Sal de la tierra y luz del mundo - Alfa y Omega

Sal de la tierra y luz del mundo

V Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: CNS

Jesús continúa señalando a sus discípulos el camino de seguimiento a su persona. Aprender del Maestro implica un modo de estar, de hablar y de actuar. Solo así es posible configurarse paulatinamente con la persona de Jesucristo. Con otras palabras: la vocación del cristiano es un gran don recibido, pero, para no perderlo, es preciso transmitirlo a quienes nos rodean.

La sal y la luz

Puesto que el Señor utiliza hoy dos imágenes concretas –la sal y la luz–, podemos detenernos brevemente en el significado de estas realidades. La sal es una sustancia, ordinariamente blanca, cristalina, de sabor propio, muy soluble en agua, que se emplea para sazonar y conservar alimentos. Partiendo de la realidad y de la función de este elemento, la cultura de Oriente Medio vincula la sal con ciertos valores, como la alianza, la solidaridad, la vida y la sabiduría. El término luz integra varios significados íntimamente ligados a la visibilidad y a la claridad. En concreto, en este pasaje se alude a la lámpara, objeto destinado a alumbrar. La luz es imprescindible para la vida humana y, por ello, desde los inicios de la historia de la salvación se ha querido dar énfasis a su función. Así se ve, por ejemplo, cuando el libro del Génesis la presenta como la primera obra de la creación. Partiendo de la vinculación entre los conceptos de luz y vida, la Escritura hace referencia principalmente a dos aspectos unidos a la salvación: en primer lugar, Dios es presentado como luz para iluminar a los hombres; en segundo lugar, el hombre, al acoger la luz del Señor, puede ser lámpara para los demás. Este último sentido es el que predomina en el pasaje del Evangelio de hoy.

Una misión que realizar

El hecho de que el Señor concluya este episodio con el mandato «brille así vuestra luz ante los hombres» nos permite ver el fin último de nuestras acciones: que los hombres den gloria al Padre al ver nuestras buenas obras. No vivimos ni actuamos, por lo tanto, para nosotros mismos. Para llevar adelante nuestra misión debemos ser conscientes de que tenemos que huir de la comodidad. No tanto de una comodidad material, que también, como de una conformidad total con la mentalidad y obrar aceptados como normales por el mundo. Esta neutralidad políticamente correcta contrasta con el sabor que supone ser sal de la tierra. Frente a los aspectos más insípidos de un mundo que tantas veces no nos ofrece nada nuevo, sino siempre distintas variantes de lo mismo, el cristiano, con sus palabras y obras, está llamado a presentar, como diluido, el sabor de quien hace nuevas todas las cosas, Jesucristo. También la sal sirve para preservar de la corrupción, del hastío y de la tristeza que provoca caminar día tras día sin un horizonte de vida. Asimismo, nos planteamos cómo hemos de ser luz para los demás. La referencia «para que vean vuestras buenas obras» permite entender que esa luz ha de partir ante todo de nuestras acciones. El Señor no nos pide que seamos ejemplo ante los demás por nuestra inteligencia, cultura, riqueza o popularidad. No se trata de una luz relacionada en primer término con el ámbito de las ideas. Se nos pide algo más concreto: obras de misericordia y justicia. Por ello vemos que en la primera lectura de hoy, tomada del profeta Isaías, se afirma de quien practica las obras de misericordia que «surgirá tu luz como la aurora» y «brillará tu luz en las tinieblas». Más explícito es el salmo responsorial, al señalar que «el justo brilla en las tinieblas como una luz».

Evangelio / Mateo 5, 13-16

En aquél tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».