Simeón Czeslaw, el fraile con chilaba: de ingeniero industrial a franciscano en Marruecos - Alfa y Omega

Simeón Czeslaw, el fraile con chilaba: de ingeniero industrial a franciscano en Marruecos

Fue ingeniero industrial y luego seminarista en la Polonia comunista. En 1983 entró en la orden de Hermanos Menores Franciscanos, y como fraile pasó por Camerún, Bolivia y finalmente Tánger, donde ahora es vicario general. El padre Czeslaw tan pronto asiste al Palacio Real de Marruecos para entregar al rey una tesis sobre los franciscanos y los sultanes como repara los techos de las iglesias. Su labor con los presos le ha valido el reconocimiento del gobierno de su país. Es director de OMP Marruecos y estos días ha promocionado en España la Infancia Misionera

Cristina Sánchez Aguilar
El padre Czeslaw, junto con unos amigos marroquíes. Foto: OMP

Ingeniero antes que fraile, su formación le ayudó bastante en su primera misión en Bolivia.
Allí trabajé tres años con los aymaras, en una población a 4.000 metros de altura. Luego me destinaron a una región amazónica, con los migrantes que habían llegado a La Paz desde los campos. Al Gobierno de entonces se le ocurrió la idea de ofrecerles cortar árboles en el Amazonas y montar campamentos para que vivieran. Prometieron que el usufructo de la tierra sería suyo, pero a los pocos meses les abandonaron en medio de la selva. Durante años trabajé con ellos, utilicé mis conocimientos de ingeniería para construir puentes y caminos, y hasta tuve que asistir partos porque en la selva no había servicios médicos.

De la selva al desierto. ¿Cómo llegó a Tánger?
Es el proyecto más antiguo de nuestra orden, la primera misión de san Francisco, que lleva cerca de 800 años en pie. Con la escasez de vocaciones estaba en peligro, y pidieron ayuda. Me lo tomé como una aventura y ya llevo aquí 15 años, aprendiendo otra lengua, otra cultura, otra religión y dando testimonio de vida.

El padre Czeslaw, cuando le entregó su tesis al rey Mohamed VI. Foto: OMP

Un pilar de su trabajo en Marruecos es el diálogo interreligioso.
Tenemos varios centros culturales en la ciudad a los que vienen alrededor de 1.800 jóvenes, lo que supone una línea directa de encuentro. Les enseñamos idiomas como francés, español, polaco o italiano. Después de un par de clases ya nos invitan a su casa a conocer a su familia. Una vez me llevaron a la mezquita para rezar con ellos, pero como los que no somos musulmanes no podemos entrar, me pintaron la cara y me pusieron una chilaba. Aquí no hay fronteras, tenemos respeto, amor y amistad y me siento muy feliz como cristiano compartiendo con ellos su modo de vida.

Usted escribió una tesis sobre la relación entre los franciscanos y el sultanato, que le abrió las puertas del palacio del rey Mohamed VI. ¿Cómo sucedió?
El monarca nació casi el mismo día que yo y me invitó a su cumpleaños. Aproveché para llevarle mi tesis y me agradeció el trabajo religioso y humanitario hecho por los franciscanos a lo largo de los siglos en Marruecos.

¿Cómo ha sido la relación entre los sultanes y la Iglesia?
Pues me parece llamativo que todo el mundo juzgue que nos han hecho la vida imposible, porque no ha sido así. He tenido acceso a documentos antiquísimos en los que los sultanes, por ejemplo, daban permisos de estancia a los franciscanos. Puedo asegurar que los religiosos de mi orden que llegaron en 1600 para atender a los cautivos en las cárceles recibieron muchas facilidades: pudieron construir capillas, prácticamente no existían fronteras para ellos…

Pero hubo mártires, como los cinco frailes franciscanos asesinados en Marrakech en 1220.
Sí, pero después aprendimos que era más importante salir al encuentro que el enfrentamiento.

¿Cómo es el rey Mohamed VI?
Es un hombre muy querido. De hecho, acaba de promover una ley por la que se va a regularizar la estancia de los inmigrantes sin papeles que llegan a Marruecos durante los tres primeros años.

Foto: OMP

Otro de sus grandes trabajos pastorales, por el que ha recibido la condecoración del Gobierno polaco, ha sido su trabajo en la cárcel.
Muchas personas están encerradas por asuntos drogas, y además del tiempo que pasan presos, tienen que pagar la suma del valor de las drogas que tenían en su poder. Si no tienen ese dinero no pueden salir de la cárcel. Yo visito las embajadas para liberar al preso de este pago. Hace una semana sacamos a un portugués.

¿Cómo es la cárcel en Marruecos?
Aquí no se educa, no hay talleres… Nosotros lo que hacemos es dar esperanza. Eso sí, solo a los inmigrantes cristianos. Con ellos celebramos la Eucaristía, damos catequesis, les proveemos de biblias…, aunque aquí no se puede comprar la biblia, así que las tengo que traer escondidas de España. Soy como un traficante de biblias.

Cristina Sánchez Aguilar
Con la colaboración de Obras Misionales Pontificias (OMP)