Iglesia y fútbol - Alfa y Omega

Iglesia y fútbol

Javier Alonso Sandoica

El pasado lunes aparecía un artículo, en el diario Avvenire, del escritor y periodista italiano Mimmo Muolo, en el que recogía las palabras del arzobispo de Río de Janeiro, al saber que su diócesis iba a ser la sede de la siguiente Jornada Mundial de la Juventud.

«Cuando el Papa venga -decía-, verá que no sólo somos fútbol, samba y carnaval, sino que tenemos una fe joven y alegre».

Con ello quería arrojar a la cuneta el calamitoso estereotipo del brasileño de a pie, que se presenta superficial en el imaginario colectivo, como un joven que arde más por la samba que por buscar trabajo. Es cierto que esta balística caricaturizadora resquebraja la identidad de un país. Sin embargo, son tres realidades que inevitablemente configuran el paisanaje brasileño, y no tendrían que ser minusvaloradas.

El fútbol, por ejemplo, ha estado en la boca de los últimos Papas, de forma recurrente. Cuando Benedicto XVI era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dejó escrito un apasionante texto sobre el fútbol y su necesidad para la formación humana: «Este deporte se ha convertido en un acontecimiento universal que une a los hombres de todo el orbe en un mismo estado de ánimo. Esto pone de manifiesto que se debe estar tocando algo originariamente humano». Y, más adelante: «El fútbol obliga al hombre, ante todo, a disciplinarse a sí mismo. También le enseña a colaborar con los demás; y, por último, a enfrentarse con ellos limpiamente». Y concluye de una forma profundamente instructiva: «Tal vez sea posible aprender nuevamente a vivir a partir del juego: la libertad del hombre se nutre de reglas y de disciplina» (Cooperadores de la verdad, Joseph Cardenal Ratzinger, editorial Rialp).

Así se entiende que el que fuera cardenal de Buenos Aires tenga el número de socio 88235N-0 del Club Atlético San Lorenzo, de Almagro. Un cristiano toca la realidad secular y la entroniza; sucede así siempre. Es verdad que el brasileño lleva en su sangre la marca de la alegría, pero en la actualidad es consciente del incremento exponencial de un capitalismo salvaje en su país, como lo demuestra la cifra de más de un millón de personas que salieron a la calle, durante la Copa Confederaciones, para protestar contra la corrupción y los millonarios gastos del Estado.

Quizá la clave esté en aquello que decía el cardenal Razinger sobre la libertad del hombre, que se nutre de reglas y disciplina. Y la disciplina del fútbol enseña que la vida necesita un plan de juego justo. Sin él, sólo impera el desorden de la imposición de lo propio.