La familia, ¡mucho más! - Alfa y Omega

La familia, ¡mucho más!

«Está bien tener hijos, pero el amor entre los esposos debe ir más allá de los hijos; y no sólo por tener hijos un matrimonio es más cristiano que otro que no tiene ninguno»: a veces se hace un sinónimo de ser una familia cristiana con tener muchos hijos, pero el amor de verdad va más allá de las habitaciones de nuestra casa. Así lo explica Carmen Álvarez, profesora de Teología del cuerpo en la Universidad San Dámaso, de Madrid, y presidenta de la asociación Mater Dei, de especial vocación familiar

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
La vocación evangelizadora de la familia: evangelización de otras familias, vida de parroquia, testimonio de fe ante los amigos…

¿De dónde nace toda esa polémica que acompaña a la Humanae vitae?
Para empezar, hay que señalar que la encíclica Humane vitae fue polémica dentro y fuera de la Iglesia. Vio la luz en los años de la revolución sexual, y eso repercutió también en la vida de la Iglesia. El Papa Pablo VI vio necesario renovar la concepción de la moral sexual que proponía la Iglesia, y sacó adelante un documento novedoso respecto de la tradición anterior. La encíclica fue muy contestada por sus números 11-14, especialmente cuando habla de los dos aspectos inseparables del acto conyugal: el unitivo y el procreador, y señala que hay actos, en este terreno, que son intrínsecamente malos. Eso es lo que causó más revuelo.

Sin embargo, la encíclica Humanae vitae es más moderna de lo que pueda parecer, porque abre la sexualidad y el amor conyugal a una visión personalista, que va más allá de la filosofía natural y de la necesidad de procrear para perpetuar la especie. En realidad, la encíclica abre ya a una explicación nueva sobre el amor.

Entre esos actos intrínsecamente malos, la encíclica señala la anticoncepción…
Hay que tener en cuenta que lo que más nos realiza como seres humanos es el amor. Sólo el amor es la actitud adecuada ante el esposo, la esposa o los hijos. Y en esa vocación al amor es algo intrínseco la apertura a la vida. Cuando los esposos se cierran a la transmisión de la vida, en realidad van contra su propio amor, pues en el fondo están construyendo una relación narcisista y egoísta. Después, cuando deciden procrear, no como fruto del amor, sino como fruto de una planificación —Yo quiero un hijo ahora, de esta manera, con este sexo…—, en realidad están programando el hijo: así, infravaloran la nueva vida, porque no nace como fruto del amor, sino de un falso derecho, y van contra el propio amor entre ellos.

Todo esto nace de una visión del amor muy romántica y también muy utilitarista, pero el amor es algo más. El amor es un don; y los dones se reciben, no se usan ni se programan; los dones no son un derecho. Cada hijo es un don, por lo que no tenemos derecho a programarlos o a ponerles determinadas condiciones.

Ahora bien, todo esto, o se entiende desde la fe, o lo entendemos desde la perspectiva de las ideologías: Yo decido lo que hago con mi vida y con mi cuerpo, Me apetece un hijo, Yo también tengo derecho a un hijo…

¿Cómo influyen entonces los hijos en el amor de un matrimonio? ¿Lo acrecientan , o lo disminuyen?
Está claro que los esposos que se abren a la vida se abren también al amor. Porque el amor es más pleno cuanto más se da, cuanto más nos hace salir de nosotros mismos. Los esposos están llamados a vivir su amor en plenitud mucho más allá de los hijos. Que un matrimonio tenga muchos hijos no significa, por eso, que se amen más que otros matrimonios que no los tienen.

Los esposos están llamados a amarse y darse más allá, incluso, de la propia familia, porque lo propio del amor es darse.

Entonces, ¿no se trata sólo de tener muchos hijos?
Es que no es sólo cuestión de tener hijos o no tenerlos, o de tener muchos o tener pocos; esta idea puede convertirse en un reduccionismo peligroso. Está bien tener hijos, pero el amor entre los esposos debe ir más allá de los hijos, si quiere llegar a vivir en plenitud su propia vocación esponsal. La paternidad y maternidad físicas están llamadas a una paternidad y maternidad que, superando los lazos de la carne, se vaya haciendo universal. Porque dar la vida biológica, con ser algo grande, en realidad es muy poco.

¿Y esto cómo se concreta?
El matrimonio está llamado a ser familia más allá del número de hijos que tenga, y más allá de la puerta de casa. Ésa es la verdadera vocación al amor. Los esposos están llamados a hacer espiritualmente con todos los hombres, dentro y fuera de la Iglesia, lo mismo que hacen con sus hijos: ayudarles a crecer en la vida verdadera, que es la vida de Dios. Aquí entra el apostolado, la evangelización de matrimonios hacia otros matrimonios y familias, la vida de parroquia, el testimonio de fe ante los amigos…: es la vocación evangelizadora de la familia.

El amor, cuanto más universal se hace, más allá de los límites de los hijos o de los dos esposos, más se parece al amor de Dios. Cuanto más universal es el amor, menos egoísta es; y lo hacemos más universal cuanto más nos damos, no sólo hacia mi mujer, hacia mi marido o hacia mis hijos.

En realidad, el principal testimonio que está llamado a dar el matrimonio y la familia es el testimonio del amor. Lo que la gente está esperando es ver a dos esposos que se aman, y que creen en el amor que ellos viven.

Esto va más allá de ser o no familia numerosa…
Ser familia numerosa no es sinónimo de ser una familia cristiana. Esto debe quedar claro; porque no sólo por tener hijos un matrimonio es más cristiano que otro que no tiene ninguno. El amor ha de ser fecundo más allá de los propios hijos: amándonos nosotros dos, amaremos a nuestros hijos; y amar a nuestros hijos nos llevará a un amor más grande y más universal.