Egeria relataba los lugares que visitó y donde rezó - Alfa y Omega

Antes de leer este libro imaginaba a Egeria –peregrina cristiana en Tierra Santa durante el siglo IV– como una mujer arriesgada y decidida, muy valiente, tanto como para llegar allí donde pocos llegaban; y también dotada de abundantes medios –materiales y humanos– que le permitieran, no solo alcanzar su meta, sino dejar por escrito testimonio de la misma.

San Valerio, un eremita y abad del Bierzo en la segunda mitad del siglo VII, ha dejado trazado el retrato de esta mujer a la que admiraba, de la que afirma era «más fuerte que todos los hombres del siglo». Informa que el punto de partida de su peregrinación fue Gallaecia, y que «inflamada con el deseo de la divina gracia y ayudada por la virtud de la majestad del Señor, emprendió con intrépido corazón y con todas sus fuerzas un larguísimo viaje por todo el orbe», con el fin de poder orar en los lugares que pisó el Señor en su vida terrena.

Doce siglos después, a finales del XIX, el hallazgo casual de un manuscrito vino a confirmar las tesis de san Valerio: Egeria relataba los lugares que visitó y donde rezó, tres siglos antes de ser leída por el santo eremita. Este documento no tiene título, pero se conoce como el Itinerarium: una larga carta que dirige la peregrina a sus señoras (¿una comunidad religiosa femenina?) y en la que relata sus andanzas y devociones por Tierra Santa.

Ahora, Ediciones Rialp ha editado este Itinerario de Egeria. Leerlo me ha contagiado de un gozo sorprendido, el mismo que respira su autora en cada página. Ya en las primeras páginas, al hablar de la dificultosa ascensión al monte Sinaí («con gran esfuerzo, porque necesariamente tenía que subir a pie, ya que era absolutamente imposible subir en litera») proclama la autora la afirmación que servirá de eje a todo el libro: que no sentía el esfuerzo porque veía que Dios estaba cumpliendo el deseo que ella tenía.

Todo el libro está salpicado de esta sorprendida constatación: que «Cristo Dios nuestro se dignó cumplir mis deseos en todo, a pesar de ser yo indigna y no merecedora». Contra mi idea inicial, Egeria no parece estar dotada de medios extraordinarios. Lo extraordinario en ella es la conciencia de su pequeñez y fragilidad, de ser mimada por Dios a través de los santos (así denomina a los cristianos que la acompañan y acogen) que va poniendo en su camino. La magnífica traducción de Carmen Castillo permite asomarse al alma de esta mujer agradecida, que se siente inmerecidamente colmada y por ello, llena de esperanza.