos no aislados de su vida: sino que quisiera encontrarlos en el tejido social, en la sociedad. Porque cuando aislamos a los jóvenes cometemos una injusticia: les quitamos su pertenencia. Los jóvenes tienen una pertenencia: una pertenencia a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe…

¡Tienen una pertenencia y no debemos aislarlos! ¡Pero, sobre todo, no aislarlos de toda la sociedad! Ellos -¡de verdad!- son el futuro de un pueblo: ¡eso es verdad! Pero no sólo ellos: ellos son el futuro porque tienen fuerza, son jóvenes, van hacia adelante. Pero también en el otro extremo de la vida, las personas mayores, los ancianos son el futuro de un pueblo. Un pueblo tiene futuro si va adelante con todos, con los dos puntos: con la juventud, con la fuerza -porque la fuerza va adelante- y con los ancianos… Creo que hacemos una injusticia con los ancianos: todos somos parte de la sociedad… Ellos no han dejado de darnos algo importante, tienen la sabiduría, la sabiduría de la vida, la sabiduría de la Historia, la sabiduría de la patria, la sabiduría de la familia, y de todo ello tenemos necesidad.

Y por eso digo que voy a encontrar a los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente, con los ancianos…

Es cierto que la crisis mundial no hace cosas buenas para los jóvenes. Leí, la semana pasada, el porcentaje de jóvenes sin trabajo: corremos el riesgo de tener una generación que nunca ha tenido un trabajo… Y del trabajo viene la dignidad de la persona: ganarse el pan… Los jóvenes, en este momento, están en crisis.

Y estamos acostumbrados a esta cultura del descarte: con los ancianos se hace demasiado a menudo. Y ahora incluso con tantos jóvenes sin trabajo, también para ellos llega la cultura del descarte. ¡Tenemos que cortar esta costumbre del descarte! ¿No? La cultura de la inclusión, la cultura del encuentro, debemos hacer un esfuerzo para incluir a todos en la sociedad!».